miércoles, 1 de abril de 2015

De opinión “columna” a periodismo interpretativo


Las palabras son cántaros vacíos que se llenan con diversos ingredientes, además de los líquidos. Entre más diluidos los ingredientes en el cántaro, menos consensos sobre el sentido de las palabras.
 
Eso ha sucedido en nuestro país con palabras como ‘paz’ y ‘diálogo’. También, con la ‘opinión’, cuyo sentido ha tenido muchos ingredientes, según los intereses y las épocas en el transcurso de estos 70 años del CPB. Reflejan nuestras herencias históricas, los vaivenes del periodismo, así como sus relaciones con los antes llamados lectores, oyentes, televidentes, receptores, y, hoy más que todo, usuarios, gracias –en parte– a Internet.

De panfletario para expresar ideas –sobre todo políticas– y convencer al ‘pueblo’, se pasa a un periodismo de columna y pedestal, con sitio específico en el periódico; así lo narra Maryluz Vallejo en su libro A plomo herido en el capítulo titulado Las voces cantantes y disonantes del periodismo de opinión. Además de dar libre curso a lo que se piensa y se siente, tiene la misión de ilustrar a quienes son antipáticamente definidos como ‘masas’. Surge a caballo entre los siglos XIX y XX, cuando los medios se convierten en industria. Poco a poco aparece también entre los intelectuales y periodistas la necesidad de organizarse para defender sus derechos, y para ejercer el otro aspecto esencial de la opinión: el debate, el intercambio de ideas y de posiciones. 

Cuando se funda el CPB, columnistas notorios entienden la necesidad de unirse, aún los hoy no suficientemente mencionados como Emilia Pardo Umaña, cuyo estilo describe Myriam Bautista a través de una biografía próxima a publicarse en el año 2015: “… era una de las columnistas con mayor prestigio en la fría y provinciana Bogotá. Ya había creado el Círculo de Reporteros Gráficos y hacía parte de su Junta Directiva, hecho extraño y paradójico porque ella no fue fotógrafa. De las primeras mujeres que ingresó a una sala de redacción en los periódicos El Siglo, El Tiempo y el Espectador, pero no a hacer la crónica social sino como columnista y cronista… escribía sobre literatura, viajes, teatro, actualidad y política; su lenguaje era sencillo, lo que la hacía muy popular. Fue, también cronista taurina, lo cual, como hoy, era exótico, porque se piensa que solo los hombres saben del tema”. 

“Columnas”: ¿macizas?

Todavía hoy, la mayoría de quienes escriben habitualmente en las páginas editoriales mantienen una relación estática con sus lectores, característica del periodismo de pedestal bien reflejada en dos palabras macizas: columna, columnista. No han logrado una interactividad con sus “comentaristas-lectores”, muy pocos de los cuales aceptan el reto de construir debate y se quedan en el terreno de la alabanza o el improperio. 

Estos 70 años han marcado, sin embargo, la evolución de dos diferencias cada vez más notorias. La primera: las páginas editoriales son conquistadas poco a poco y con gratuidad –es decir que no esperan recibir pago por lo que escriben– por políticos en trance electoral, funcionarios que defienden lo que hacen, literatos que quieren transmitir lo que piensan, expertos que buscan salir de sus círculos cerrados para explicar su ciencia y, cada vez menos, por periodistas –de opinión o no– que ejerzan su oficio en otras secciones o medios. No ha prosperado lo que existe en otros países, es decir, los columnistas syndicated, por lo general escritores, que amplían su espectro de seguidores en un mundo globalizado. En cambio, los medios tradicionales insertan periódicos extranjeros como paquetes, que incluyen a columnistas de cuyo nombre nadie se acuerda. 

A la vez, otros desarrollos de los medios escritos han sido más positivos para el periodismo colombiano: el llamado periodismo de interpretación ha diluido la tradicional separación entre dos compartimentos antes estancos: editoriales (para opinión) y noticia (para información). Así se ha fortalecido al periodismo profesional como respuesta al reto de las posibilidades ofrecidas al ciudadano por la inmediatez tecnológica, la cual que le permite transmitir instantáneamente lo que sucede y opinar –casi siempre emocionalmente– sobre lo que ocurre. 

A diferencia de los años cuarenta y cincuenta, además de la manera como se escribe, sobresale ahora la capacidad analítica y de transmitir conocimiento, antes proscrita con un criterio aséptico de lo que era supuestamente la noticia: debía limitarse a los hechos y ser ‘objetiva’, cuando todos sabemos que la objetividad no existe, pero, en cambio, sí los valores periodísticos de equilibrio y búsqueda de buena fe de la verdad, en medio de una maraña de verdades interesadas. 

