No me refiero al título de la película satírica de Luis Buñuel [1] ni a la tercera o cuarta edad en una época en que muchos de los que pertenecemos a esa categoría nos teñimos el pelo.
Tampoco me refiero
a esa sintomática actitud de
los partidarios de macabros antecedentes fascistas en política, que nada
tiene que ver con el sentido de la
canción de Juanes, valga la pena
aclarar.
Me refiero a aquellas zonas grises que la
polarización pretende considerar
como mediocres, y que las
encuestas califican como “no sabe, no responde”.
Resulta que sí sabemos y
sí respondemos, pero no
contamos para nada en un ambiente de discursividad diarreica en que cualquier
tema envuelve el clima “quien no está conmigo está contra mí” y en que
el caudillismo, la costumbre de vociferar
y la
locuacidad se miden en términos de quien grita más y quien tiene
más ego alborotado.
Con ambigüedades
como la palabra “paz” ( ver
glosario) resulta muy fácil que
el diálogo sobre
posconflicto y, los meses venideros, sobre plebiscito,
se vuelvan una manera de no prepararse
para lo que está por venir, de eludir responsabilidades y de
seguir en ese terreno fangoso
poco propicio para el cambio, del que
venimos hablando desde el
florero de Llorente. Lo grave,
por supuesto: ha causado demasiados sacrificios
en vidas humanas , en próceres y
en estancamientos.
Un médico
de auténtica dimensión social y
humana ( de esos que no lo despachan a uno en cinco minutos) me comentaba su preocupación por
cuanto había un punto que
consideraba intolerable en relación
con las FARC : el reclutamiento de
menores: ¿Cómo así que no va a
tener cárcel quien recluta a la fuerza , arrancándolos de sus padres ,
a los niños? Pero también
encontraba injusto que se le considerara
anti- paz, cuando él , un
médico común y corriente,
había dedicado toda su vida a enseñar a los futuros médicos o a salvar
vidas y no se le podía
estigmatizar como uribista.
Con sus palabras, me planteó un interrogante que se
debería plantear todo el que
piense votar por el SI en el plebiscito, pero tiene
ciertas muchas dudas, no
necesariamente emocionales, en aspectos
como la aplicación de las sanciones, la participación en política , la justicia transicional, etc.
Procuré, en parte, aclararlas ( haciendo también el ejercicio para mi
misma):
- La ratificación de los acuerdos no implica una adhesión al Presidente Santos, que comete cada vez más errores, a mi modo de ver, y cada vez más rodeado de una rosca de aulicos, en este segundo periodo.
- Tampoco implica nuestro voto un visto bueno al Presidente Gaviria, al tibio en estas materias Vargas Lleras, al partido Liberal, conservador, verde, amarillo o de cualquier color. Ya pasó la era de los que nos decían por quien debíamos votar ( que por fortuna tampoco me tocó[2])
- El plebiscito no es para la “paz” sino para los acuerdos con las FARC, que representan una minoría de los problemas del país ( 20% de homicidios, no son bandas criminales como Bactrim etc.).
- El único castigo no puede ser la cárcel.
- Ya hay aplicación concreta de los acuerdos sobre desminados y sobre no reclutamiento de menores.
- Las reflexiones sobre la “paz”, es decir los acuerdos, no pueden ser emocionales (de odio o amor)
- Continuar con la mal llamada “guerra” [3] es continuar con reacciones violentas.
Zonas grises son las
que contienen a la mayor cantidad
de colombianos , cualquiera que sea el
origen político, religioso, económico, generacional, de género.
Y sin embargo,
las zonas grises desaparecen en el poco imaginativo cubrimiento periodístico, sobre todo audiovisual, o en los mal llamado
“debates”.
Así actúan la mayoría de medios de comunicación audiovisuales, reporteros que acosan a las
cúpulas en vez de investigar, periodistas
que siguen al Presidente sirviéndole de caja de resonancia sin ningún tipo de análisis ( ejemplo, CM&) pero también cierta prensa solapadamente
interesada en mantener la polarización y en minimizar la importancia de la
desigualdad bajo apariencias de “equilibrio”
.
Distorsionan así el sentido del debate público. Consideran que a las zonas
grises pertenecen los que
los ya desuetos marxistas
llamaban el lumpen proletariado, o lo que el uribismo
llama castrochavismo, términos igualmente decimonónicos.
¿ Es posible hacerle un clic a esa mentalidad? Por
ejemplo, el diario El Tiempo del señor
Luis Carlos Sarmiento es de
una discreción diplomática, y dosifica muy bien su cubrimiento de las zonas grises en temas
que no representan peligro para sus intereses. Pero
tiene también aciertos en financiar
ciertas obras de interés común. En general los medios escritos y audiovisuales colombianos no “son” de las mafias delincuenciales y han pagado su precio en secuestros y en vidas por ello.
Sarmiento Angulo tiene
aspectos positivos; su fiscal
también las tendrá, como las tuvo Montealegre- . Y, aunque me cueste decirlo, el
Señor Procurador, para continuar con los ejemplos, no roba al Estado y el Senador Uribe no es el
“monstruo” que algunos describen.
Lo que fomenta
un ambiente de violencia es, sin duda, el cotorreo polarizador, anteponer los intereses o emociones particulares
en el análisis o la evaluación del contrario. Los que pertenecemos a las zonas
grises, tenemos en ese sentido, una
ventaja comparativa. ¿ Pertenece usted
a esa
zona? ¡Bienvenido!
[2] al Dr.
Carlos Lleras Restrepo, con quien
trabajé en nueva Frontera , ni a Luis
Carlos Galán se les habría ocurrido decirme que tenía que votar por ellos. Al contrario: les encantaba que los controvirtiera.
[3] Es un conflicto interno armado, entre un ejército regular y un grupo armado . No es
tampoco una guerra civil porque
la población no está masivamente involucrada, aunque sufre, eso
si, las consecuencias.
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