No se trata de cuestionar la excelente organización de
la entrega de premios CPB, el trabajo del jurado, el indudable merecimiento de
periodistas de raca y mandaca como Hernán Peláez, el excelente columnista y escritor Arturo Guerrero, o la
capacidad investigativa e independiente de Gloria
Valencia, la foto “vieron arder
todo lo que tenía”, La médica Hernandez, Alberto Medina o los estudiantes que presentaron la tesis de
grado premiada “Caminos de resiliencia”, etc. etc.
No se trata de desconocer que se postularon 643 trabajos que muestran el prestigio
del premio. Tampoco se trata de olvidar
que muy gentilmente me ofrecieron ser
parte del jurado, lo que no acepté, por razones que tienen que ver con el
papel de los gremios periodísticos.
No. Se trata de una falta de pudor en las medallas. ¿Se puede comparar la del mérito periodístico Guillermo Cano con la creada por extraña milimetría y llamada Enrique
Santos Castillo? ¿ Donde está el pudor cuando ésta última se entrega al
hijo Enrique Santos Calderón? ¿
Se la merece Alejandro Galvis, dueño de Vanguardia
Liberal, también por su “reconocido trabajo periodístico”?
Se trata de inquietudes, inquietudes...
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