Pocos académicos tienen la capacidad de explicar lo esencial de manera sencilla, es decir, desde los contextos – no solo nacionales y provincianos sino globales históricos y humanos-.
Pocos académicos se sitúan desde el realismo y el pragmatismo, más allá de lo que suelo llamar “las inteligencias desperdiciadas” en Colombia.
Moisés Wasserman, químico de la Universidad Nacional (luego fue su rector), PHD de la Universidad de Jerusalén y Pos doctor de la Universidad de Nueva York, es uno de ellos. Pero además, en un país de caudillitos -el calificativo es mío-, el autor advierte que prefiere hechos y procesos a actores y protagonistas. Por eso hay que leerlo como se deben leer ciertos libros, con ganas de aprender, y no para refrendar los propios conocimientos, o untarnos de estadísticas que poco dicen si no son explicadas en su verdadera dimensión.
Por ejemplo, ¿Qué consecuencias tiene que la educación rural vaya a la zaga – lo que todos sabemos- de la urbana, y que haya una grave desigualdad en la calidad de la educación que incide directamente en nuestra inequitativa sociedad? ¿Cuales pueden ser las soluciones? En cuanto a lo rural, una es continuar por las sendas de no pocos proyectos que ya existen como, por ejemplo, La Escuela Nueva, la Utopía de la Universidad de La Salle, el PEAMA de la Universidad Nacional, que buscan ofrecer oportunidades a estudiantes de zonas apartadas, pero con la garantía de que no serán esfuerzos aplicados luego en otros sitios, sino avances creativos para esas regiones de origen.
¿Cuantos colombianos pontifican sobre la educación pero no saben qué contienen los planes decenales de educación? La sorpresa puede ser descubrir que hay cierta consistencia en todos ellos, y que el problema radica más bien en “aquello que se debe hacer”.
¿Sabemos por ejemplo, que el sistema de Educación Superior colombiano es “sui generis en América Latina y el Caribe… porque cada uno de los dos sectores, oficial y privado, atienden aproximadamente a la mitad de la población estudiantil”? (Pág. 120?) ¿No es simplista -la pregunta es mía- que programas electoreros presentes o futuros pregonen educación gratuita para todos sin propuestas concretas para esta circunstancia peculiar de Colombia?
Una primera conclusión del autor que va en contravía de los estereotipos: la educación sí ha sido ”permanente preocupación” de los gobiernos y no está tan mal como se cree. Por eso, “ una gota de optimismo no sobra” – comenta. Eso es bueno, dada nuestra tendencia mediática a no buscar lo rescatable en el maremagnun de “errores”.
El 53% de los egresados de secundaria logra entrar a la universidad y hay mayoría de mujeres. Se ha avanzado mucho en investigación en el nivel Superior, pero la pregunta es si esa investigación es la que necesita el país.
Respecto de la que Moisés Wasserman recalca como “edad crucial” para la educación ( de cero a cinco años), se ha avanzado en gratuidad y nutrición, pero muy distinto es cuidar que educar.
Observa que la creencia, en buena parte del público general, según la cual los objetivos de nuestra educación se enfocan más en lo memorístico no es cierta, al menos en los planes nacionales de educación.
Otra conclusión: pese a que la cobertura ha aumentado, la calidad es el mayor cuello de botella para la tan cacareada -el termino es mío, no del doctor Wasserman- palabra de moda “innovación”. Profundizar en ese aspecto implica tomar una serie de medidas prácticas, como revisar ciertos posgrados; o diferenciar entre entrenamiento y educación en tecnologías , lo que no hacen muchos empresarios cuando piden más tecnólogos.
Y su análisis sobre los maestros revela facetas que la pasión sindical o política ocultan.
PISA ES CLAVE
Los resultados de las pruebas PISA muestran la parte del vaso medio vacío. No nos hagamos ilusiones con el ingreso a la OCDE si no somos capaces de alcanzar lo que ello significa.
La prueba PISA es definitiva porque mide las competencias para plantear problemas de la vida real en términos matemáticos, para hacer análisis de texto, y entender fenómenos físicos con base en conceptos científicos actuales.
Pues bien: No hay mejora en Colombia del 2006 al 2018. “nuestra calificación está entre 75 y 90 puntos por debajo del promedio de la OCDE”. Ni hablar de Singapur. Es decir que “ nuestros jóvenes de 15 años deberían estudiar cuatro años más para alcanzar un nivel equivalente a los de Singapur” (Pág.96)
Con la manera sencilla de los verdaderos sabios, el doctor Wasserman concluye que “ hay que ajustar rápidamente los sistemas educativos para enfrentar los cambios en la realidad ( Pág, 218).
Me permito agregar que esa urgencia también se aplica a los contenidos mediáticos y a sus usuarios. A mi modo de ver, la alabanza o la crítica en favor o en contra de los programas electorales y, en especial, la polarización , han obnubilado la capacidad de análisis. Y no solo en el análisis de lo que necesita la educación colombiana. De pronto, si se siguen descuidando, mejor ni se presenten siquiera a las PISA...
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