Dedicada a Zygmunt Bauman
En este
largo tránsito convencional de
un año a
otro, se suelen hacer reflexiones sobre quienes somos y para donde
vamos.
Es un balance complejo. Más aún en un
país como el nuestro, que sigue siendo
sociedad de la mentira, de la
exageración, de la discursividad
amplificada por los medios con lógicas comerciales, de promesas más que de resultados.
Hay consabidas buenas intenciones con pocos mea culpas, mucha falsa ilusión y un mal preparado
aterrizaje a la realidad del 2017. Esta vez, algunos casos concretos- como el del asesinato de la niña
Yuliana, (y el subsiguiente desinterés
casi total por su familia caucana)
,
o la saturación light sobre los bailes
de las FARC, las envidias por el Nobel, los reverzasos de la fiscalía
más contra el anterior fiscal que por la
propia eficiencia, permiten comprobar
cómo la realidad construida
depende demasiadas veces de los
intereses de cada quien y de un análisis mediático, vergonzosamente liviano, de nuestras tragedias o comedias.
Quienes
pertenecemos a las “zonas
grises” rehusamos que nos definan las cada vez más erráticas encuestas del SI, y del NO sobre
cualquier tema, como si la vida y el futuro admitieran esas “decisiones”.
Pero nos sentimos a veces
solitarios en nuestras percepciones de lo que nos pasa como
colombianos, frente a olas de optimismo ficticio que nos hacen creer
lo que no somos o seremos (por ejemplo,
los más educados de América Latina en el 25, que la paz llegó con
los acuerdos, o que podemos logarla sólo con alabarla).
Frente a esa
sensación de incomprensión, aparecen
de pronto otros ciudadanos que
tampoco tragan entero. Desean resistir
y explicar nuestras
fortalezas pero, sobre todo, nuestras debilidades. Eso me sucedió con un
libro por cierto poco comentado en un país que poco lee pero que va en su cuarta edición, con un
titulo por lo demás vendedor pero
desorientador: “ ¿ Por qué fracasa Colombia?, delirios de una nación que
se desconoce a sí misma”[1] Frente a las
“cajas de citas “ de los instalados en la violentología o ahora en
la pazología, el autor, Enrique
Serrano, presenta algunos rasgos de nuestra mentalidad :
Un “provincialismo mental”,
conservadurista, originado en
migraciones, explica por qué
somos “una nación no planeada, no deseada” y obsesionada por la limpieza de sangre.
Esa necesidad de blanquearnos, no como
un juicio de valor del autor sino como
análisis de valores prioritarios en la
construcción de nación. O la
familia extensa, [2]
como base
del desarrollo social , lo
que explica, a mi modo de ver, el
poco impulso de acciones colectivas más
allá de las marchas de protesta, y por qué no, el auge del clientelismo.
Somos- escribe el autor -un grupo de personas desconfiadas e individualistas , que
hacen del “pasar agachados”
un modus vivendi, como
por cierto lo había observado ya
Fals Borda con la estrategia de
la oicotea en la Historia Doble de la
Costa.
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Caricatura (1986) de Garzón para "La sociedad de la mentira" |
Analizar
lo cotidiano, como lo hizo en relación con los países occidentales más desarrollados
el sociólogo Zigmunt Bauman, es tan
importante para entender nuestra
disolvente mentalidad colectiva . a la colombiana como sin fin de academicismos, a decir verdad, bastante estériles, de nuestra pazología.
Detenerse, por ejemplo, como
lo hace Serrano, en el uso tan
prudente del “me da
mucha pena” en el altiplano, o lo que se ha mencionado en este
blog sobre la manía de
usar diminutivos (hágame un
gran favorcito, espéreme un momentico) o el "sumercé" , no como chiste sino como hábito, es más indicativo de nuestras relaciones
colectivas que la verborrea pacifista que sigue
inundándonos en el 2017.
Para
Serrano, un antecedente histórico de migración de cristianos nuevos en huida irremediable de la persecución por ser de origen judío o musulmán en la Andalucía reconquistada, determinará
por qué la nación colombiana
no fue ni planeada ni deseada.
Ser en sus
orígenes una nación de paso, esa inadvertida historia de colonos rasos
durante la colonia fue minimizada
por el énfasis en los
criollos de alcurnia. Nos
hemos criado pensando que
no había nadie más allá del
sabio Caldas o Camilo Torres, lo
que a mi modo de ver, ha marcado
nuestra manera de vernos históricamente.
