jueves, 16 de febrero de 2017

Estupros politiqueros y sus propuestas leguleyas


Foto MTH

Una de las característicade  la política colombiana – y seguramente la de otros países-  es  prometer para conseguir votos, y mostrar paraísos  artificiales para luego no cumplir.  
Esa  actitud me recuerda cómo uno de mis  profesores  de derecho civil explicaba el  estupro: “prometer para meter  y luego de haber metido, no cumplir lo prometido”. Obviamente, eso nos escandalizaba a las pocas niñas que en ese entonces estudiábamos  la carrera, como hoy  escandaliza a la mayoría  de los  colombianos el comportamiento de la clase política en general, salvo algunos que se salvan del  escarnio general.



 Cada vez más,  en relación  con la política, los ciudadanos  nos comportamos  como   las ingenuas de ayer. Es decir, votamos por  costumbre, nos  indignamos  - y se nos ha  vuelto costumbre-  sin  caer en  cuenta  que  son las  consecuencias  de  haber votado  por costumbre o de habernos  abstenido, también por costumbre.

El problema  es  que  en este  circulo vicioso  y con  ayuda mediática  que le  sirve de caja de resonancia,  nos acostumbramos  a un fatalismo  político cargado de desconfianza  y de generalizaciones.  Las   soluciones se plantean en  términos muy generales  y  a posteriori;   se  debate  un mundo ideal y,  enfrascados  en discursiones teóricas, se abandona la importancia  de la moral colectica, de la ética pública.

El Espectador no  le dio tanta pantalla  a la "noticia"
Como si fuera poco, la crítica  se concentra en descalificar al adversario  de manera emocional en vez  de  destrabar el trancón que  los políticos nos están creando a la mayoría de los ciudadanos que no compartimos ese estilo de hacer política. 

 Ahora, el escenario  estará  copado por  la discusión –utópica  o leguleya, como se le quiera ver-  de una  reforma política que suprimirá la vice-presidencia, ampliará el periodo  presidencial a 5 años,  e impondrá las listas cerradas.  ¡Por favor ! En vez de  ética pública,  hoy  se habla para  mañana,  con  un utópico control de la moralidad  través  de  normas jurídicas como si la  garantía  de  los derechos ciudadanos o  el   deber  de los funcionarios no dependiera sobre todo de  un comportamiento  ceñido  a los valores, más que a las normas.


¿Ahogados en  discursiones?


Por el lado de la ciudadanía,  la capacidad  de  lograr algún consenso  moral se diluye en discursiones ( mezcla de  discursos y  peleadera)  que  terminan saturando. 

   Hemos  perdido  la costumbre - si  alguna vez la  tuvimos-  de evaluar a los políticos en forma distinta de la emocional.   Que partidos como Cambio Radical hayan  dado el aval a  desastrosos  gobernadores y congresistas  corruptos pierde importancia ante  el intercambio de insultos  de Vargas Lleras   con  nuestros vecinos.    Sin embargo, es  más  que un campanazo, un mazazo de alerta  sobre la manera como  se comentan los temas  políticos,   y  se  desaprovecha la oportunidad de interactividad que  dan las redes sociales.

No cabe  duda:  los ciudadanos  abstencionistas o no,  también somos responsables.  Estamos propiciando el fatalismo al hacer más énfasis en las características caudillistas de los  candidatos a  cualquier cosa, trátese de    aspirar a la presidencia,   de congresistas  y  últimamente   de los magistrados de las cortes,  cuya  mediatización es proporcional a la mediocridad de sus   sentencias.  Nos  dan circo y ni siquiera pan, porque así  lo  aceptamos.

En el  campo político,  además de enredarnos  con los escándalos,  en los  insultos, en las  contradicciones de  funcionarios  que un día desdicen   de lo que  dijeron el  día anterior,  aceptamos sin exigir, o ni  siquiera  nos enteramos ( gracias a la mediocridad  mediática)  que  entidades  tan importantes como la Unidad de Análisis  Financiero    quedó    sin cabeza  durante nueve meses.


Esa obsesión por creer mas en  lo imaginado que actuar  sobre  lo real se refleja en las reacciones que ha habido al Código de policía, sobre el que,   a las mil y quinientas   se han presentando    50 demandas de inconstitucionalidad que congestionan a las cortes.  Resulta sintomático cómo la  convivencia  se escribe en letra pequeña, sin suscitar  comentario alguno. En  cambio,  convivimos  con y  nos apegamos al inciso,  parodiando  el verso de Valencia, “sacrificando un  mundo para pulir un  numeral”.   Y mientras se reúnen los Nobel en Bogotá, pasa  sin reacciones     que   en  2016  fueran asesinados   116 lideres sociales, según datos de Fundepaz.

Pero  eso no es  todo.  El apego a lo   jurídico (para no decir lo discursivo-leguleyo), tanto como   el énfasis  en promesas mas que en resultados o procesos,  lleva a  acentuar el fatalismo  y a la  desestructuración de las instituciones, cuando  los  resultados son,  en consecuencia,  desastrosos. No solo en cuanto a salud,  llegándose a convertir la tutela  en la  manera de  obtener   la prestación  del servicio,   o  en  el proceso de paz  en cuya “implementación”  se  incumplió ofrecer  los mas elementales  y básicos servicios de inodoros y agua.

Es hora de  entender que  en  relación con la función pública y la prestación de servicios, las protestas y las marchas  a posteriori no solo no sirven, sino que demuestran la incapacidad ciudadana para  vigilar,  ver , prever, y  sobre todo  cumplir con sus deberes  sin acusar al otro de no cumplirlos.  Porque las   protestas,   como en el  caso  de la inaceptable  prestación de servicios  de energía,   llegan  tarde, después de la  previsible   muerte de Electricaribe y  otras empresas;  de la venta de ETB  o de las  mimetizadas ineficiencias o corrupciones  que  vendrán.


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