jueves, 28 de marzo de 2013

LA PAZ: ¿RIFIRRAFE Y ACICATE PARA LOS FUNDAMENTALISMOS?

De todos los Derechos Humanos de tercera generación,- es decir, los que surgen de la modernidad-, a mi modo de ver ( que admite por supuesto controversia), el más ambiguo, para no llamarlo gaseoso, es el derecho a la paz, definido como “un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.

Así lo consigna el art 22 de nuestra Constitución, por cierto en el lugar inadecuado, fruto del entusiasmo del momento, endanduchado entre dos derechos fundamentales de carácter individual: la honra y el de presentar peticiones respetuosas a las autoridades.

Esa definición plasma lo difícil que nos resulta en Colombia interiorizar colectiva o individualmente los derechos humanos. ¿Por qué? Porque se identifica lo moral con lo jurídico, como si fuera lo mismo [1] y por la manera teórica y autoritaria de plantear las relaciones entre los seres humanos.

El carácter de “obligatorio” como definimos la paz lleva a despreocuparnos o  a minimizar la importancia de  llegar a consensos sobre el contenido de la misma, lo que repercute precisamente en el incumplimiento del derecho. Como es “obligatorio”, se minimiza la importancia de que cada colombiano ponga su grano de arena para lograrla o de averiguar moralmente qué piensa el otro.

Portada Revista Semana  ( edición 1613) 
¿Terminos pacíficos?
¿Responsabilidd social del medio ?
 Algún sicoanalista de nuestra sociedad  podría encontrar allí la fuente de muchos de nuestros problemas como el fatalismo y la desigualdad (la ley es para obedecerla pero incumplirla; la ley es para los de ruana)

 No existe un consenso moral mínimo, que también yo llamaría el pudor elemental mínimo, sobre lo que no se puede hacer no hacer, pedir o no pedir cuando se opina o se busca construir paz, como base de cualquier aproximación.

El reciente rifirrafe  de los Ex Presidentes Pastrana y Uribe es un desastroso pero lamentable ejemplo. Lo que se decía antes de las revendedoras de la plaza de mercado, que por fortuna han superado ese estereotipo, ahora se aplica a algunos ex presidentes (no creo que a Betancur o Samper).

En el caso de Pastrana y Uribe, nos dieron el espectáculo de aterrizar el término “paz” como resultado de enfocar los derechos desde los egoísmos individuales y lo discursivo leguleyo.

No solamente  están apoyados los ilustres ex presidentes  por las lógicas de un periodismo que busca en la confrontación  el reemplazo de su carente investigación. 

También la “Patria” como dice con frecuencia uno de ellos, o la Paz, como dice el otro, frustrado porque le dejaron la silla vacía, son términos fundamentalistas, que disfrazan reacciones personalistas.


[1] “mi ética es la ley", dijo  en un debate   en el Congreso el entonces Ministro de Hacinda y  ahora pre candidato  Oscar  Iván Zuluaga, en   el debate  sobre  los hijos del   entonces  Presidente.

jueves, 21 de marzo de 2013

ACCION CIUDADANA: ¿PALOS, PIEDRAS, FATALISMO, DISCURSIVIDAD?


Entre los protagonistas del acueducto de Yopal, del desbarajuste del departamento del Casanare y  del desperdicio de las regalías, se olvida mencionar a los  principales responsables.

 Como en muchos casos de departamentos y municipios,  en vez de  fatalismo o revocatorias, lo que se debería más bien afrontar es la irresponsabilidad ciudadana.

En términos de democracia, esa irresponsabilidad, característica de la sociedad colombiana,  se refleja en que  con solo  votar (o no votar) ya   se ha cumplido con los deberes cívicos.

No nos digamos mentiras: nuestra ciudadanía es individualista. Acostumbrada al inmediatismo y  al asistencialismo, a la  dependencia crónica de un estado ineficiente, se recuesta o protesta, pero no sabe hacerle seguimiento a las obras que necesita o al manejo de los dineros públicos.

 Campañas y adulaciones, así como el cubrimiento periodístico  nos pretenden estereotipar como sufridos ciudadanos que padecen los errores de otros, pero  no han sido capaces de  estimular  la pro actividad.
  
Publicidades inútiles valoran el alma, el entusiasmo, la colombianidad,  las hazañas individuales, pero no el cómo actuar en conjunto para que la sociedad funcione mejor.

¿No es acaso irresponsable una ciudadanía que solo  considera que ser colombiano es sentir “dolor de patria” para utilizar una expresión cursi, creer que somos los mejores en todo,  o  apasionarse por el fútbol criollo?   ¿No es irresponsable una ciudadanía que va de Colombia o que se abstiene de  votar porque  “este país es una desgracia"?

