Capitulos de MTH : Capítulo 1 Percepciones, estereotipos y prejuicios. Capítulo 2 El arte de preguntar y el arte de responder.
Parte1
Parte 2 Autor : Camilo Restrepo H.
LADRILLO 1
REFLEXIÓN PARA LOS QUE SE GRADÚAN:
¿CÓMO EN VEZ DE QUÉ?[1]
… Saliéndonos del cajón de las frases, de la satisfacción y de
las emociones que hoy
los embargan por merecimiento
propio, y también por el de sus docentes
y familiares, les propongo reflexionar un instante (que espero se prolongue durante todas
sus vidas) sobre lo colectivo. Es
decir, sobre lo social
que ustedes pueden contribuir a tejer
para que Colombia sea un poco menos
pasión y un poco más “razón pública”, para utilizar la expresión de Amyarta
Sen.
(….)
¿Cómo podemos
darle al futuro una dimensión
que vaya más allá de “querer “a
Colombia y de condolerse por ella?
Lo primero
es reflexionar sobre a qué
valores le damos prioridad
en nuestros ejercicios profesionales que también deben serlo “espirituales”. La ética
es un estado de ánimo, pero también
debería ser un análisis permanente
de nuestros comportamientos. Se
trata entonces , en el aquí y el ahora, de tomar
distancia de un clima moral en el que el individualismo y ciertos cajones éticos llevan a
minimizar las realidades que nos perturban en Colombia.
Buena parte de nuestras carencias colectivas
se debe a preocuparnos
más por el “QUÉ”
que por el ¿CÓMO? ; más por los
diagnósticos y los resultados
deseados que por la manera de aterrizarlos colectivamente.
Si
bien los países receptores
de migrantes reconocen que
los colombianos saben superar las
adversidades y sobresalen por su capacidad de salir adelante,
si bien a los viajeros
les encanta nuestro desorden y
nuestros movimientos de cadera, no nos
impresiona la sorpresa que les
producen nuestra inequidad y
nuestra manera de acostumbrarnos a los asesinatos cuando no tienen que
ver individualmente con nosotros.
[2]Ese clima
moral lleva a desfigurar
conceptos como la tolerancia, y de
muchas maneras. En lo que
me atrevo a llamar desperdicio
de las inteligencias, la interpretación inmoral de los conflictos lleva
a sólo aceptar ideas afines
e ignorar olímpicamente las
contrarias; a generalizar para
excluir ( “todos los actores del
conflicto son de mala fe o enemigos que hay que eliminar” ); a no
enfrentar causas disparadoras de
violencia (como la desigualdad o la
pobreza, centrando la discusión en porcentajes), a caudillizar el pensamiento ( “si no estoy de acuerdo con lo que piensan los José Obdulios se
concluye que estoy
a favor de los Timochenkos o viceversa”) .
Los
extremos radicalizadores
son nocivos y favorecen tanto el
aspecto pasivo de la tolerancia :miedo a
pronunciarse; pasar agachado; eludir
el debate e instalarse en el fatalismo
colectivo; salirse por la
tangente del mamagallismo y no investigar
antes de preguntar ( que son enfermedades infantiles del periodismo) ; o asumir un inaceptable activismo (“soy tolerante porque tengo la verdad, por lo cual sólo
respeto a quien acepta mi verdad
y mi razón”).
Esas deficiencias nos
han llevado a alimentar el contexto
del guerrerismo, que determina la
necesidad de aniquilar : las minas anti personas
como justificación de lo “revolucionario”, o la exaltación “patriótica” por la muerte
de Cano sin preguntarnos siquiera
si no hubiera sido mejor, en un Estado de Derecho, capturarlo vivo, como sucedió con el hoy insignificante Abimael
Guzman.
A lo que hay que agregar,
por supuesto, - y aquí un reto concreto para los graduandos de periodismo-
las lógicas comerciales de los medios
oligopólicos, que propician el consumismo a través de
espectáculos de confrontación, peleíllas
gestuales o de gritería y casi
nulo debate argumentativo con cifras en
la mano.
