jueves, 4 de diciembre de 2014

“Nosotros ya estamos en posconflicto” (parte I)



Mural de Jafeth, Casa cural
Veinte años después  de haber viajado a  Toribio  cuando escribía  una novela  sobre  el  Padre  Álvaro Ulcué  Chocué, asesinado hace  treinta  años, busco su huella. Quiero saber qué ha pasado desde entonces   y quiero   saber también  cómo ha  transcurrido  su  tercera vida,  el rastro entremezclado que deja la  muerte  ofrendada  por el  líder indígena y  sacerdote.
   
Un episodio de la  llamada  guerra  ha  postergado  el plan inicial de  asistir a la conmemoración de ese aniversario.  Dos indígenas de la Guardia Nasa  han  muerto por las  balas  de otros indígenas  de las FARC,  por haberse opuesto a  que se  pusieran avisos  del  también  muerto Alfonso Cano. La guerra se ha vuelto eso: matarse unos a los otros mientras, allá  en  la Habana, las negociaciones  parecen no tener  más cronograma que la lentitud y  más luz que los reflectores mediáticos.  

Sede dela Guardia Indígena
La comunidad y la Guardia Indígena,  con el  carácter invencible  de una  voluntad  colectiva desarmada y dispuesta a  morir por ella,  rastrearon a los que habían disparado  hasta  localizarlos, juzgarlos, condenarlos a  60 años y remitirlos a Popayán. ¿Resultado?  En la lejana  Bogotá, da para   macabro  chascarrillo  de periodistas y políticos: “ojalá fuera  tan expedita la justicia  en  Colombia”.  Aquí,  en cambio, solo  la tensión del ambiente  empieza a  mostrarme la primera  faceta del  llamado posconflicto:  las ideas generales plasmadas  en  los acuerdos deben  llegar hasta  los focos  reales  de esa Colombia  tan grande y diversa, tan contradictoria y maltratada.

Desde el aeropuerto de Cali,  y hacia la cordillera,  recorro un mar verde  de caña.  Kilómetros y  kilómetros  interminables que se han tragado al Valle y a los seres  humanos.  Los  todopoderosos ingenios, escondidos de la carretera,  son  invisibles, pero siempre  presentes.  Cali  les debe mucho, pero  el resto, muy poco.  Terminaron por recortar los resguardos  y los territorios  afros, empujándolos  hacia las altas montañas. El Minuto de Dios les agradece por televisión, pero  Dios, no lo creo.  

 Quienes  predican las bondades  agroindustriales sin  más contemplación que el desarrollo económico, ¿habrán hecho  un  examen   de lo que  ello implica para  las comunidades? Tampoco lo creo. 

  Dejamos  Puerto Tejada y Villarrica,  pueblos afro.  El air está pesado de humedad  y de tierra caliente.  Luego  llegamos a  Caloto, donde crecieron, gracias  al plan Páez,  fábrica de pañales, productos químicos, y en donde, me dicen,  a pesar de las promesas, se  contrata a gente de Manizales y de Cali;  de Santander, pero no de Quilichao.  Una nueva inquietud: ¿Qué implica la desmovilización? ¿Basta con  espichar un botón  para que la reinserción a la vida  civil  se haga en un santiamén?  ¿Qué van a aprender los chicos que  se enrolaron por maltrato familiar o por  desempleo?  ¿Qué  queda  cuando  ya no tienen importancia las ideologías políticas sino sus mañas, como, por ejemplo, manipular a los medios?  

 Poco a poco  desaparecen los últimos coletazos de la caña invasora. Dejamos la finca Emperatriz  y su macabra historia de masacres, ahora  con caña y ganado, cercana a la base militar.  La vereda afro  el  Robledal, en las estribaciones  del territorio indígena,  me  empieza a mostrar una  tercera  faceta  del  pos conflicto :  dos  etnias unidas  por un destino de esclavitud y  desesperación, que poco se mezclan pero que – luz de esperanza-  van a veces resolviendo sus  conflictos de tierras, porque  se han dado cuenta de que a la brava nada se logra. ¿Será  esta la solución? 
La "chiva Bomba". ¿Superar sin olvidar?

Subimos  con  una velocidad,  impensable veinte años  atrás, por la ruta antes destapada y ahora pavimentada, que  serpentea,  descubriendo  el terciopelo verde claro  de la cordillera. Pero  los  de peligro anuncian también que, por el invierno,  la naturaleza  se traga a dentellazo limpio pedazos de calzada, como si no  quisiera que  se conectaran  los pueblos altos con  el mal desarrollo del Valle y las desigualdades que arrastra.
  Las montañas  quieren recuperar lo que les ha quitado  el asfalto desde el 2005, el mismo año en que la FARC hizo estallar la  "chiva” bomba, que no sólo destruyó la estación de policía, sino  parte de la sacristía de Toribio.

