Cantimploras de las FARC convertidas en materas |
Saturados
como estamos de las noticias sobre corrupción, que terminan por hundirnos en los ismos ( fatalismo, pesimismo) algo es
seguro: La solución no está en tomarnos una gaseosa, repitiendo “soy
optimista”.
Tampoco
vendrá en repetir que este país es un país de corruptos, porque no lo somos. Lo
son un puñado que empieza a localizarse
cada vez con mayor precisión, y
eso es bueno, siempre y cuando los
medios de comunicación tengan una estrategia distinta de volverlo todo un espectáculo y de repetir generalizaciones.
Tampoco
vendrá de todos estos efímeros imaginarios
que quisieron embutirnos muchos publicistas, haciéndonos creer
que Colombia era pasión, hoy por fortuna convertida al menos en una marca que
protege sombreros vueltiados de la competencia China cuando se roba la idea.
Ni
mucho menos el cambio vendrá de
aislarnos en islas como - y que me perdonen los fans - el fútbol. Un espectáculo a la colombiana, que empieza a ganarle a los ismos en
cuanto a “no ver” lo que realmente pasa o puede pasar en Colombia.
Ser aficionado, asistir a los partidos, es una cosa;
pero otra, obsesionarse y
utilizar la conversación sobre fútbol
como mampara. La frase “no hablemos de política” se repite mucho en Colombia y revela
que no nos sentimos capaces
de aceptar que “esto tiene que cambiar”.
El
cambio tampoco vendrá con la insultadera y que me perdone
Claudia López , porque hay que mitigar
el entusiasmo verbal cuando se instala en frases de cajón o absolutos,
para reorientarlo hacia energías positivas.
El
reto general de las figuras nuevas - incluido Robledo - es mostrar que la
política no pasa solamente por el escenario sino también por las redes. Redes ,
por cierto, que no son necesariamente
siempre públicas, sino capaces de movilizar ciudadanos jóvenes y viejos, pero en
particular a los jóvenes.
Aceptar que ya no se puede seguir hablando de corrupción es reconocer que la palabra está tan
gastada como la paz, y corre el mismo riesgo
: a la larga nos damos cuenta de que, por ser un absoluto, siempre nos dejará frustrados, al no conseguirla. En el caso de la paz, evitar que sea un fracaso el mal llamado posconflicto. En el de la corrupción, lo que hay que demostrar es que
se pondrán suficientes talanqueras para que no vuelva a suceder lo que pasó en
la Fiscalía con la Unidad anticorrupción,
símbolo bochornoso de nuestra
incapacidad de aterrizar las
discursividades. Porque si la fiscalía ha fracasado, no es por el sistema penal acusatorio, sino porque sus instrumentos de investigación son discursivos más que técnicos.
De lo que se trata entonces no es de hablar tanto de combatir la corrupción, sino desmenuzar sus
antídotos. Uno de ellos: desarrollar
el concepto de auditorías ciudadanas. Se
diferencian de las veedurías porque no se trata solamente de “ver” sino de
hacerle seguimiento a los presupuestos, a
todas esas cifras “mamonas” que el
periodismo discursivo es especialista
en eludir. Es exigir transparencia respecto de la manera como se nombran funcionarios, en vez
de exaltarse una vez nombrados cuando se descubre algún
rollo.
Otro antídoto es evaluar las competencias y las capacidades de los
funcionarios , incluidos por
supuesto los magistrados. ¿Cómo? Mediante reales concursos de méritos. Resulta bochornoso ver como los
magistrados, contagiados de mala política, perdiendo todo sentido de dignidad, han
patinado para configurar una terna,
repitiendo votaciones de manera impúdica.
RECOMENDADO : “EL
SILENCIO DE LOS FUSILES”
El documental, dirigido por Natalia Orozco, tiene muchos méritos. Resulta
indispensable para suplir el vacío comunicativo –comunicar es explicar - que rodeó el proceso de negociación con las FARC en La Habana, y la
dimensión del acuerdo final, a veces
minimizada por mezquindades.
Una excelente cámara, un
guión bien escrito, en el que
Natalia Orozco habla en una primera persona que representa las inquietudes de muchos colombianos. Imágenes desconocidas que van descubriendo sentimientos y sicología
de las partes ( “ quiero saber de
qué son hechas las almas”- dice en algún momento). Todo aquello permite ver a los “otros” como
colombianos y ya no como enemigos.
¿Quien debe ver
esa película? Más que los convencidos de la importancia histórica del acuerdo, deben verla
las mentes cerradas que todavía hablan de “castrochavismo”, los que odian a Santos porque quieren a Uribe, los cristianos de palabra pero
de furiosa exclusión de otros colombianos , los propios jóvenes de las FARC, que a veces parecen no
entender muy bien para donde los llevan
sus jefes. Y en fin,
los que se dejan llevar por sus sentimientos primarios y no se sobreponen a
ellos – para utilizar la expresión del hoy Londoño,
ayer Timochenko.
No hay comentarios:
Publicar un comentario