viernes, 6 de noviembre de 2015

EL PERIODISMO COMO NOTARIO EN EL HOLOCAUSTO DEL PALACIO DE JUSTICIA



 Gracias al periodismo, la tragedia  del Palacio  de Justicia  no terminó en la penumbra del olvido como tantos hechos macabros de nuestra  historia.


 Pocas  veces ha tenido  un papel  tan fundamental  para la  memoria colectiva.

No fue como el periodismo del panfleto   del siglo  19,  ni el incendiario  del 9 de abril, ni el de las mesas de trabajo  del  2015.  Por primera vez en 1985 se le dio un sentido a la antes impensada repercusión  histórica  de la   radio y  la televisión, gracias  a la reportería.

La absurda decisión de la Mincomunicaciones de   transmitir un partido de futbol  cuando  el  Palacio ardía  contrasta con la  determinación de los  reporteros de  captar lo que  sabían iba a  ser unos de los acontecimientos con mayor  trascendencia en los años posteriores.

Pero la reportería   audiovisual  no habría podido   hacerse sin la tecnología y los seres humanos  que apoyaron  a los ojos y oídos de los reporteros:  en televisión, los camarógrafos y sus auxiliares que cargaban pesadas caseteras;  en prensa,  los  arriesgados fotógrafos; en radio, los  que estaban  pendientes  del  ajuste de  los micrófonos que captan el sonido ambiente, los gritos,  el miedo, las angustias. Y todo aquello sin  teléfonos celulares, por cuenta propia  y con una adrenalina que quienes dirigíamos  noticieros [1]  pudimos  sentir de una manera tan honda que nos dejó marcados para toda la vida.  

 Muchos de esos reporteros, camarógrafos, fotógrafos han quedado   en el anonimato.  En todo caso,  su hazaña es subvalorada ante el chorro de discursividades posteriores.  Pero  ellos estaban en el aquí y el  ahora;  ellos fueron los que  detectaron que salía  gente viva del Palacio de  Justicia, los   que plasmaron los primeros testimonios.  Su trabajo fue un aporte   fundamental en  el esclarecimiento de los  hechos. Y no solo en los procesos,  sino  como apoyo  a la  legítima obsesión de los familiares  para  encontrar el rastro de   las víctimas a pesar de las mentiras.   

Otros,  como Ramón Jimeno, con “Noche de Lobos” (1988),  Juan Manuel López Caballero, que creó una Fundación   para el esclarecimiento de los hechos del Palacio de Justicia,  y también escribió un libro,  se  dedicaron  desde el comienzo a  una minuciosa y completa investigación porque  percibieron que el impacto de  la barbarie  sería  definitivo  para la justicia y la democracia.

A mi modo de ver, tres  libros, dos de ellos poco mencionados,  a mi modo de ver los  más decisivos, escritos  por  esos  notarios audiovisuales  o  periodísticos.

 Los reporteros Jorge Enrique Rojas  y Germán Salgado,  que trabajaban en Todelar,   plasmaron  en  “¡Que cese el fuego!  Testimonio” (Ariel y CNP,1986)  lo que  preguntaron  desde las tres primeras y cruciales horas. Sin aderezos, supieron preguntar lo que había que preguntar   para obtener  respuestas en las  que  “ las palabras tienen tanta fuerza  y  tal connotación que  el lector va  sacando sus propias conclusiones sin mucho esfuerzo” [2]   

Un curioso personaje,  Manuel Vicente Peña  ( Las dos  tomas ,  Fundación Ciudad Abierta, 1987),   recopiló y recortó lo que salía en los medios  en  esos días  en los que no existía lo digital. Hicieron también entrevistas  inesperadas, que constituyeron la base de muchas investigaciones y libros  posteriores.  Y  lo califico de  “curioso”   no solo  por su personalidad  indefinible e hiperactiva,  siempre con botas y vestido negro, que presidió  la  Asociación de  Choferes no Matones.  Accedió a las grabaciones   de los equipos  de comunicaciones  del operativo militar, hechas  7  horas después  de la toma con   Arcano 6  Arcano 3, y  Paladin 6 entre otros .  El fallecido  Manuel Vicente Peña   se ensañó  en vida  contra Javier  Darío Restrepo y la  suscrita,  inundando las    redacciones de  acusaciones   sobre nuestra supuesta persecución  contra él, pero no se puede  negar la importancia de los testimonios y recortes  que contiene  su libro , que transcribió todas  esas  grabaciones, las cuales han   resultado decisivas para  demostrar la barbarie de algunos militares.
 
Ana Carrigan, periodista y cineasta  irlandesa,   cubrió   la toma  para  el Sunday Magazine del New York Times.  Escribió  en inglés , en 1993, “The Palace of Justice,  a ColombianTragedy”,  quizás el mejor  de todos los libros,  por   la diversidad de testimonios y de fuentes minuciosamente  señaladas al final de cada capítulo,  su manera de narrar y  su  equilibrio en el análisis. Además, a mi modo de ver,  es la que  relata mejor   el papel del  periodismo y aquella que llama “conspiración del silencio”.  La  segunda edicion del 2009 [3]trae un epilogo,   también  fundamental, de Constanza Vieira sobre  el  papel de la fiscal  delegada  ante la Corte  Suprema  de Justicia, Ángela María  Buitrago. Un libro  de obligada lectura.

