En los balances que no dejarán de hacerse sobre el cuatrenio 2018-2022, habrá quienes aseguren que Iván Duque fue el mejor presidente del país. Otros, en la polarización emocionalista característicamente colombiana, asegurarán que fue el peor.
Simplemente me limito a afirmar que la historia lo recordará más como el “que dijo Uribe” pero , sobre todo, como el hombre gris. En lenguaje claro, los niños dirían que “ni fu ni fa”.
Gris es el color de sus trajes o del pantalón que combina con el clásico azul. Gris se volvió su pelo. Grises son sus floridos discursos, sus torrentes de palabras, que poco llegaban a la almendra de los problemas, sino que los cubría de falsa indignación.
Gris fue su verborrea, que cansó por lo larga, monótona y poco florida. Gris fue su aprendizaje en televisión cuando cometió el error de creer que era telegénico pero usaba abusivamente el espectro electromagnético. El resultado: alejó a unos colombianos que esperaban un liderazgo de decisiones y resaltó más bien la calma de su discreto ministro de Salud, el mas eficiente del cuatrenio.
Tal vez importe más saber que, por acción u omisión o por su indiferencia ante las cifras del horror (continuación de los homicidios, desdén por el Acuerdo de Paz, JEP, etc), Duque cometió el error de ignorar el trabajo de la Comisión de la Verdad, lo que debió causar sorpresa en los países europeos. Además, cometió el error de presionar el nombramiento de su amigo y compañero de clase como fiscal, y apoyar el de la señora procuradora del mismo nido ( CD).
El cuatrenio se distinguió por una sobre abundancia de auto complacencia de sí mismo, lo que he llamado “el ego alborotado” y muy poca alusión a sus equipos, que siempre aparecían como segundones (algunos lo fueron pero, en cambio, el ministro Ruiz fue siempre tratado por él como segundón) .
Duque cometió también el error de escuchar más las alabanzas que las críticas. Tomó decisiones improvisadas, como haber nombrado a la ministra TIC y, en términos generales, se preocupó más por los efectos colaterales ( es decir, su propia imagen) que por el impacto real de su liderazgo.
Un líder asume las consecuencias de sus decisiones. Duque, en cambio, ignoró las consecuencias.
Duque es un hombre gris que lee poco y escribe menos. Lo demuestran su currículo y los libros “propios” que figuran en él. Tal vez eso, pensándolo bien, se debió a su personalidad. Sin embargo, tiene un lado que merece ser valorado.
Hay que reconocer, al menos, que Duque no fue tiránico. Se mostró deseoso conciliar, de conversar, de no molestar a nadie. En todo caso, no pudo evitar que la situación del país se deteriorara y , en los momentos de peor tensión, se limitó a revolotear como si esos viajes relámpagos después de catástrofes tuvieran algún efecto positivo.
Eso si, corrió riesgos con entereza, como sucedió cuando atacaron su helicóptero. Y antes de que lo cogiera lo que los franceses llaman “la folie des grandeurs” y en criollo podría llamarse la obsesión por el tapete rojo, quiso demostrar, viajando, su amistad con los grandes de este mundo.
En los últimos días de su mandato, su ausencia fue notoria en las inundaciones y otros desastres. Lo interpreto como el terror de estar presente en las catástrofes y al no poderlas resolver ese hombre gris, indudablemente aumentó su desprestigio.
La historia recordará sus viajes en el avión presidencial, que se aceleraron en las penumbras de su terminación de período. No es aventurado creer que algunos de sus colegas (el presidente de Portugal, el mismísimo rey de España, el Macron de Francia, Trump y Biden) , ante tal frenesí viajero, debieron quedarse perplejos - pensaría García Márquez si estuviera aquí.
Ya se sabe a qué aspira el ex presidente Duque y lo demuestran, con cierta ingenuidad, sus repentinos viajes. Ya se sabe que lo logrará, perdiéndose en los laberintos de la burocracia internacional, hablando su perfecto inglés y retornando al primer círculo, para utilizar la expresión de Dante.
Lástima que el país se equivocó al votar por “El que dijo Uribe”. Sea dicho de paso, el expresidente del CD también se equivocó, pues cavó su propia decadencia política. Porque, eso sí, hay que reconocer que Duque es un demócrata, y sin queriendo querer, terminó logrando, por fin, la desaparición del señor Álvaro Uribe Vélez, del escenario del poder.
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