lunes, 1 de octubre de 2012

La peleadera




PELEADERA, CAUDILLISMO Y  TRABAJO EN EQUIPO

 En el mundo real de la Colombia  territorial, las relaciones interpersonales  entre los colombianos son bastante más complejas que en lo virtual. En demasiadas ocasiones rige aquello que un sanandresano me definía como la Ley de la Ventaja.  En su caso,  la aplicada por  los atropelladores  venidos de la Colombia continental sobre los raizales del archipiélago.

 Hace muchos años, la descripción de  un funcionario internacional   me pareció  de una  asombrosa exactitud:
Cualquier discusión la toman ustedes de una manera muy personal. Difícilmente aceptan perder. Cuando se debate un tema álgido en una reunión, uno está acostumbrado  a que, al final de la reunión, cambia el tono y las relaciones entre las personas se normalizan.  Cuando hay divergencias entre ustedes, en cambio, es como si se les fuera la vida.

 A partir de allí, el atarván o el  ventajoso  encuentran un clima favorable. Desde  otra perspectiva,  esa relación disfuncional entre colombianos produce en la víctima o  quien ni siquiera alcanza a serlo, la reacción de  pasar agachado  y el temor a asumir  las consecuencias de la realidad. Estas características relacionales, en su grado extremo, explican la  acumulación de nuestras  violencias  en distintos escenarios: el hombre despechado que le echa  ácido en la cara a la mujer que rompe la relación (“ si no es mía no será de nadie”);  el maltrato intrafamiliar ( “el que manda aquí soy yo” ; las masacres de los  paramilitares y las  minas antipersona de la guerrilla (aunque no gane, gano), los asesinatos de sindicalistas o de maestros ( como lo matamos, ya  no existe). Así,  las cadenas de odio  se reproducen insistentemente por una necesidad atávica de excluir al otro.  

 Las consecuencias,  en términos colectivos, por parte del resto de la sociedad que no participa de estas cadenas  de violencia, son múltiples. El debate público, ingrediente   fundamental de las democracias y sin  el  cual la libertad de expresión no tiene sentido  se reduce a tomar partido de una manera emocional en la que lo menos importante es la parte argumentativa y lo que más importa es estar a favor o en contra.

 Otras consecuencias: acentuar el  fatalismo (propio de los absolutos como “la justicia no sirve para nada”. Pero también, quizás reacción de  la mayoría de los colombianos, encerrase en su propio mundo, ignorar lo que está sucediendo, no sentirse afectados, marginarse, pasar agachado, acudir  al chiste como una catarsis sin afrontar la realidad.

En cualquier caso, queda un rescoldo cultural que se reproduce más o menos sutilmente en comportamientos sociales. Consiste en actitudes que, si bien no son extremas ni delictivas llevan, en un amplio espectro, a comportamientos relacionales que van desde la anomia hasta la hipocresía, la inautenticidad, la mezquindad, el “me tiro al otro porque si, aunque  yo no tenga la razón”.

HACIA LO SISTÉMICO

En  los estudios sociales  se ha subvalorado la importancia específica de la comunicación   y Colombia no es la excepción.

 Las disciplinas están en Colombia muy encerradas  en sus respectivos saberes, como la sociología (en particular la violentología), el derecho, la antropología, la ciencia política, la sicología social y el trabajo social. Por su parte, en cierta forma cusumbosolos y poco tenidos en cuenta, los teóricos de la comunicación se han alejado de la realidad, no solo por voluntad propia de encerrarse en su mundo  sino también porque la comunicación no ha encontrado el debido soporte científico que la  construya como campo, para utilizar la expresión bourdieusiana.

 De manera general, ni los politólogos ni los  sociólogos,  con pocas excepciones, se han metido a fondo en el  tema.  Manuel   Castells  lo ha hecho,  no solo para explicar el fenómeno de la Galaxia  Internet  o la era de la información, sino también para analizar el poder desde la comunicación. Con estos pioneros se empieza a vislumbrar la importancia de su dimensión para explicar al mundo y los nuevos interrogantes  sobre los  ecosistemas  de los seres humanos con el advenimiento de lo digital virtual. Aspectos como la fragmentación de la identidad, posible al asumir diversas personalidades en la red van creando espacios y tiempos en que la vida real se vuelve tan solo un aspecto de la existencia, lo que debe llevar a repensar  nociones como político, sujeto, nación y a profundizar en el aspecto relacional.

 En la realidad real de los colombianos, los comportamientos cotidianos recalcan cómo el predominio del individualismo ha  minimizado el sentido de lo colectivo hasta el punto de que  tanto en el sector privado como en el público - pero sobre todo en este último- el interés común no logra incidir mayormente en la eficiencia del trabajo en equipo. Dos actitudes  comprueban esa aseveración.

La primera, la impuntualidad en las reuniones de trabajo, una costumbre que le da la prioridad al que llega tarde,  que se refleja  también en  el incumplimiento de los plazos para  entregar  pedidos o trabajos académicos. Como en el caso de la señora del supermercado que justifica su irrespeto a los demás con un “¡qué pena!”,  el retardado adquiere por costumbre el derecho a que se le repita lo que  se  adelantó antes de su llegada, gracias a una vaga disculpa “excúsenme, pero el trancón, tuve un inconveniente, me dejó  el bus, se  enfermó mi mamá,  etc., etc…”

La segunda actitud  tiene que ver con el desinterés por lo que hacen los demás, combinada casi siempre  con el celo por conservar los feudos de poder.  Ese desinterés estimula la desconfianza,  la “peleadera”  y  lo que los bogotanos llamamos  mala leche, que no solo perturba el clima organizacional, sino que contribuye a la ineficiencia. En la academia, esa actitud tiene varias facetas: el miedo a mostrar el producto del trabajo intelectual, no solo por temor casi siempre infundado a que alguien se lo robe, sino a la – esa si fundada-  la crítica  de los pares, por  la propia mediocridad y la carencia de innovación, sobre todo en las ciencias sociales, enroscadas en diagnósticos repetitivos.

 ¿Y DE LA COLOMBIANIDAD QUÉ?

 En un  esquema de democracia por bandos y bandazos, tan lejano de una democracia argumentativa y racional, el juego de poder no está en buscar un consenso fundacional entre las verdades sino en tener el poder suficiente para transformar la mentira en verdad, sobre la base de que una sola verdad es la que debe predominar sobre las otras.

Lo que caracteriza el debate público de las inteligencias inútiles es entonces la emocionalidad, que prefiere la exaltación a lo argumentativo  y la peleadera al consenso. Se fomentan así las diarreas  mentales en vez de la investigación y de la precisión, se mantienen las desigualdades sociales, el poder de las roscas y de los clanes, nuestra mediocridad en las disciplinas científicas y sociales .

El tip positivo : La creatividad artística  es a veces una punta de lanza  de la reacción contra la ceguera colectiva. Recientes películas colombianas como Páramo muestran de manera  vanguardista, emocionalmente conceptual, el papel de lo relacional en la espiral de la violencia, lo que  presupone  apelar a la  reflexión argumentativa  racional para traducirla en lo emocional y en lo estético.


(Del libro en preparación “Colombia y sus inteligencias  inútiles, desperdicios de  pasión y de procesos”. No  citar  la fuente lo demerita a Ud.,  no a mí)

(Continuará) 



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