German  Castro Caicedo  “el  Palacio sin máscara”(2008),  maestro de maestros aunque uno no comparta  su  apreciación sobre  la objetividad.  Maestro  también de la lectura minuciosa de documentos,  y que  como Carrington   entrevista  las bases  ( soldados rasos, guerrilleros , jueces) a los que les hizo  seguimiento desde el comienzo. Como  Rojas y Salgado  ,   el libro  es  un tesoro de  documentos y testimonios, todos  entrecomillados, y conseguidos con el rigor que lo caracteriza.


Y por el lado del poder….

 Saliéndome  del periodismo, dos libros,  testimonios desde el  poder,  muestran  lo  inadecuado que  es  hablar de El Gobierno   sin desmenuzar  sus componentes. En este caso,  Jaime  Castro y  Enrique Parejo, ministros   de Gobierno  y Justicia, dan versiones muy diferentes:  el uno de  total  y  amañada defensa de la historia oficial y el otro  de constancia  sobre  su papel , sus propios errores y  su  percepción de los responsables de la  tragedia.

JAIME CASTRO “Palacio de Justicia, NI GOLPE DE ESTADO NI VACIO DE PODER” (Norma, 2009)[4] . Llega a decir  sobre  el presidente  Betancur y los jefes  máximos de las  Fuerzas  armadas y de la policía: “desde mi punto de vista fue  claro que consistentemente, sin limitación alguna, ejerció su papel de jefe máximo de las Fuerzas Armadas y  de la Policía Nacional  durante todo  el tiempo  y que   obedecieron, como es su  deber,  a las decisiones del poder civil”.  Se verá  en calzas prietas   cuando lo cite la  fiscalía , ante las evidencias  acumuladas en estos treinta años.  

ENRIQUE PAREJO. “ La TRAGEDIA DEL PALACIO DE JUSTICIA, Cúmulo de errores  y abusos”, editorial Oveja  Negra, 2010.  
El libro es la constancia  histórica,  de  un hombre valiente y  pulcro,  que  reconoce sus propios errores y los ajenos, en una versión que contrasta con la de  Jaime  Castro, cuando escribe: “Tanto el Presidente como los ministros simplemente  fuimos dejados de lado, no estuvimos en capacidad de  valorar las decisiones que los militares tomaban y ejecutaban,  que en su mayor parte ignorábamos. Con excepción, naturalmente, del Ministro de Defensa. Duele  admitirlo  pero los hechos de esos dos días nos fueron atropellando a los ministros, sin que hubiéramos tenido ni la capacidad, ni la oportunidad, de cambiar su rumbo”[5]

 Grises, interminables y discursivas   sesiones de lo que algunos consideran  no tuvo el carácter de    Consejo de Ministros. Una discusión que, según  Parejo, pierde importancia  ante  la realidad de que la fuerza publica no acató la orden  presidencial de hablar con Almarales ni  el aplazamiento de la voladura de  la puerta  metálica  [6], ni el dialogo  humanitario con  la guerrilla, durante la toma.  Unas sesiones en las que las únicas  posiciones  en  favor de los rehenes, provinieron  de los ministros  de Justicia, educación y  comunicaciones.  Un Presidente abrumado  que no se merecía  el  poco apoyo  que  encontró  en sus  ministros.  Unos ministros   aislados de la realidad , una incomunicación que reafirma  el rol protagónico  del periodismo:  se enteran por  radio de  la muerte del Presidente  de la Corte[7] y no por el Ministro de Defensa.  

Ahora,  cuando  cuatro ministros  de la época  serán  citados por la  Fiscalía,  poco tendrán  que   decir  salvo  tratar de defenderse o  sostener la caña de  su equivocada interpretación como en el caso de Jaime Castro.  Porque desde hace  30 años,  los periodistas que cubrieron los hechos sabían lo que estaba realmente sucediendo.  Y su trabajo  fue  lo que realmente  mantuvo  viva  la   llama  de   no creerle a la historia oficial.





[1]  Fui la primera mujer   que  dirigí  un Noticiero de TV en Colombia,  el   Noticiero Promec.  Lo recuerdo sin pedantería, solo porque nadie se acuerda.
[2] Prologo de Cristóbal González, entonces  Presidente del Colegio nacional de periodistas
[3] Traducción de    Clorinda Zea,  se hizo con fondos  de Colombian  Studies  Institute , Latinamerican and Caribbean Institute, Florida International University,    ICONO, (2009)
[4] A quien le  tocó   el drama personal de   que su esposa estaba atrapada  en el   Palacio de Justicia .
[5] pag.160
[6] pags  123 y siguientes
[7] pags 200 y ss.

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