jueves, 13 de julio de 2017

¡ESTO TIENE QUE CAMBIAR!

Cantimploras de las FARC  convertidas  en  materas  
Saturados como estamos de las noticias sobre corrupción,  que terminan por hundirnos en los ismos ( fatalismo, pesimismo) algo es seguro:  La solución no está en tomarnos una gaseosa, repitiendo “soy optimista”.

Tampoco vendrá en repetir que este país es un país de corruptos, porque no lo somos. Lo son un puñado que empieza a localizarse  cada vez con mayor  precisión, y eso es bueno, siempre y cuando los  medios de comunicación tengan una estrategia distinta de  volverlo todo un espectáculo y de repetir  generalizaciones.

Tampoco vendrá de todos estos efímeros imaginarios  que quisieron embutirnos  muchos  publicistas, haciéndonos creer que Colombia era pasión, hoy por fortuna convertida al menos en una marca que protege sombreros vueltiados de la competencia China cuando se roba la idea.

Ni mucho menos  el cambio vendrá de  aislarnos en islas  como  - y que me perdonen los fans - el fútbol.  Un  espectáculo a la colombiana, que  empieza a ganarle a los  ismos en  cuanto  a “no ver” lo que realmente  pasa o puede pasar en Colombia.   
                           ltilizar Santos porque quieren a Uribe, no se sobreponen a ellos - para los llevan sus  jefes . Y  en   fin, los que se dejan  l
Ser aficionado, asistir a los partidos,  es una cosa;  pero otra,  obsesionarse y utilizar la conversación sobre fútbol  como  mampara. La frase  “no hablemos  de política” se repite  mucho en Colombia y  revela  que no nos  sentimos capaces de  aceptar  que “esto tiene que cambiar”.

El cambio tampoco vendrá con  la insultadera y que me perdone Claudia López , porque  hay que mitigar el entusiasmo  verbal  cuando se instala en frases de cajón o  absolutos,  para reorientarlo hacia energías positivas.

El reto general de las figuras nuevas - incluido Robledo - es mostrar  que la política no pasa solamente por el escenario sino también por las redes. Redes , por cierto,  que no son necesariamente siempre públicas, sino capaces de movilizar ciudadanos jóvenes y viejos, pero en particular a los jóvenes.

 Aceptar que ya no se puede seguir hablando de corrupción es reconocer que  la  palabra  está  tan gastada como la paz, y corre el mismo  riesgo : a la larga  nos  damos cuenta de que, por  ser un absoluto,  siempre nos dejará  frustrados, al no conseguirla.  En el caso de la paz,  evitar  que sea un  fracaso el mal llamado  posconflicto. En  el de la corrupción, lo que hay que demostrar  es  que se pondrán suficientes talanqueras para que no vuelva a suceder lo que pasó en la Fiscalía  con la Unidad   anticorrupción, símbolo  bochornoso de nuestra incapacidad de aterrizar las  discursividades. Porque si la fiscalía ha fracasado, no es por el sistema  penal acusatorio, sino porque  sus  instrumentos de investigación son discursivos más que técnicos.

 De lo que se trata  entonces no es de hablar tanto de combatir la  corrupción, sino desmenuzar  sus  antídotos. Uno de ellos:  desarrollar el concepto de auditorías ciudadanas.  Se diferencian de las veedurías porque no se trata solamente de “ver” sino de hacerle  seguimiento a los presupuestos, a todas  esas cifras “mamonas” que el periodismo discursivo es  especialista en eludir. Es  exigir transparencia  respecto de la manera como se nombran  funcionarios,  en vez  de exaltarse una vez  nombrados  cuando se descubre  algún  rollo.

 Otro antídoto es  evaluar las competencias y  las capacidades  de los  funcionarios  , incluidos por supuesto los magistrados. ¿Cómo? Mediante reales  concursos de méritos.  Resulta bochornoso  ver como los  magistrados, contagiados de mala política,  perdiendo todo sentido de dignidad, han patinado para  configurar una terna, repitiendo votaciones  de manera  impúdica.

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El documental,  dirigido por Natalia Orozco,  tiene muchos méritos. Resulta indispensable  para suplir el  vacío comunicativo –comunicar es explicar - que  rodeó el proceso de  negociación con las FARC en La Habana, y la dimensión del acuerdo  final, a veces minimizada por mezquindades.

Una excelente  cámara,  un  guión bien escrito,  en el que Natalia Orozco  habla en  una primera persona  que representa las inquietudes  de muchos colombianos.  Imágenes  desconocidas que van descubriendo  sentimientos y  sicología  de las partes ( “ quiero saber  de qué  son hechas las almas”- dice  en algún momento).  Todo aquello permite ver  a los  “otros”  como  colombianos y  ya no como enemigos.

¿Quien debe  ver  esa película?  Más  que los convencidos  de la importancia histórica del acuerdo,  deben verla  las mentes  cerradas  que todavía hablan de “castrochavismo”,  los que  odian a Santos porque quieren a Uribe,  los cristianos de palabra  pero  de  furiosa exclusión  de  otros colombianos , los propios  jóvenes de las FARC, que a veces parecen no entender muy bien para  donde los llevan sus  jefes. Y  en  fin, los que se dejan  llevar por sus  sentimientos primarios y no se sobreponen a ellos – para utilizar la  expresión del  hoy  Londoño, ayer  Timochenko.











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