No nos quepa
duda: somos una sociedad cuyo
reto principal es superar la enfermiza
simplificación de los conflictos mediante la discursividad
o la pasión. Mediatizar las obsesiones embarcó al país en la absurda
divagación sobre si había o no en conflicto en
Colombia; matizó la
narcotización de la guerrilla, los
vínculos de las Bacrim con el
paramilitarismo, y los asesinatos según
quien asesinara. Fuera de cámaras, un ejemplo: en el tema de los derechos humanos, la
discursividad lleva a su
dramática burocratización, a
la proliferación de ONG, a considerar el diálogo como un fin y no como un medio , a una exagerada
cantidad de “ mesas de trabajo”
que impiden volar,
que se solazan de manera kafkiana
en la discursividad, que proclaman la necesidad de paz pero no
cómo se ataca la inequidad.
Para todos
los egresados de las ciencias sociales,
hay aquí unos retos concretos y
para el
filósofo, poner a prueba de manera innovadora la capacidad de darle vida nueva a lo conceptual.
¿Qué quiere decir, por ejemplo, “un
país en el que quepamos todos” más
allá de ser una fórmula vacía
del cajón de frases, que
elude lo estructural? ¿Por qué,
en vez de pregonar la necesidad
de participación, no se cuestiona
la tendencia de las cúpulas a instalarse en
las organizaciones, el olvido de la meritocracia, el culto a las roscas? ¿Qué es la paz más allá de la utópica y cómoda pero poco
innovadora ausencia de conflictos? ¿Por
qué nos cuesta tanto trabajar en equipo?
¿Por qué, en vez de
excusar nuestro incumplimiento con un
“¡qué pena!”, no lo consideramos como una falta de respeto por el
otro? ¿Por qué nos interesan más los
diagnósticos repetitivos y las
recomendaciones obvias que la manera no
teórica de obtener resultados tangibles?
¿Cómo romper los esquemas mentales que estereotipan hechos y seres humanos? ¿Por
qué valen más la discursividad que los
silencios reflexivos?
De una excesiva extranjerización de nuestra democracia, prueba evidente de nuestra baja autoestima como seres
colectivos, se nos ha querido
llevar a
una sobre estimación de
nuestras capacidades colectivas para resolver los problemas, sin interesarnos siquiera en
cómo los resuelven los demás
países ( en particular nuestros vecinos), ni por qué es importante
traducir en cifras los mal llamados “sueños” ( que son muchas
veces simple pereza mental) Hay aquí un reto específico pues la traducción y la
gestión cultural son también comparación de las distintas culturas.
Sin embargo,
hay esperanzas. No vienen solas, sino con más retos. Esperanzas en los estudiantes. En
la ruptura, por las propias mujeres, de los
esquemas patriarcales más allá
de las campañas contra el maltrato. Esperanzas
en lo que cada uno de ustedes, desde la traducción, desde la gestión cultural, desde la filosofía, desde el ejercicio del periodismo, pueda concretar, de manera innovadora.
Lo
anterior requiere un espacio, por pequeño
que sea, a lo colectivo en nuestras
acciones individuales. Precisar, con el vigor de la realidad, los contenidos de palabras que tienden a
volverse inocuas, como “paz”,
“empoderamiento” o “visibilización”. Superar
la tendencia a recostarse en
Dios, en la pasión o en el
paternalismo estatal, en
propuestas de leyes y
reglamentaciones como suficiente reemplazo del hacer y del cómo hacerlo.
El cambio
climático para solucionar los conflictos y
contrarrestar los vientos guerreristas o
las olas invernales de
pensamiento y de obra supone dejar
de arroparse en
ideologías desvencijadas. Entender
que movimientos como el de los
indignados no buscan
afiliarse a ningún partido sino
volver las esencias de la democracia, como la igualdad y la
justicia. Entender, en fin,
que cada uno de nosotros
puede incluir lo colectivo
en su desempeño profesional y humano, que les deseo exitoso…
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