jueves, 19 de diciembre de 2019

¿QUIERE SABER CÓMO APRENDIMOS LA LECCIÓN?













Después de  cincuenta años  de matrimonio, aprendimos la lección:

No casarse pensando “hasta que la muerte nos  separe” porque durará mucho menos de  cincuenta o  se volverá una muerte en vida… Mejor,  de tres en tres  años, y, en este caso,  con el mismo cónyuge.

No  vivir  la vida del cónyuge sino la propia,  con intensidad afectiva, ética  e intelectual.

Saber que uno no debe ser fiel copia del cónyuge, sino todo lo contrario o,  al menos, tener su propia identidad.

 No creer que las respuestas  están  los padres, en los hijos, en las religiones, en los códigos y ni siquiera en el propio cónyuge.

No olvidar  que el o la  cónyuge pueden ser  el o la  mejor amigo o  amiga y caer en cuenta  de ello lo más pronto posible.

Recordar  que  todo  tiene momentos tan, pero tan efímeros que uno no se  da cuenta  de que son  el mejor momento.

 Apreciar la tranquilidad que proviene de lo que se ha vivido, pero también de lo que queda por vivir.

Llegar siempre a la deliciosa placidez, que se logra cuando la paciencia domestica iras y  defectos del otro.

No desgastar al presente con nostalgias sino nutrirlo de asombrosas expectativas.

















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