Campo Elías Terán y su familia merecen todo el respeto como personas que han sufrido el padecimiento de una enfermedad tan dolorosa como el cáncer. Sus hijos, su esposa y sus amigos lo recordarán con afecto respetable.
También merecen respeto sus apasionados seguidores desde la época en que despertaba
adhesiones radiales por su facilidad de expresión y su capacidad de
entusiasmar a los desesperanzados cartageneros de los barrios de miseria, esos que no
visitan ni los turistas ni el jet set.
Como muchos “caritativos” que pululan en el ejercicio de la política, conseguía audiencia aliviando – emocional y momentáneamente- las necesidades
insatisfechas de los más pobres sin dimensionar
los factores estructurales de la
miseria. Y como todos lo “querían” –
incluido los García y otros políticos corruptos, así como los voraces inversionistas
urbanizadores, logró hacerse elegir. Un
buen corazón no es ni mucho menos la garantía
de eficiencia y capacidad.
Pero su
propia esposa, Doña Nereida, a quien
escuché este martes 23 por la mañana en RCN, reconoce
que “cometió el error de estar rodeado de algunas personas… no conocía lo
que había detrás de cada político”.
Contrasta entonces
la sensatez de la viuda, que pide escuelas en vez de corrupción y que reconoce
como logró haber sacado a su hijo “de un ambiente
contraproducente para darle
así oportunidad para desarrollar su propia carrera” como
periodista deportivo.
Contrasta
con los exuberantes elogios a este
controvertido personaje, no solo por la manera
como utilizó el trampolín de la
radio para lanzarse a la política sin saber
en lo que se metía, sino por caer con enorme facilidad
en las garras de políticos
corruptos.
Campo
Elías Terán puede ser
considerado buen padre, lo cual
pertenece a su intimidad familiar, pero no es precisamente el modelo que recomendaría para las generaciones de nuevos periodistas. Tuve hace
los años de Upa – como supondrán- , una
experiencia desagradable que me dio la medida de su ética.
Siendo jurado
de un premio de periodismo de la Ciudad de Cartagena, que le
adjudicamos por su entrevista a un
boxeador, después de la ceremonia me dijo que,
con su señora y su hijo me quería
invitar a almorzar al día siguiente. Se presentó solo e intentó propasarse, lo que,
según le escuché al director local de noticias de RCN en ese
entonces, era una manera habitual de
comportarse. Pero lo que más me pareció
inaudito fue no tener el
más mínimo respeto ético por
mi calidad de jurado.
No me sorprendió por lo mismo
su dudosa moralidad cuando fue elegido Alcalde
de Cartagena, investigado por
cuestionables contrataciones y desde luego,
como lo reconoció Doña Nereida, por las aves de mal agüero que nombró a su alrededor.
De allí
que resulten inauditas expresiones tan laudatorias que lo convierten en el máximo ejemplo del periodismo
radial y social “popular” colombiano. ¡Por favor!
Ojalá que quienes votaron por él no vuelvan a
caer en las garras de las
promesas discursivas de los que , en nombre de
ese ambiguo legado de
“una buena persona” o “intérprete del pueblo” mantienen a la ciudad
en el más aterrador estado de pobreza y descomposición social.
María T.: Suele ocurrir, pero que bueno señalarlo! Solo hay que revisar los muchos cuestionamientos que se escribieron en su lecho de enfermo y que después de su muerte desaparecieron por arte de magia. No hay difunto malo en el desmeoriado país.
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