jueves, 21 de marzo de 2013

ACCION CIUDADANA: ¿PALOS, PIEDRAS, FATALISMO, DISCURSIVIDAD?


Entre los protagonistas del acueducto de Yopal, del desbarajuste del departamento del Casanare y  del desperdicio de las regalías, se olvida mencionar a los  principales responsables.

 Como en muchos casos de departamentos y municipios,  en vez de  fatalismo o revocatorias, lo que se debería más bien afrontar es la irresponsabilidad ciudadana.

En términos de democracia, esa irresponsabilidad, característica de la sociedad colombiana,  se refleja en que  con solo  votar (o no votar) ya   se ha cumplido con los deberes cívicos.

No nos digamos mentiras: nuestra ciudadanía es individualista. Acostumbrada al inmediatismo y  al asistencialismo, a la  dependencia crónica de un estado ineficiente, se recuesta o protesta, pero no sabe hacerle seguimiento a las obras que necesita o al manejo de los dineros públicos.

 Campañas y adulaciones, así como el cubrimiento periodístico  nos pretenden estereotipar como sufridos ciudadanos que padecen los errores de otros, pero  no han sido capaces de  estimular  la pro actividad.
  
Publicidades inútiles valoran el alma, el entusiasmo, la colombianidad,  las hazañas individuales, pero no el cómo actuar en conjunto para que la sociedad funcione mejor.

¿No es acaso irresponsable una ciudadanía que solo  considera que ser colombiano es sentir “dolor de patria” para utilizar una expresión cursi, creer que somos los mejores en todo,  o  apasionarse por el fútbol criollo?   ¿No es irresponsable una ciudadanía que va de Colombia o que se abstiene de  votar porque  “este país es una desgracia"?

 ¿No es irresponsable una ciudadanía que  cree que confiando en Dios, todo saldrá bien? Una estructura mental asistencialista lleva a recargarse en  la rama ejecutiva en sus tres niveles (local, departamental y municipal).

 ¿Es acaso responsable una ciudadanía que solo se manifiesta cuando  el problema estalla porque lo ha dejado crecer hasta que las posibles soluciones se reducen o causan sobrecostos?

¿Una ciudadanía pasiva, de inteligencias desperdiciadas, que no sabe  juntarse para hacer seguimientos de los actos públicos?

 ¿Una ciudadanía que cree que aguantar es síntoma de “amor por Colombia “para utilizar otra expresión cursi?

El fatalismo colombiano se expresa de varias maneras, todas estimuladas por las diarreas mentales, la carreta verbal, el poco interés en los procesos para llegar a resultados, la  anomia.

 La discursividad  lleva a magnificar la importancia de las protestas y a creer que se han vuelto el mejor instrumento para “solucionar” los problemas estructurales a base de peticiones.
No se trata de eliminar la protesta social,  sino de hacerla mucho más eficiente y menos desgastadora.  
Palos y piedras, daños a almacenes son un sobrecosto inútil. En cambio, el fortalecimiento del sindicalismo y de las negociaciones  entre empresarios y sus empleados, un ejercicio más proactivo y organizado de la ciudadanía, llevarían a depender menos de un Estado o de lo que se define como “gobierno”, sin distinguir la responsabilidad, local, departamental, municipal y  nacional.
 Reflexionar sobre ese lado de la moneda no lleva a justificar corrupción o ineficiencia.

 Ya es hora de  cuestionar  tanto la manera como  se ejercen la ciudadanía como el periodismo  describe los conflictos sociales producidos por esa ineficiencia o corrupción.

La realidad es que a  no pocos  colombiano  les da pereza mental ejercer la ciudadanía, trátese de  problemas  barriales o  nacionales.

 Esa pereza se reduce a quejemanía, a no querer ver, a confiar en Dios y en el  Pontífice Francisco, a plantear constituyentes en beneficio propio, pero no a asumir con hechos la responsabilidad que implica ser colombiano.

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