 ¿No es irresponsable una ciudadanía que  cree que confiando en Dios, todo saldrá bien? Una estructura mental asistencialista lleva a recargarse en  la rama ejecutiva en sus tres niveles (local, departamental y municipal).

 ¿Es acaso responsable una ciudadanía que solo se manifiesta cuando  el problema estalla porque lo ha dejado crecer hasta que las posibles soluciones se reducen o causan sobrecostos?

¿Una ciudadanía pasiva, de inteligencias desperdiciadas, que no sabe  juntarse para hacer seguimientos de los actos públicos?

 ¿Una ciudadanía que cree que aguantar es síntoma de “amor por Colombia “para utilizar otra expresión cursi?

El fatalismo colombiano se expresa de varias maneras, todas estimuladas por las diarreas mentales, la carreta verbal, el poco interés en los procesos para llegar a resultados, la  anomia.

 La discursividad  lleva a magnificar la importancia de las protestas y a creer que se han vuelto el mejor instrumento para “solucionar” los problemas estructurales a base de peticiones.
No se trata de eliminar la protesta social,  sino de hacerla mucho más eficiente y menos desgastadora.  
Palos y piedras, daños a almacenes son un sobrecosto inútil. En cambio, el fortalecimiento del sindicalismo y de las negociaciones  entre empresarios y sus empleados, un ejercicio más proactivo y organizado de la ciudadanía, llevarían a depender menos de un Estado o de lo que se define como “gobierno”, sin distinguir la responsabilidad, local, departamental, municipal y  nacional.
 Reflexionar sobre ese lado de la moneda no lleva a justificar corrupción o ineficiencia.

 Ya es hora de  cuestionar  tanto la manera como  se ejercen la ciudadanía como el periodismo  describe los conflictos sociales producidos por esa ineficiencia o corrupción.

La realidad es que a  no pocos  colombiano  les da pereza mental ejercer la ciudadanía, trátese de  problemas  barriales o  nacionales.

 Esa pereza se reduce a quejemanía, a no querer ver, a confiar en Dios y en el  Pontífice Francisco, a plantear constituyentes en beneficio propio, pero no a asumir con hechos la responsabilidad que implica ser colombiano.

jueves, 14 de marzo de 2013

¿INTELIGENCIAS AUTO-SUB-VALORADAS?


Las palabras, como bien escribía Foucault: “no forman  una mínima película que duplique el pensamiento por el lado de la fachada; lo recuerdan, lo indican, pero siempre desde el interior, entre todas esas representaciones que representan otras.” http://www.youtube.com/watch?v=NYU0_LpvYtQ

  En toda palabra  hay un sinfín de  contenidos, algunos de los cuales se imponen a otros por la costumbre y que reflejan  tendencias, sociales o grupales.

Una de las manifestaciones del énfasis en  diarreas mentales,  en resultados deseados más que en los procesos para llegar o no a ellos, son los excesos de explicaciones verbales. Justifican, o bien inmediatismo o  cierta pereza para analizar  dificultades y pasos para lograr  el fin , o bien las carencias y una autoestima  que todavía, como costumbre colectiva, suele apelar a coletillas.

 Propongo la reflexión sobre sus posibles connotaciones.

SUMERCÉ. Quienes no son cundi-boyacenses (y lo soy) se  extrañan por el frecuente uso del                  “sumercé”. El muy útil diccionario de colombianismos[1]   define  la expresión como “de valor pronominal para la segunda persona de singular, empleada como tratamiento cariñoso y respetuoso, especialmente en la familia“, lo cual es indudable. Pero ¿qué énfasis en la  relación de poder implica desde el punto de vista colectivo? ¿Será de sumisión no crítica?
  
Va mucho más allá de su origen castizo (Vuestra Merced) del cual, según algún cibernauta (loado sea Internet) se deriva al parecer la expresión Usted o UD.

“Usted” tiene peculiares usos en Bogotá (ex Santafé de). Al revés de lo que se supondría:   se usa  en la familia, mientras que el tú se usa con desconocidos (como también mi amor, y madre  que usan no pocos vendedores y que amerita una reflexión sicoanalítica).

Volviendo  al sumercé, ¿Por qué razón se usa tanto, más allá del afecto familiar o de  cierto tonito satírico que algunos empleamos para pedir un favor o matizar una crítica? Se escuchan opiniones.

¡QUE PENA!  A diferencia del uso en Chile (equivalente a  qué pesar), en Colombia y de nuevo  principalmente en el altiplano cundi-boyacense, lo usamos para excusarnos de algún comportamiento negativo.

 ¡Qué pena!  Dicen el que se cuela, la señora  que se va a  buscar  un producto  que se le olvidó  cuando ya está en la  fila de pago y  con la cajera,   quien llega tarde ( generalmente por la excusa del trancón) .