Llueve. Cruzamos el río Palo, que  desemboca en el Cauca y, antes,  se  engorda con los ríos  San Francisco, Tacueyó y Toribío.  Un  río  mancillado ahora  por los febriles buscadores de oro, no solo individuales, sino de poderosas  multinacionales al acecho, como la  AngloGold Ashanti, que solo la  impenetrable terquedad de los Nasa ha logrado trancar, impidiendo  que expolien  sus  territorios. Y seguimos serpenteando,  a través de ese verde de todos los verdes  como diría  Aurelio Arturo,  un verde  que parece tan apacible,  mientras  cruzamos  la  quebrada que marca el límite entre  Toribio y Caloto. 

Coca, pero también  marihuana
 En los dos enormes  municipios,  se  entremezclan cultivos  de lo legal y lo ilegal. Me  cuentan que en tiempos de sol, La marihuana, ahora en auge, se seca en la vía  pavimentada, a los ojos de todo  el mundo. Los indígenas jóvenes  son desmoñadores, como antes  se hablaba de los raspachines. Me extraña que  en los medios bogotanos o caucanos  nadie  hable de  esa nueva  bonanza, la de la marihuana, menos interesante para los Estados Unidos, pero de consecuencias quizás más difusas e impredecibles.  Aquí se acepta - como  en otros  puntos de  la geografía  colombiana se aceptó la coca-   algo  que no  es tema inmediato de conversación,  un mal inevitable que  da empleo  y que lleva  aún a  considerarse como parte del  paisaje.  En la  montaña se ven  los  “invernaderos”, ahora a plena  luz del día, como si fueran floricultura. Reemplazan los   escondidos  laboratorios. De noche, me  describen  en un tono acostumbrado  a ver el paisaje circundante, “se  prenden como lucecitas y los alrededores de  Toribío  parecen  un pesebre”.

Surge entonces  la cuarta inquietud: ¿Cómo desentrañar las ambiciones voraces de los que se lucran mafiosamente del negocio? Nuevamente, la  voluntad de los Paeces  de sacar  esa plaga, me anima, con todo y  que  parte de  sus  integrantes ha caído en la tentación de esa nueva esclavitud.
Por lo pronto, llego a Toribío,  con la  bienvenida de  un aviso  que señala que ahora “es digital”. 
Toribío vive digital
¿Qué trae uno de los pocos adelantos  tecnológicos que  conecta a ese pueblo   hundido en las entrañas  de la  cordillera, abandonado  su suerte, pero en el  que aparecen en las tiendas los letreros  que anuncian venta  de minutos  y en  el  que  el  celular  es de  uso cotidiano?  Aquí  como en Cafarnaúm, la tecnología es solo un vehículo y su buen o mal uso es propio de los seres humanos. En todo caso, junto con la radio, ha servido de medio  esencial de comunicación para que el  pueblo Nasa  reaccione como lo hizo con  el indignante  asesinato por las FARC de  dos  de los miembros dela  Guardia Indígena. .

Llego a una escena  que me  parece  familiar.  Están en misa  en la Iglesia.  Casi todos indígenas,  como antes,  pero ahora  sus  mujeres  ya no  usan  faldas cortas y amplias, sino  bluyines ajustados. Consultan sus  móviles o  tienen actitudes  menos dependientes.

 Salgo  y recorro  las calles  , en las que  veo  a la gente , impasible,  que  me mira  sin mirarme, pero a sabiendas que soy una  extraña. Abundan las motos. Muchas motos, conseguidas por el camino ilegal que no necesita papeles. 

De pronto,  uno a uno, me  asombra  el rastro  multicolor de una solidaridad  artística , iniciativa internacional  : brigadas de  pintores  chilenos, holandeses, y de otras nacionalidades se dedicaron  a  adornar los muros de  las casas del pueblo, no como un pesebre , sino como el testimonio  vivo de la existencia de  una cultura  que lucha por sobrevivir.  Tuvieron que salir a la carrera  cuando se presentó el  incidente, uno más de los que muestran que la calma  es solo  aparente.
        Artistas  holandeses y  chilenos entre otros mostraron su solidaridad

Pero  a los  testimonios de  los muros del pueblo se une otra  sorpresa ,  en el propio presbiterio, los murales del pintor  Jafeth Gómez : en forma magnífica  relata  la historia  y el mensaje del Padre Ulcué ,que sobrevive también gracias a la presencia de  sacerdotes  misioneros Consolatos  que han  contribuido a  mantener  el  mensaje pero que guardan la  discreción y la humildad de los que se comprometen a fondo con sus  semejantes .

Y me sigue  sorprendiendo Toribío, ahora más que hace veinte años:

 Por un lado, la digna tenacidad  de una etnia Páez que  ha sabido  darle a la paz una realidad territorial  sin más armas que  bastones  con  cintas de  colores  y  la invencible  certeza de que su fuerza radica en  mantenerse  como un solo  bloque,  inspirado  por  líderes   y por  la presencia del Padre Ulcué en su tercera  vida .

