jueves, 8 de junio de 2017

TRUMP Y COMEY O LA FUSIÓN ENTRE REALIDAD Y FICCION


Nunca antes en la historia de las series de televisión  la realidad  ha  alimentado  tanto a la  ficción y viceversa.  Pero,  ahora, en  una paradoja curiosa, la  ficción  parece aportar  mucho más  a la realidad  que  al revés.

Julián  Assange  rompió  – afortunadamente a mi modo de ver- el tabú  de los servicios  secretos de inteligencia  del Estado considerados barreras infranqueables.  Eso permitió que los que eran desconocidos y antes misteriosos  vericuetos  del FBI  y la ANI  fueran más veraces  en las  películas de detectives o en la series de televisión.  Entre otras razones,  porque es más  apasionante la realidad  ficcionada,  pero  también por la inmediatez característica de la época contemporánea. Gracias a ella, para bien o para mal,  la distancia entre la ficción y la realidad  se ha vuelto  cada vez más  pequeña.

 Mas aún, la  ficción termina por  afectar  la realidad  con una consecuencia  ,  a mi modo de ver inmensa :  la  velocidad, característica  hoy de la ficción,  alimenta de manera  mucho mas efectiva que  al revés,  los imaginarios de la gente en la  simultánea realidad.

Una serie  magnifica desde todo punto de vista  como House of Cards  ha llegado a la almendra del poder gringo  ( como llegó en su época  Shakespeare), pero no para destruirlo sino para  informar sobre él.  Poco a poco   las  series televisivas,  vistas hoy por millones de televidentes en todo el mundo,    se meten en las entrañas del poder,  y por eso tendrán una influencia  decisiva  en la percepción de  los hechos de poder.

 Esa es la gran  innovación  de  House  of Cards  y Homeland, que  terminan  teniendo una influencia mucho más  profunda  que los noticieros de televisión. Otras  series, por ejemplo las  series -criollas o no- de narcos se focalizan  mas en  la acción violenta o  las envolturas de la  cultura  narco,  que en  profundizar en su  esencia  y poder.

Lo político a lo “House of Cards”


Una interesante  entrevista de  Fabián W. Waital  en el Espectador, a   Robin Wright , aporta  muchos elementos de análisis . Debería  servir    como ejemplo nuestras casi siempre  desabridas secciones  de    entretenimiento  o mal llamadas culturales .

  Para Robin  Wright ,  actriz principal  y productora, la política no juega un papel principal en la serie  ,  pero “ las ideas las  conseguimos  viendo  las noticias  del día”.  Y  dice , obviamente  en tono irónico, que  “ Trump nos robó las ideas de nuestra  sexta temporada”.


 Pero  también ,  ¿estamos interpretando  lo que sucede  ahora    con Trump y Comey  en el contexto  de lo que sucede  en los corredores  y escritorios  de la  ficticia  Casa Blanca  creada por la  serie? Esa manera diferente de ver lo político  es lo que  explica paradójicamente la profunda influencia que terminan teniendo   los imaginarios    sobre la  manera de aprehender  la realidad  de millones de personas .

Los tiempos  en que suceden los hechos  terminan  fusionando las percepciones  de los  ciudadanos de una manera  que poco  se ha analizado  pero  que, sin duda,  proporciona   muchos nuevos  caminos  para   los  académicos no adormecidos  por su dependencia de las teorías.  

En eso  radica  fuerza de series  gringas como House of Cards o  Homeland  que se  vuelven modelos  para armar en  otros países, de formato similar en Inglaterra o Francia.  A diferencia de  series  colombianas como las de Pablo Escobar  ( primera  Versión) ,  se llega a lo político por una via distinta  a  la  de lo tradicionalmente considerado como  político.

El  tema  de en  House o  Cards  no es la  bondad o la maldad, o esa  melcochuda posverdad que se ha  vuelto de moda,  sino  la perversidad. Los  personajes  de Frank y Claire  son  profundamente perversos  pero de una perversidad que no  divide al mundo  entre buenos y malos, ángeles o  demonios , como  sucedía  con los Westerns , por ejemplo.

Es una perversidad  producto de la adicción por el  poder , en la que, por cierto  el personaje  no necesariamente , más aun,  no  debe,  coincidir  con la realidad, pero la transforma. Por ejemplo,  Frank es demócrata ,  y  Trump es  Republicano ;   los  nuevos episodios colocan a  Claire en  la presidencia,  cuando  Hillary Clinton  fracasó  en las elecciones que favorecieron a  Trump.   Se forja  entonces una realidad  inmediata distinta  pero ficcionada.

Tanto Claire como Frank tienen sus debilidades , pero  una manera de supeditar  los  afectos ,  el sexo, los  amores, las lealtades,   a la coraza  del poder . Cuando   Robin  ( ¿o Claire?)  dice que       “ las mujeres no tenemos que  gritar”,  intuye  que su ficción está anunciando el futuro,  es decir, que no  solo no tendrán que imponerse a gritos, sino que dejaran de limitarse a   inaugurar   exposiciones de gardenias, que  es  la principal  función de la reina de Inglaterra,  un personaje de  ficción , aunque tampoco  grite.


Desde luego, en este contexto de fusiones,  lo  más  original  sería  que Trump dejara  de ser  ese personaje de ficción barata que es ahora.  



Pero también, impresiona que un medio de comunicación como el ahora  ficcionado  Washington Herald y  su periodista   de la serie   sean    más  influyentes de lo que son los reales de ahora (¿CNN y Fox?), en su interminable  cubrimiento  del  episodio  Trump –Comey.



                                                                                                        
  




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