Nos seguimos aferrando al centro político para explicarnos. Esa tendencia solo ha
sido reversada por historiadores no académicos y de mochila
como un Alfredo Molano. Y no nos
digamos mentiras : una “independencia mal digerida” , como la
califica Serrano, llevó a
que a la mayoría de los neogranadinos
le importara un higo la guerra de la
independencia a pesar de que la sobrevaloremos .
Serrano también recalca el papel preponderante de la
Iglesia en nuestra historia de
fundaciones, por esa manera de los
historiadores de sobredimensionar lo político (agrego yo) . Hoy como ayer,
con el claro ejemplo de la
mística Vivian Morales, justificar desde
la religión es un retorno a la
caverna, que explica que nuestros
avances son para retroceder.
El autor, en contracorriente, recalca también el papel poco resiliente de las comunidades
indígenas que no tenían el poder local
suficiente, a diferencia de México y Perú. A mi modo de ver , una cosa es respetar las
etnias y otra creer que la cultura
del yagé nos curará de
nuestros males, que los wayu no van a adaptarse a la necesidad de medicina y salud de la
época, o que no hay corrupción en algunas de las consultas
que se dilata desproporcionadamente,
sin mayor democracia.
Desde luego tengo divergencias
con el autor, además del título
de su libro, como por ejemplo :
- Aunque coincido en que se privilegia a la familia frente a lo público, no creo que seamos una sociedad matriarcal tan solo porque nos tocó parir a nuestros hijos y ocuparnos del hogar en donde, escribe el autor, se toman las decisiones básicas.
- Tampoco me parece exacto que la comunidad vallecaucana sea la única meztiza y más aún, que eso se deba en el Valle a las élites.
Pero sin duda son útiles
recorderis sobre como el
dato según el cual, a finales del siglo XIX el 95 % de
los colombianos era analfabeta, lo
que explica en el inconsciente colectivo la importancia que
se le concede al chisme y
que se traduce hoy en los secreticos de Darcy, el 1, 2, y 3 de los rumores de CM&, o la tendencia
a inventarnos la realidad
en vez de confrontarla.
También vale la pena recalcar
su análisis del manejo del idioma
como distingo de clase , a propósito
del cual ver al
final otro recomendado: la biografía novelada de Don Miguel Antonio Caro. O ese extranjerismo provinciano que,
también a mi modo de ver, hoy se refleja en
la importancia y la admiración que suscitan los
estudios en Harvard frente
a los errores que
cometen sus PHD en la apreciación de nuestra realidad.
¿Y qué decir de esa
necesidad de “descrestar” o la
debilidad de estarse justificando
continuamente por lo que no se hizo, o
ese “Dios mediante” que es una manera de
esperar que el Supremo resuelva
nuestros problemas (además del azar y el destino, mencionados por el
autor y que, también a mi modo de ver,
se fortalece con el crecimiento de las iglesias Cristianas).
Según Serrano , nos vamos a demorar mucho mas que otros - los chilenos,
los argentinos o los uruguayos. Más allá
de la especulación, y como tanto lo
hizo Zigmunt Bauman con
su análisis de lo efímero en la
sociedad, el amor, la política, para el caso colombiano resultará más útil para la paz que pontificar sobre ella
, una perspectiva como la de Serrano. Obviamente
admite otras complementarias. Pero
debería motivarnos, resistir
a los vendedores de ilusiones, para
no acabar descalabrados.
OTRO RECOMENDADO :
El ego alborotado de Miguel
Antonio Caro solo se compara con
la manera como inflamos su imagen histórica e intelectual, de hombre
que hablaba griego y latín pero
que se vanagloriaba por no haber salido nunca de la Sabana de Bogotá.
La
agradable biografía de un autor
santandereano no suficientemente valorado, Gonzalo España, [3]
lo restituye a Caro su mediocridad de promotor indirecto de la guerra de los mil días, fundamentalista, implacable censor y persecutor de los
liberales radicales. De envidioso y mal
amigo de Rufino José
Cuervo. Pero también es la novela
de la mediocridad de una dirigencia que aceptó un anciano
como Sanclemente o un intelectual
inepto para ejercer el poder como Marroquín.
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