Las palabras son cántaros vacíos que se llenan con diversos ingredientes, además de los líquidos. Entre más diluidos los ingredientes en el cántaro, menos consensos sobre el sentido de las palabras.
Eso ha sucedido en
nuestro país con palabras como ‘paz’ y ‘diálogo’. También, con la ‘opinión’,
cuyo sentido ha tenido muchos ingredientes, según los intereses y las épocas en
el transcurso de estos 70 años del CPB. Reflejan
nuestras herencias históricas, los vaivenes del periodismo, así como sus relaciones
con los antes llamados lectores, oyentes,
televidentes, receptores, y, hoy más que todo, usuarios, gracias –en parte– a Internet.
De panfletario para
expresar ideas –sobre todo políticas– y convencer al ‘pueblo’, se pasa a un periodismo
de columna y pedestal, con sitio específico en el periódico; así lo narra
Maryluz Vallejo en su libro A plomo
herido en el capítulo titulado Las
voces cantantes y disonantes del periodismo de opinión. Además de dar libre
curso a lo que se piensa y se siente, tiene la misión de ilustrar a quienes son
antipáticamente definidos como ‘masas’. Surge a caballo entre los siglos XIX y XX,
cuando los medios se convierten en industria. Poco a poco aparece también entre
los intelectuales y periodistas la necesidad de organizarse para defender sus derechos,
y para ejercer el otro aspecto esencial de la opinión: el debate, el
intercambio de ideas y de posiciones.
Cuando se funda el CPB,
columnistas notorios entienden la necesidad de unirse, aún los hoy no
suficientemente mencionados como Emilia Pardo Umaña, cuyo estilo describe Myriam
Bautista a través de una biografía próxima a publicarse en el año 2015: “… era
una de las columnistas con mayor prestigio en la fría y provinciana Bogotá. Ya
había creado el Círculo de Reporteros Gráficos y hacía parte de su Junta
Directiva, hecho extraño y paradójico porque ella no fue fotógrafa. De las
primeras mujeres que ingresó a una sala de redacción en los periódicos El
Siglo, El Tiempo y el Espectador, pero no a hacer la crónica social sino como
columnista y cronista… escribía sobre literatura, viajes, teatro, actualidad y
política; su lenguaje era sencillo, lo que la hacía muy popular. Fue, también
cronista taurina, lo cual, como hoy, era exótico, porque se piensa que solo los
hombres saben del tema”.
“Columnas”: ¿macizas?
Todavía hoy, la mayoría de quienes escriben
habitualmente en las páginas editoriales mantienen una relación estática con
sus lectores, característica del periodismo de pedestal bien reflejada en dos palabras
macizas: columna, columnista. No han logrado una interactividad con sus “comentaristas-lectores”,
muy pocos de los cuales aceptan el reto de construir debate y se quedan en el
terreno de la alabanza o el improperio.
Estos 70 años han marcado,
sin embargo, la evolución de dos diferencias cada vez más notorias. La primera:
las páginas editoriales son conquistadas poco a poco y con gratuidad –es decir que
no esperan recibir pago por lo que escriben– por políticos en trance electoral,
funcionarios que defienden lo que hacen, literatos que quieren transmitir lo
que piensan, expertos que buscan salir de sus círculos cerrados para explicar
su ciencia y, cada vez menos, por periodistas –de opinión o no– que ejerzan su
oficio en otras secciones o medios. No ha prosperado lo que existe en otros países,
es decir, los columnistas syndicated,
por lo general escritores, que amplían su espectro de seguidores en un mundo
globalizado. En cambio, los medios tradicionales insertan periódicos
extranjeros como paquetes, que incluyen a columnistas de cuyo nombre nadie se
acuerda.
A la vez, otros desarrollos de
los medios escritos han sido más positivos para el periodismo colombiano: el llamado
periodismo de interpretación ha
diluido la tradicional separación entre dos compartimentos antes estancos: editoriales
(para opinión) y noticia (para información). Así se ha fortalecido al
periodismo profesional como respuesta al reto de las posibilidades ofrecidas al
ciudadano por la inmediatez tecnológica, la cual que le permite transmitir
instantáneamente lo que sucede y opinar –casi siempre emocionalmente– sobre lo
que ocurre.
A diferencia de los años cuarenta
y cincuenta, además de la manera como se escribe, sobresale ahora la capacidad analítica
y de transmitir conocimiento, antes proscrita con un criterio aséptico de lo que
era supuestamente la noticia: debía limitarse a los hechos y ser ‘objetiva’,
cuando todos sabemos que la objetividad no existe, pero, en cambio, sí los
valores periodísticos de equilibrio y búsqueda de buena fe de la verdad, en medio
de una maraña de verdades interesadas.
