Tomado de El Tiempo |
Así como el
Fiscal y el Procurador pretenden
reescribir la historia del Palacio de Justicia desde sus cargos, así
también ha habido
una discursividad, de las que
llamo diarreica, sobre el tema del perdón.
Advierto de una vez
que no me refiero a la filosofía católicamente
muy estructurada del perdón como
un acto religioso, que respeto profundamente.
Muy distinto, a mi modo de ver, del
cuestionable carácter civil del
perdón, herencia cultural de nuestros conquistadores. Una costumbre
arraigada en mentalidades en las que predomina la confusión entre el deber civil y el religioso, y lleva a ambiguas argumentaciones.
Por cierto, sea dicho de paso, una costumbre muy arraigada en algunas regiones. Muchos no entienden
por qué los bogotanos y sobre todo las bogotanas vivimos pidiendo perdón
en vez de excusarnos cuando afectamos al otro por algún comportamiento y aún cuando tan
solo pedimos permiso para
pasar.
Pero
volviendo al perdón civil como tema de debate, sobresalen cuatro casos:
Por un lado
el Presidente Santos al pedir
perdón, ha cumplido una “orden” de
la Comisión Interamericana que todo el
mundo había olvidado, añadiéndole
su convicción personal, que podemos asumir profunda. Pero ni la una ni
la otra tienen suficiente contenido como para incidir en los cuatro pilares de verdad, justicia,
reparación y reconciliación.
tomado de El Espectador |
En
el otro extremo de la ética pública [1] la ex
ministra de Comunicaciones Noemí Sanín, dijo que
ella no pediría perdón - lo que si hizo Belisario Betancur- porque no tenía algo que reprocharse, en una convicción personal que podemos asumir también como profunda. Sin embargo, esa actitud no puede ser confundida con la absolución
de su comportamiento, a todas
luces equivocado - aunque no delictivo-
y que, en el caso de la exMinistra, se refleja en el dicho popular “tapen tapen” supuestamente
para proteger a la ciudadanía de
lo que de pronto no entiende.
Esa convicción de la inmadurez ciudadana por
fortuna desvirtuada en la era de
la información por personas como el bloguero – entre otras actividades- Glen Greenwald y Edward Snowden, quienes entre el derecho a saber y el “secreto”
de Estado han señalado la prioridad del primero desmitificando el segundo cuando se trata de arbitrariedades y de abuso de poder.
Pero en todo este reburuje de perdones y no perdones, hay dos
declaraciones que a mi modo de ver
traen una meridiana claridad al
tema.
La primera, del Ministro Yesid Reyes cuando le preguntaron si iba a perdonar a los que mataron a su padre. Tuvo una respuesta
concisa y profunda : “ a cada uno
le corresponde decidir individualmente
si perdona o no perdona”, con lo cual
reiteró que se trata de una decisión íntima que no tiene por qué volverse una
encuesta sobre cuantos perdonan y
no perdonan ( esta segunda reflexión es de la suscrita, no del Ministro),
ni volverse una declaración oficial.
La
cuarta declaración, muy pensada y
escrita, fue la de Antonio Navarro
en el diario El Tiempo. Una constancia mucho más inteligente que la de Petro[2].
http://bit.ly/1M7K2vm en la que pausadamente reconoce el error de su movimiento.
Esas
dos afirmaciones me remontaron a
un sobresalto que tuve hace muchos años cuando escuché por radio a la abuela de
Bernardo Jaramillo Ossa, a la que le acababan de anunciar que habían asesinado
a su nieto, decir: “yo los perdono”.
Me estremeció de tal manera, que pensé: “no
es posible que se perdone esto. No se puede perdonar así de rápido. Esto es
mucho más que una ofensa, es un crimen; y perdonar no me va a sacar a mí
ni a nadie del horror o de la venganza”. Por supuesto
ella lo dijo de manera
espontánea y cristiana.
Pero
muchos colombianos se han acostumbrado a
dar por hecho que reacciones como
esta y las de ofrecer perdones equivalen a sanear públicamente la ofensa, sacándole réditos
como en muchas ocasiones ha
sucedido en Colombia. Y no solo con narcos y paramilitares.
Me impresionan más las
abuelas y las madres con
diferente actitud. Por ejemplo, las madres de los mal llamados falsos
positivos, es decir, de las ejecuciones extra judiciales por miembros de
las fuerzas armadas. Ante esa
valerosa decisión de no rendirse, el perdón pierde importancia: lo importante, lo que deberían resaltar los medios en vez de buscar quien perdona, es que esas madres no aceptaron la realidad
como inevitable, no aceptaron que
hubieran asesinado a sus hijos.
Porque hay una diferencia entre equivocarse y pedir perdón, aceptar y perdonar. Es más constructivo para la autoestima de los familiares de las víctimas que no haya una aceptación tácita de la ofensa.
Unos límites que llevan a reconocer sin ceder: "sí, usted hizo eso; si, yo hice eso ; sí se equivocó; si me equivoqué; pero no
me voy a vengar, y no basta con que le diga al otro "perdóneme": voy a luchar para que haya verdad, justicia, reparación.
Y el
perdón, entonces, no puede ser
una base para que socialmente haya verdad, justicia, reparación, y
reconciliación.
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