¿ Es entonces esa “pena” una justificación del irrespeto por el otro?

UN TRICITO O UN POQUITO DE PACIENCIA: Como lo recalcó una por cierto mal enfocada publicidad de la Renault, el uso exagerado de los diminutivos es característico de la colombianidad. ¿Por qué? ¿De dónde proviene? ¿Responde a una   actitud sicológica del comportamiento social? ¿Tiene sus raíces  en la sumisión del uno al otro?

A mi modo de ver, es nuevamente  un reflejo de baja autoestima colectiva y de  de desigualdad de ciudadanos, notorios principalmente en  la prestación de servicios (peluquería, tiendas de barrio, comercio en general). Advierto que no se trata de cuestionar o de sugerir cambio  en  el modo de  expresarnos, lo cual es imposible desde lo racional.  Solo de reflexionar sobre los significados del uso en lo cotidiano.

CIAO.  La expresión se ha vuelto  cotidiana, no solamente acompañada por el ridículo beso de una inteligente y capaz presentadora como  Andreína de CM&.   Es  muy utilizada por los jóvenes. Y también  (¡qué pecado!, dirían los paisas) algunos padres y  abuelos.
  
¿Sabe alguien por qué cuando, como y donde se volvió de uso corriente, tan corriente como el OKEY?

En medio de tanta diarrea mental y de tanta inteligencia desperdiciada propongo  hacer un alto en el camino y preguntarnos lo que  refuerza el  fatalismo colectivo: el por qué  “somos así” para utilizar el titulo de la vieja comedia de antaño


[1]   Si le interesa: Academia Colombiana de la Lengua, Breve  Diccionario de  Colombianismos,  Bogotá, 2007, pág 187; y lo de Foucault, en “Las palabras y las Cosas”  o  video de Gaston Campo  en you tube

miércoles, 6 de marzo de 2013

DERECHO FUNDAMENTAL A VER LA PELICULA "OPERACION E"


Muy desapacible  fue la preguntadera estigmatizadora de Camila, de la W, al hermano de Clara Rojas cuando éste  dio a conocer, mediante   razones  válidas y  de interés general, su opinión en el sentido de que  los colombianos debemos ver  “Operación E” http://bit.ly/16958F6
 
 Gracias al derecho que da la libertad de expresión como elemento fundamental de la democracia,  la película  narra otra versión de un hecho público y notorio: el nacimiento en cautiverio  de un niño  de madre secuestrada por las FARC y de padre desconocido que, de no ser por  los cuidados de una familia campesina, habría  perecido.

La película no se ocupa de Clara Rojas, sino de     las    vicisitudes  de esa familia campesina que cuidó al  niño obligada por las FARC.  No hace  la apología de la violencia  sino al contrario: muestra las cruentas realidades de la guerra y del desplazamiento. Hace  buen uso de dos de los derechos  fundamentales del ser humano: creación artística y de expresión.

 El mismo  derecho tiene   el ciudadano Ivan Rojas a expresar su  opinión, que  seguramente le dará al niño, cuando sea adulto, elementos de juicio  para entender su  propia vida.
 Juzgarlo mediáticamente porque no tiene buena relación  con su hermana es, eso sí, meterse en la vida privada, además de descalificar injustamente  una opinión por razones que no tienen que ver  con esa opinión, sino con aspectos familiares.

 Cuando se trata de un  hecho público  y notorio  como el nacimiento de Emanuel y las circunstancias en  que fue devuelto a su madre, no solo no es posible evitar el análisis  de lo sucedido, sino que no se puede confundir la opinión con el morbo  que caracteriza las violaciones al derecho a la intimidad.

Violaciones, por cierto, alimentadas por  las  lógicas comerciales del rating,  en  que incurren muchas veces  los medios de comunicación  en la época contemporánea.

Sería morboso, por  ejemplo,  tratar de averiguar quién es el padre, o las  circunstancias de la procreación si la madre  no quiere  darlo a conocer.

 Pero Operación E se centra en aspectos de interés público como es la realidad de las FARC y de los raspachines;  las injusticias de una justicia que se demoró  seis años en aclarar las dudas  sobre el  llamado Crisanto, mientras que  los  medios lo estigmatizaban como  un criminal.

 Excelentes dirección,  actuación, fotografía y guión  hacen de  Operación E  una  película  que los colombianos debemos ver para evitar el unanimismo  en el análisis de  nuestra historia.

 Oponerse a su presentación en Colombia, además de ridículo desde el punto de vista  tecnológico,  es  creer que  los colombianos  somos incapaces  de apreciar, valorar, deducir, opinar y debatir.