EL POLITIQUEO DE LA POLÍTICA
Tanto en la izquierda como en la derecha (términos por lo demás desuetos, pero
ese es otro cuento), ha habido muchas enfermedades infantiles. Sin embargo, lo que
sucede hoy en Colombia es a todas
luces la enfermad senil del politiqueo.
El politiqueo, como actitud previa al
ejercicio de la politiquería, es un estado de ánimo de sectores afectados por
una epidemia que, al parecer, se extenderá durante todo este año, con resultados
patéticos y saturación de la ciudadanía.
La politiquería se
especializa en compra y manipulación de la voluntad de los electores teniendo como prioridad el interés
particular del candidato a cargos de elección popular. El politiqueo es, en cierta forma,
la preparación del ambiente para garantizar que el contagio sea total y las estrategias
clientelistas, efectivas.
Esa actitud de pre-campaña se caracteriza por misteriosos silencios o dardos de los posibles candidatos, que incrementan la capacidad verbal de especular
sin rumbo fijo. Se propician disquisiciones diarreicas
sobre lo que va o puede suceder
en las listas electorales que
competirán en el próximo año. Y se hacen “predicciones” mecanicistas presentadas como el
máximo ejercicio de la filosofía política.
Obviamente, temas esenciales
para que el politiqueo absorba la
atención: poner en un pedestal a los
caudillismos y sus diversas intenciones
para hacerle zancadilla al adversario. Son el resultado de las lógicas de confrontación para subir
el rating, porque al país “le encantan” las peleas. Se eluden así temas considerados no esenciales, como
los que deberían proponer los partidos o movimientos que, en ese contexto
brillan por su ausencia.
Algunos de los principales seres humanos contagiados por esa epidemia, que amenaza con paralizar
instituciones y organismos públicos y
privados, son fáciles de detectar. Se trata de personajes públicos, muy queridos ellos. Siempre
los mismos entrevistados por los programas de opinión (¿?) de las grandes
cadenas, ostentan la característica ambigua de
asistir como periodistas, de
argumentar como políticos, y de
pontificar como académicos. Se confunde
así ejercicio del periodismo con el derecho de ciudadanos a opinar y más cuando
tienen trayectoria sobre los
temas propuestos, como sería el bienvenido caso de Alonso
Salazar. No darle a cada quien su rol
lleva a que los políticos se
sienten periodistas, a los académicos se les
alborota el ego mediático y los
periodistas se sienten liberados de
la investigación propia que deberían hacer.
Aunque hay contadas y reconocidas excepciones,
se ha vuelto maña -ojalá pasajera- de cierto periodismo limitarse
a especular sobre las intenciones de tales
o cuales políticos (Ejemplo : la preguntadera y entrevista del domingo pasado de María Isabel Rueda ; o los políticos
cuyo principal centro de interés radica en
promover determinadas personas (
ejemplo: declaraciones del Senador Jorge
E. Gechen Turbay en relación con los candidatos para reemplazar a la destituida gobernadora) . Queda
uno asombrado por semejante desperdicio de inteligencias.
Por cierto,
el problema radica en que esas triquiñuelas y discursividades mentales le importan un pepino a la mayoría de los ciudadanos, que no
aspiran a algo distinto de poder salir
adelante y escichan esos "debates" como ruido. O piensan que a
otros les corresponde
curar los males como
corrupción, violencia, desgano, mala leche y sobre todo,
incompetencia desigualdad de oportunidades entre la rosca y el resto.
Los remedios : fortalecer el debate ciudadano; boicotear el politiqueo antes de que se traduzca
en politiquería activa; interactuar
con los medios de manera
argumentativa y no con estériles
insultos y sobre todo, exigir de partidos y medios
más preocupación por el interés
general, so pena de hacerles
“clic” y “supr” a su rating.