Entre los protagonistas del acueducto de Yopal, del desbarajuste del departamento del Casanare y del desperdicio de las regalías, se olvida mencionar a los principales responsables.
Como en muchos casos de departamentos y municipios,
en vez de fatalismo o revocatorias, lo que se debería
más bien afrontar es la irresponsabilidad ciudadana.
En
términos de democracia, esa irresponsabilidad, característica de la sociedad colombiana,
se refleja en que con solo
votar (o no votar) ya se ha
cumplido con los deberes cívicos.
No nos
digamos mentiras: nuestra ciudadanía es individualista. Acostumbrada al inmediatismo y al asistencialismo, a la dependencia crónica de un estado ineficiente, se recuesta o protesta, pero no sabe hacerle
seguimiento a las obras que necesita o al manejo de los dineros públicos.
Campañas y adulaciones, así como el
cubrimiento periodístico nos pretenden
estereotipar como sufridos ciudadanos que padecen los errores de otros, pero no han sido capaces de estimular
la pro actividad.
Publicidades inútiles valoran el alma, el entusiasmo,
la colombianidad, las hazañas
individuales, pero no el cómo actuar en
conjunto para que la sociedad funcione mejor.
¿No es
acaso irresponsable una ciudadanía que solo considera que ser colombiano es sentir “dolor
de patria” para utilizar una expresión cursi, creer que somos los mejores en
todo, o
apasionarse por el fútbol criollo? ¿No es
irresponsable una ciudadanía que va de Colombia o que se abstiene de votar porque
“este país es una desgracia"?
¿No es irresponsable una ciudadanía que cree que confiando en Dios, todo saldrá bien? Una
estructura mental asistencialista lleva a recargarse en la rama ejecutiva en sus tres niveles (local,
departamental y municipal).
¿Es acaso responsable una ciudadanía que solo
se manifiesta cuando el problema estalla
porque lo ha dejado crecer hasta que las posibles soluciones se reducen o causan
sobrecostos?
¿Una
ciudadanía pasiva, de inteligencias desperdiciadas, que no sabe juntarse para hacer seguimientos de los actos
públicos?
¿Una
ciudadanía que cree que aguantar es síntoma de “amor por Colombia “para
utilizar otra expresión cursi?
El fatalismo colombiano se expresa de
varias maneras, todas estimuladas por las diarreas mentales, la carreta verbal,
el poco interés en los procesos para llegar a resultados, la anomia.
La
discursividad lleva a magnificar la
importancia de las protestas y a creer que se han vuelto el mejor instrumento para
“solucionar” los problemas estructurales a base de peticiones.
No se
trata de eliminar la protesta social, sino de hacerla mucho más eficiente y menos desgastadora.
Palos y
piedras, daños a almacenes son un sobrecosto inútil. En cambio, el fortalecimiento
del sindicalismo y de las negociaciones entre empresarios y sus empleados, un
ejercicio más proactivo y organizado de la ciudadanía, llevarían a depender menos
de un Estado o de lo que se define como “gobierno”, sin distinguir la
responsabilidad, local, departamental, municipal y nacional.
Reflexionar sobre ese lado de la moneda no
lleva a justificar corrupción o ineficiencia.
Ya es hora de cuestionar tanto la manera como se ejercen la ciudadanía como el periodismo describe los conflictos sociales producidos
por esa ineficiencia o corrupción.
La realidad es que a no pocos
colombiano les da pereza mental ejercer la ciudadanía, trátese de problemas barriales o
nacionales.
Esa
pereza se reduce a quejemanía, a no querer ver, a confiar en Dios y en el Pontífice Francisco, a plantear constituyentes
en beneficio propio, pero no a asumir con hechos la responsabilidad que implica
ser colombiano.
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