De todas maneras, la opinión del periodista o la expresada en los medios escritos –bien sea a través de la tradicional columna, de artículos de análisis de la noticia, o transmitida por los medios digitales– tiene y tendrá que aceptar el reto de la calidad. En particular, salirse de las ideas generales y del ‘yo’ pedestal para educar y analizar. ¿Por qué? Porque hoy no se valora tanto la expresión exaltada de las ideas.

Uno de los ingredientes de ‘la opinión’ ha sido poco elaborado en estos 70 años. En Colombia se le ha dado mayor importancia al estilo y al contenido (este último, solo un aspecto del derecho humano fundamental) y no a su otro componente, todavía más esencial para la construcción de democracia: el debate público que suscita esa información. 

De nada le sirve a una sociedad o a un país la opinión cuando no se comunica y no se confronta con las demás. Como bien lo ha expresado Amartya Sen, a quien cito en el libro de mi autoría “¿Acallar la opinión? Cuatro Araújos versus Alfredo Molano”, la democracia no es solo instituciones sólidas o procesos electorales válidos, es también “razón pública”; es decir, el intercambio de enfoques y posiciones sobre las bases de un “compromiso con la mente abierta” y luego, el consenso que sólo se obtiene mediante el debate público de las ideas individuales. Por cierto, un debate público, insiste el Nobel de Economía, no es solo privilegio de la fugaz democracia ateniense (150 años), sino que históricamente aparece como una necesidad social también en países como India y Japón.

De debate analítico a debate espectáculo
Si Internet ha liberado al usuario –sobre todo al de las nuevas generaciones– de depender del columnista como principal fuente de opinión, otros desarrollos, como la preponderancia cada vez mayor de las encuestas en los medios, han debilitado el ejercicio del periodismo llamado ‘de opinión’ y que prefiero llamar analítico. ¿Por qué? 

Las encuestas, que muchas veces son solo sondeos no representativos (ejemplo: ‘participe’ de CM&), reemplazan la posibilidad de debatir lo que somos y hacemos los colombianos. El debate se recorta con la medición estadística, y dentro de esta, debido a la formulación de preguntas reduccionistas de opinión; por ejemplo, ‘¿si las elecciones fueran hoy, por quién votaría?’, ‘¿cómo califica la gestión de zutano o mengano?’, ¿qué credibilidad tiene para usted tal o cual institución?’. Las consecuencias son perversas para cierto periodismo, que se basa en esas mediciones de opinión como base de su ejercicio y desestima la importancia de las fuentes primarias; un periodismo que acepta sin beneficio de investigación términos hoy académicamente superados como ‘izquierda’ y ‘derecha’, que dan una idea distorsionada de lo que piensan los colombianos y luego se asumen como una ‘verdad’ (www.mariatherran46.blogspot.com )

Pero la principal incidencia en el desarrollo imperfecto de la opinión periodística ha sido aportada por la manera en que los principales programas de opinión, tanto televisivos como radiales, entienden el debate: bajo las lógicas de confrontación emocional de las cúpulas, casi siempre los mismos invitados al ‘discusión’. La influencia de lo auditivo y lo visual en la construcción de opinión en estos 70 años ha sufrido una progresión geométrica. Hoy, algunos ‘modelos’ en ese sentido, por lo menos a la fecha en que esto se escribe, son La hora veinte de Caracol Radio, las emisoras radiales para jóvenes y las mal llamadas ‘mesas’ de trabajo de RCN y Caracol. Hay excepciones, desde luego, por cierto aportadas en radio por medios públicos cono Unanálisis y Radio Señal Colombia, o en canales públicos de televisión nacional y regional por franjas de opinión en horario triple A. Sin embargo, la concentración oligopólica de los medios en grupos económicos refuerza, con sus lógicas comerciales, el espectáculo de la confrontación, volviéndolo más ‘necesario’ que la discreta y paciente investigación. 

¿Conclusión?

Los conceptos de opinión y de periodismo han cambiado mucho en 70 años. Necesitan repensar –expresión usada por el CPB en su libro en conjunto con la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Repensando al periodismo en Colombia (septiembre de 2003)– el contenido de las palabras que los definen y, por lo tanto, de los ingredientes que requieren para ser alimentos nutritivos y saludables de la conciencia colectiva de los colombianos y de la percepción de lo que realmente nos sucede.

(Artículo publicado en el libro conmemorativo de los 70 años  del Círculo de Periodistas de Bogotá, marzo 2015)

2 comentarios:

  1. ¿Cuando va a publicar el nuevo artículo?

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    1. Por lo general sale todos los jueves, porque la inteligencia no me da para producir más rápido..
      Una buena noticia: ya me pueden enviar los comentarios que deseen y para cada artículo, en este blog

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