Acostumbrados como estamos a las polarizaciones y a la discursividad leguleya, la evaluación de nuestras instituciones no admite matices, que son los que más se acercan a la realidad. Se analizan en términos de lo bueno o lo malo, pero no en cuanto a eficiencia, garantía o cumplimiento de los derechos de las personas.
Muchos medios y periodistas sirven además de caja de resonancia de una realidad ficticia en la que importa menos el sentido de las instituciones que quienes las ocupan.
Gracias
a lo mediático, el peso de las cúpulas, es
decir, en el caso de la administración de justicia, las Cortes ( Constitucional, Suprema y -aunque en menor
grado- el Consejo de Estado) es tan desproporcionado como
en lo político los vitrineados jefes de partidos, que pontifican sin bases reales de apoyo
ciudadano, o los parlamentarios que
no representan a quienes los eligieron
sino a sus propios intereses.
Lo
sustancial -que la institucionalidad funcione- se diluye por los vericuetos
de los procedimientos. El incumplimiento se ve justificado
por la propia discursividad, que
no se preocupa por el “cómo” sino por las promesas teóricas o los futuros promisorios .
No
se sabe si llorar o reír por la manera
como los noticieros acolitan esos
comportamientos cuando cubren
las elecciones de magistrados
para reemplazar a los que se retiran. Como si fuera un juego, se solazan cuando después
de muchas votaciones,
los magistrados no han logrado ponerse de acuerdo sobre un
nombre. Pocos desentrañan las voracidades que hay detrás.
De
todas maneras, que las cúpulas del poder judicial den semejante espectáculo en el nombramiento
de sus
colegas es un síntoma de su ceguera. Que
algunos magistrados ya ni
redactan sus ponencias, o que las sentencias
se filtren para tantear las
reacciones del público son otros síntomas
de cómo los marea la imagen, y su precario entendimiento de lo que es
la dignidad del cargo.
¿Qué sucederá ahora con la
designación del fiscal?
Sintomático
resultó también que los
magistrados de la Corte Suprema
no hubieran exigido que se cumpliera lo prometido por el Presidente en la escogencia de la terna, en el
sentido de libre postulación de candidatos y su evaluación
por méritos .
Que
la Corte Suprema haya avalado la farsa de más de 100 postulaciones sin devolver
la terna y sin
solicitar que se cumpliera lo prometido, es un
hara kiri a mediano plazo para
la administración de justicia. Y también
para Asonal Judicial,
calladita.
Ninguno
de los tres candidatos (dos de
ellos muy valiosos para el país
pero ese no es el tema) fue el
resultado de esa libre postulación, sino que provino de la voluntad del
Presidente y sus no siempre claros consejeros.
Cúpulas grises (Obra y Foto MTH)
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Se entroniza
así una vez más la inmoralidad de la contaminación de la rama judicial,
por
más búsqueda teórica del equilibrio de poderes; o pataleos de indignación sobre las
propuestas de comisiones de aforados,
alegando que violaron
el principio de consecutividad,
cuando de lo que se trata es
de escapar a cualquier control, como
sucede con la Procuraduría.
La
pérdida de credibilidad de la Corte Constitucional, de la Corte Suprema,
de la fiscalía y de la
Procuraduría, no son imputables
a las normas sino a los
comportamientos. Se simboliza cuando los magistrados exigen “equilibrio” de poderes, pero ni siquiera son capaces de pedir ese equilibrio sino que aceptan lo inaceptable.
Leguleyismo, pero poca garantia de los derechos
A la
Constitución del 91 tampoco se
le pueden endilgar las fallas de los procedimientos
propios de nuestro apego a las leyes que
pretenden reglamentarlo todo y “resolver” cualquier problema. Los regímenes consuetudinarios son en ese sentido más
prácticos, porque intentan buscar
en las normas fundacionales el meollo de
la aplicación de los principios.
Una Constitución puede
predicar el derecho a la igualdad, o derechos fundamentales como el de
la salud, pero no puede garantizar su cumplimiento.
Las consecuencias han sido muchas veces perversas.
Por ejemplo, la tutela es un logro inmenso que
no figuraba en la Constitución del 86. Pero a la vez, por la ineficiencia del sistema,
esta acción excepcional se convirtió
en una aberrante vía normal, al no
cumplirse lo sustancial del derecho fundamental a la salud. Así crecen,
silvestres, la inmoralidad de la corrupción,
la incapacidad de evaluar por
resultados y la cooptación del Estado por la mediocridad.
La
propia administración de justicia está llena de ejemplos perversos de sus cúpulas, que desestimulan a los funcionarios honestos y capaces, los cuales
siguen siendo mayoría. Esos ejemplos
denotan más una falta de ética
pública que fallas en
las normas constitucionales. Poco
a poco, el predominio de la inmoralidad como
“normalidad” muestra que cualquier
sistema o reforma está
condenado a fallar cuando no se garantiza un cambio de la mentalidad, no
sólo en lo público sino también en lo
privado. Y, en el caso del sector
público, cuando no se da ejemplo de un cambio de comportamiento de las
cúpulas, acompañado de una carrera
administrativa con estrictas
evaluaciones, que ponga fin a las roscas.
La ceguera amañada a las circunstancias…
Los
medios de comunicación
ignoraron en su versión
“oficial” de las celebraciones de los 25 años de la Constitución del 91, la única solicitud vehemente pero que llegaba al meollo de esa ausencia de criterios de moralidad: la
del ex magistrado y Presidente de la
Corte Constitucional Nilson Pinilla.
¿Cómo
es posible que los magistrados de la Corte Constitucional admitieran
que el “Magistrado” (y aprieta
el estómago darle ese título) Pretelt siguiera acompañándolos en las decisiones del
máximo tribunal? Escondiéndose bajo el principio de la presunción de inocencia, sus colegas olvidaron lo que la ética pública implica. Por eso, es dudoso que
la historia los recuerde
como recuerda a magistrados de la primera Corte Constitucional como Ciro Angarita, Eduardo Cifuentes, Alejandro Martínez , José Gregorio Hernández, Fabio
Morón y a otros que siguieron el ejemplo como Juan Carlos Henao, cuyas sentencias iban a la par con su comportamiento cívico.
Tampoco se puede aceptar que el debate sobre
la justicia transicional
minimice o haga olvidar lo
fundamental: la justicia ordinaria, sometida
a los avatares de la corrupción y la
lentitud, a procedimientos
desuetos, a la ineficiente manera
de trabajar y de entender la oralidad, al inhumano
hacinamiento de las cárceles y al
mal ejemplo de sus cúpulas.
Entonces, que no nos vengan con mas cuentos reforzados sobre la necesidad
de una Asamblea Nacional
Constituyente para la reforma de la
justicia, una de tantas mentiras que
los ciudadanos no podemos
seguir creyendo.
Nota : Con la poco sorprendente noticia de la "impoluta" eleccion del Fiscal Nestor Humberto Martínez, queda demostrada la mediocridad de la Corte y de la decisión del Presidente. ¡Menos mal que jóvenes como los de la Pulla de El Espectador no tragan entero y asumen el relevo de mi generación!
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Nota : Con la poco sorprendente noticia de la "impoluta" eleccion del Fiscal Nestor Humberto Martínez, queda demostrada la mediocridad de la Corte y de la decisión del Presidente. ¡Menos mal que jóvenes como los de la Pulla de El Espectador no tragan entero y asumen el relevo de mi generación!
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