 Por  el otro lado ,  la fractura de las familias, el maltrato familiar,  el reclutamiento de los jóvenes ,  el auge de los atracos, el  pulpo de mil cabezas  ahora  liderado por  nuevas generaciones de mafiosos,  un  par de  pick up estridentes desde inconfundibles camionetas  que  se instalan  a una cuadra de la  plaza frente a sitios de venta de licores y de  música norteña.  Una  nueva generación  que  vuelve aparceros o jornaleros  de la marihuana o de la coca a  jóvenes indígenas y campesinos,  o  les paga a los habitantes de las montañas para que siembren y cosechen. Percibo que La Habana  está muy lejos.

todos se miran con desconfianza
En un ángulo cruzo a tres  soldaditos  solitarios , jóvenes  que  son mirados  con desconfianza, como bien lo  dijo el general Alzate, y  que en este caso ,  desperdician su juventud en  circunstancias  ambiguas. Sé,  por  otros testimonios, que los ojos  invisibles de los milicianos de la FARC  condena por sapas a las  que se metan con ellos. No las matan, pero  las intimidan.

Pero las veredas de Toribio son también cicatrices: Tacueyó, Santo  domingo, la Cruz, Belén, la Mina,  cerró  Verlín.  Cicatrices de esfuerzos frustrados, de culturas resquebrajadas, de odios acumulados, de silencios  que son en sí mismos constancias.  

Y recojo en  Toribio, la frase  que  es una advertencia y una premonición: “Nosotros  aquí ya  estamos padeciendo el pos conflicto”.  Aumento de los atracos, asesinatos, inseguridad, amenazas, milicianos que  se confunden con  la población y reparten comunicados en la  penumbra  de la noche  que  todo el  mundo lee, pero   sin que nadie se entere, amenazas  imperceptibles  con las que se tiene que convivir.

 Aquí,  no creemos en el proceso de paz, me dicen algunos. Con  el frente  sexto  allá arriba- y me señalan  la cordillera cercana-,  con la bonanza de la  marihuana, con las ONG  internacionales  que  imperceptiblemente se retiran  de  ese  foco de violencia.  

Aquí,  donde  el  cuarenta  por ciento de las FARC es  indígena,  no  se hacen  teorías  sobre el diálogo o la constituyente. 

Aquí no se cree en  los  diagnósticos sino que se viven. Día a día se apagan los incendios. Aquí,  dos jóvenes  indígenas que aparecen  muertos  y que sus  familiares  entierran sin  preguntar  mucho y, sobre todo,  guardándose la tragedia.

 Aquí,  con una  innegable mejoría en salud y educación, con  una serie de alcaldes Nasa  que vencieron a la politiquería,  que representan el mensaje  del proyecto NASA  ideado por  el padre Ulcué,  pero  un Toribío  cuyos habitantes están subsidiados en un ochenta por ciento  por un estado  sin duda  mucho más presente que hace  veinte años. 

El  mural completo 
Por eso,  como me lo expresa  un anciano sabio “El problema es recibir  gratis lo que  costó tanto. Si uno no abre  espacios,  si uno no  quiere luchar, la vulnerabilidad aumenta”. En ese sentido, la fortaleza de la Guardia Indígena, de los cabildos  y de los hombres y mujeres que creen  en  su  destino  común  es  un emblema que plasma  otra frase de Ulcué  Chocué : “si no queremos agonizar, no nos instalemos. 

Como en el mural que lo recuerda, la tercera vida del Padre Álvaro Ulcué se  ramifica, se consolida , se aglutina , se reproduce en  la  unión de los cabildos de Norte del Cauca y con otras comunidades  amenazadas,  en el espíritu de  la reacción de supervivencia  colectiva, en la  necesidad de revisar  el proyecto de  vida. 


Espere  Próximo  Jueves 11, segunda  parte: 

¿Cómo  es un proyecto de vida colectivo? ¿"Soy porque somos"?

Fotos MTH 



4 comentarios:

  1. De seguro, los pueblos indígenas serán los últimos en convencerse del proceso y pos-conflicto en Colombia...
    ¿ Puede alguien criticar esa actitud, si se recuerda que ellos no han conocido un minuto de paz desde el mil quinientos ?

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  2. Excelente crónica desde las entrañas de nuestro país, rico en capacidades para construir paz desde la resistencia y creatividad comunitarias. Las preguntas que Ud. (se) hace son muy pertientes y reales retos. Como Ud. dice la realidad tiene muchas caras, hay que apalancar sobre las fortalezas. msalazarposada@outlook.com

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  3. MariaTe, gracias! Qué doloroso relato de un pasado vivo y anclado en el presente. En 30 años ha pasado todo y nada. Un círculo perverso.

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  4. Excelente trabajo etnográfico y crónica periodística impecable. Ojalá se publicara en un medio masivo de comunicación este escrito. Y si se hace un video podría servir para que los colombianos de todo el pais conocieran las realidades alejadas de los centros urbanos para que lo entendamos y podamos entender el significado tanto del conflicto, como del posconflicto. .

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