De todas maneras, la
opinión del periodista o la expresada en los medios escritos –bien sea a través
de la tradicional columna, de artículos de análisis de la noticia, o transmitida
por los medios digitales– tiene y tendrá que aceptar el reto de la calidad. En
particular, salirse de las ideas generales y del ‘yo’ pedestal para educar y
analizar. ¿Por qué? Porque hoy no se valora tanto la expresión exaltada de las ideas.
Uno de los ingredientes
de ‘la opinión’ ha sido poco elaborado en estos 70 años. En Colombia se le ha dado
mayor importancia al estilo y al contenido (este último, solo un aspecto del derecho
humano fundamental) y no a su otro componente, todavía más esencial para la
construcción de democracia: el debate público que suscita esa información.
De nada le sirve a una
sociedad o a un país la opinión cuando no se comunica y no se confronta con las
demás. Como bien lo ha expresado Amartya Sen, a quien cito en el libro de mi
autoría “¿Acallar la opinión? Cuatro
Araújos versus Alfredo Molano”, la democracia no es solo instituciones
sólidas o procesos electorales válidos, es también “razón pública”; es decir, el
intercambio de enfoques y posiciones sobre las bases de un “compromiso con la
mente abierta” y luego, el consenso que sólo se obtiene mediante el debate público
de las ideas individuales. Por cierto, un debate público, insiste el Nobel de
Economía, no es solo privilegio de la fugaz democracia ateniense (150 años),
sino que históricamente aparece como una necesidad social también en países
como India y Japón.
De debate
analítico a debate espectáculo
Si Internet ha liberado al
usuario –sobre todo al de las nuevas generaciones– de depender del columnista
como principal fuente de opinión, otros desarrollos, como la preponderancia cada
vez mayor de las encuestas en los medios, han debilitado el ejercicio del
periodismo llamado ‘de opinión’ y que prefiero llamar analítico. ¿Por qué?
Las encuestas, que muchas veces
son solo sondeos no representativos (ejemplo: ‘participe’ de CM&), reemplazan
la posibilidad de debatir lo que somos y hacemos los colombianos. El debate se
recorta con la medición estadística, y dentro de esta, debido a la formulación
de preguntas reduccionistas de opinión; por ejemplo, ‘¿si las elecciones fueran
hoy, por quién votaría?’, ‘¿cómo califica la gestión de zutano o mengano?’, ¿qué
credibilidad tiene para usted tal o cual institución?’. Las consecuencias son
perversas para cierto periodismo, que se basa en esas mediciones de opinión
como base de su ejercicio y desestima la importancia de las fuentes primarias;
un periodismo que acepta sin beneficio de investigación términos hoy
académicamente superados como ‘izquierda’ y ‘derecha’, que dan una idea
distorsionada de lo que piensan los colombianos y luego se asumen como una ‘verdad’
(www.mariatherran46.blogspot.com )
Pero la principal incidencia en
el desarrollo imperfecto de la opinión periodística ha sido aportada por la
manera en que los principales programas de opinión, tanto televisivos como radiales,
entienden el debate: bajo las lógicas de confrontación emocional de las cúpulas,
casi siempre los mismos invitados al ‘discusión’. La influencia de lo auditivo
y lo visual en la construcción de opinión en estos 70 años ha sufrido una
progresión geométrica. Hoy, algunos ‘modelos’ en ese sentido, por lo menos a la
fecha en que esto se escribe, son La hora
veinte de Caracol Radio, las emisoras radiales para jóvenes y las mal
llamadas ‘mesas’ de trabajo de RCN y Caracol. Hay excepciones, desde luego, por
cierto aportadas en radio por medios públicos cono Unanálisis y Radio Señal
Colombia, o en canales públicos de televisión nacional y regional por franjas
de opinión en horario triple A. Sin embargo, la concentración oligopólica de los
medios en grupos económicos refuerza, con sus lógicas comerciales, el
espectáculo de la confrontación, volviéndolo más ‘necesario’ que la discreta y paciente
investigación.
¿Conclusión?
Los conceptos de opinión y de periodismo han cambiado mucho en 70 años. Necesitan repensar –expresión
usada por el CPB en su libro en conjunto con la Fundación Gilberto Alzate
Avendaño, Repensando al periodismo en
Colombia (septiembre de 2003)– el contenido de las palabras que los definen
y, por lo tanto, de los ingredientes que requieren para ser alimentos nutritivos
y saludables de la conciencia colectiva de los colombianos y de la percepción
de lo que realmente nos sucede.
(Artículo publicado en el libro conmemorativo de los 70 años del Círculo de Periodistas de Bogotá, marzo 2015)
¿Cuando va a publicar el nuevo artículo?
ResponderEliminarPor lo general sale todos los jueves, porque la inteligencia no me da para producir más rápido..
EliminarUna buena noticia: ya me pueden enviar los comentarios que deseen y para cada artículo, en este blog