Hace setenta años, como es obvio, no me imaginé cual sería mi vida. Setenta años después, la recorro en un instante, porque eso es lo que ha sido: un instante, con las sorpresas de lo inesperado.
Inesperado, por ejemplo, que duraría 46 años casada con un señorazo, o que en este séptimo peldaño me iba a entregar a los
troncos (ver foto).
Encontré, en el oportuno regalo de una amiga querida [1],
la descripción, con palabras sencillas,
de las diferencias entre placer, felicidad
y alegría.
Los dos primeros -placer y felicidad- por cierto bastante contaminados por la sociedad de
consumo. Hoy las recetas confunden
sexo y tragantina con
lo epicúreo, que lejos de
ser concebido como un desbordamiento, era un equilibrio
en los placeres y sentidos.
Señala
Lenoir:
obra y foto MTH |
“ El placer
puede programarse: me dispongo a mirar una serie de TV que me gusta, a comer en un buen restaurante,
o a ofrecerme un masaje” . Y, agrego para los
fanáticos, a ver fútbol. El placer es inmediato, voluble y dura poco.
La
felicidad, en
cambio, a pesar de las encuestas que nos la proclaman y la congelan en un dato
estadístico, se construye :
“resulta del
trabajo sobre si mismo, del sentido que
se le da a la vida, de los compromisos
que se derivan de ese sentido”.
Pero la
alegría tiene un aspecto gratuito, imprevisible. Y, como lo anota el filósofo y sociólogo autor del libro, Frederic Lenoir, poco
analizada por los Aristóteles, Platones
y aún epicúreos. Tampoco fue
central en las filosofías orientales, como el budismo, en las que la felicidad es mas que todo desapego.
En Occidente,
más allá de la búsqueda de la felicidad, la alegría es la vivencia simple de dos franciscos, el Santo y el actual Papa. ¿Pero cuales son los filósofos occidentales de la alegría? Para Lenoir, tres, y están en mora de ser rescatados para recuperar la
energía que impulsa a los seres
humanos. Baruch Spinoza (que no se pregunta sobre el bien y el mal, sino sobre la naturaleza humana y sobre esas alegrías activas, más profundas, más duraderas). Henri Bergson (la alegría como
satisfacción ética por la vida
bien vivida). Nietzsche
(lo dionisiaco, la vida como una
obra de arte). En Oriente -explica el autor- opuestos
a los confucionistas, los taoístas son
los filósofos de la alegría. Y a diferencia
de los budistas, no evaden la
realidad terrenal con los Nirvanas[2],
sino que se confunden
con el flujo natural de la vida, con sus contradicciones y vaivenes.
“Encerrados en nuestros pequeños egos
(egos
alborotados los llamo
en el ejercicio periodístico), limitados a nuestras pequeñas ambiciones
personales (trepar en política y en medios, o sentirse protagonista del proceso de pacificación del país), la existencia se nos
va, ajenos a ese
impulso, a ese fluir de vida que no es más que creación y alegría”
Así como los costeños[3] tienen predisposición a la alegría por
el clima sicológico y sociológico, Lenoir busca en la filosofía práctica ese clima de la alegría, lo
que la hace florecer: todo empieza por concentrarse en los
cinco sentidos -mirar, escuchar, tocar, olfatear, y saborear- ahora tan diluidos por la inmediatez y la
velocidad-. Pero también, valorar la
lentitud, la meditación, la confianza, la apertura de corazón, la gratitud, la
perseverancia en el esfuerzo, la capacidad de soltar amarras y de afianzar amores. Es una alegría creadora, y por supuesto no califica la
que Spinoza llama la alegría pasiva , “cuyo enemigo lejano es la envidia, esa pasión triste ligada
al éxito o a la felicidad ajenas”.
La alegría de ver |
A los
setenta se empieza a comprender que
aquello que llaman sabiduría no tiene tanto que ver con la edad
como con la placidez que procura
la alegría contínua. A pesar de las dificultades, de las tristezas, de los pesares, de las mezquindades, de las ingratitudes. Por eso, lo
que algunos describen como situarse más allá
del bien y del mal no es dejar de pensar o cuestionar, sino vivenciar la alegría de vivir.
Desde luego, a esa receta hace falta mezclarle una buena dosis de paciencia, que apenas estoy adquiriendo, y de libertad, que siempre he buscado y me permite ahora mirar hacia atrás sin
convertirme en muro de lamentaciones.
A los setenta
comprende uno también que la libertad
implica nuevos compromisos porque, como
escribe mi consejero de cabecera Albert Camus: “ no es fácil ser libre. Se trata
de un esfuerzo de todos los días, de una
vigilancia sin descanso, de un
testimonio cotidiano, en que el orgullo y la humildad tienen partes iguales” [4]
Entonces, a mis contemporáneos y a los que no lo son, además de las gracias a quienes se acordaron de estos setenta, ¡a vivir la vida con alegría!
Entonces, a mis contemporáneos y a los que no lo son, además de las gracias a quienes se acordaron de estos setenta, ¡a vivir la vida con alegría!
[1] De uno de los filósofos y sociólogos contemporáneos menos
depresivos y más adaptado a la
era cibernáutica, Frédéric Lenoir, “la
Puissance de la Joie”, Fayard, 2015
www.fredericlenoir.com
[2] A
mi modo de ver ( que desde luego admite argumentación en contrario), el yoga es, en ese sentido, un desapego que no lleva a construcción social colectiva.
[3] “A los nietos, los abuelos no los malcrían, ni los educan, los saborean”- me dijo una madre costeña.
[4] En el
Hombre rebelde, que debería mas bien
llamarse el “ser rebelde”.
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