Querido diario (7)
No sé si a tí, pero me irrita la palabra protocolo, salvo, aclaro, cuando la utiliza el personal de salud - médicos, enfermeras, camilleros etc-. Me molesta como a veces irrita una mosca que revolotea sin ton ni son alrededor nuestro. Está ahora de moda en la pandemia del coronavirus como en una época estuvo de moda la palabra “paz”, que luego se desgastó por impuro mal uso. Por parte de quienes sabotearon los acuerdos, claro está.
Ahora, el encanto poco discreto es con la palabreja protocolo que surgió de pronto, reemplazando otras aburridoras como reglamento, condiciones de uso, instrucciones y similares.
La usan los funcionarios de arriba abajo cuando quieren significar que están trabajando - otra palabra de moda.
La usan las periodistas en pasantía o primíparas poniéndole una gravedad como si en ella – la palabra- estuviera la garantía de que es muy profundo – el protocolo-.
La usan los empresarios, cuando aspiran a que los dejen abrir los comercios de sus productos.
La usan los emprendedores que están preparando acuciosamente los protocolos (por copy paste) para iniciar nuevas faenas.
Tal vez me irrita porque tiene un origen diplomático y leguleyo . Tal vez sea oportuno recordarlo, con el diccionario de la Real Academia:
protocolo:
"Del lat. tardío protocollum 'primera hoja de un documento con los datos de su autentificación', y este del gr.bizant. πρωτόκολλον prōtókollon.
1. m. Serie ordenada de escrituras matrices y otros documentos que un notario o escribano autoriza y custodia con ciertas formalidades.
2. m. Acta o cuaderno de actas relativas a un acuerdo, conferencia o
congreso diplomático.
3. m. Conjunto de reglas establecidas por norma o por costumbre para ceremonias y actos oficialeso solemnes.
4. m. Secuencia detallada de un proceso de actuación científica, técnica, médica, etc.
5. m. Inform. Conjunto de reglas que se establecen en el proceso de comunicación entre dos sistemas."
Y me irrita, diario amado, porque nos recuerda nuestro mayor defecto colombiano: que a todo lo queremos reglamentar en incisos precisos, confusos y difusos, pero acartonados y distantes.
Que los comportamientos -pensamos- no deben obedecer al impulso de la responsabilidad propia, sino a lo que diga la irresponsabilidad ajena.
Pero si nos descuidamos, después de más de un centenar de decretos de Estado de Sitio, de pomposos documentos que nadie va a leer pero que tampoco se aplicarán, como debería ser por sentido común y respeto a los demás, terminaremos ahogados en un arroyo de protocolos, eso si, protocolarios.
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