Obra y foto MTH |
Colombia se encuentra en un estado febril, como cuando los seres humanos sienten algo inasible, algo que definirían
como “no me encuentro a mi mismo”.
La fiebre es
definida por el diccionario como:
“una
subida temporal de la temperatura corporal como consecuencia de la reacción
del cuerpo ante una infección o una
enfermedad”
( gran diccionario del español actual)
Es temporal, porque solo tiene dos salidas: curarse o no curarse. Y la definición se aplica
al estado del cuerpo social -colombiano
en este caso-, en que todo se deslíe por lo que parece una alergia, gangrena, cáncer o cualquier nombre que se le quiera poner a la enfermedad. Causa,
en todo caso, de cierta febrilidad
colectiva, pues es bien sabido que la
fiebre es un síntoma, no una causa.
A pesar de
lo que se cree, esa
enfermedad es más urbana que
rural y estremece más a quienes están
en un clima de discursividad y de gritos que a los
encerrados en sus endeudamientos
progresivos, sus laboratorios, sus consultorios, su trabajo de campo, sus interminables transportes
cotidianos para ir al lugar del
trabajo, sus colas para curarse, sus dificultades económicas, o lo que sea. En todo caso, los anteriores son los que no
se dedican a fracturar a la sociedad colombiana, término que le escuché a unos comentaristas españoles
y catalanes, y que me quedó sonando.
Cualquier aspirante a premio
Nobel en ciencias exactas diría sin mucha dificultad que los que padecen la epidemia
no se dedican (porque no quieren o no pueden) a mirar, observar,
decantar, comprobar, deducir,
inducir, en una palabra, a analizar. Se
dedican a perorar, insultar, vociferar,
calumniar, ignorar, estigmatizar, a
enceguecerse, a no ver, a pasar
agachados o, en una palabra, a
desconectarse. ¿ De qué? De la realidad, por supuesto.
Esas dos Colombias
son las que realmente se dan la espalda en este momento por dos razones principales: la saturación, por un lado, y el egocentrismo por el otro.
Hay gente saturada de corrupción, lo que la lleva a aceptarla pasivamente o a combatirla
discursivamente, lo que viene a dar lo
mismo. Y hay gente que protagoniza la corrupción, lo que la lleva
a justificarla, como el señor Musa Besaile cuando posa de víctima , o el Malo señor
cuando dice que demostrará su inocencia
a sabiendas que eso demorará más
de la cuenta posible. Pero tambien, gente que se excede en el
grito, como la admirada Claudia Lopez.
Frente a ese
estado de ánimo colectivo, los grises que
no queremos situarnos
ni en el fatalismo ni en la
inmoralidad, ni en la gritería, podemos aportar.
Pero
muchos no saben discernir o darle la importancia
suficiente a la coherencia. Es decir,
a los comportamientos consecuentes o no, contundentes o no.
El de Vargas Lleras , que se mimetiza detrás de sus peones de brega como el camaleónico y gritón Velez, y el prontuario de Cambio Radical, como lo recuerda las dos Orillas, además del aval a Kiko Gómez (ver foto) son tambien inconsecuentes y poco cintundentes mas allá de las bravuconadas.
El de Vargas Lleras , que se mimetiza detrás de sus peones de brega como el camaleónico y gritón Velez, y el prontuario de Cambio Radical, como lo recuerda las dos Orillas, además del aval a Kiko Gómez (ver foto) son tambien inconsecuentes y poco cintundentes mas allá de las bravuconadas.
Ante esas realidades , no cabe sino una actitud colectiva, además de la coherencia : la contundencia en no aceptar lo
inaceptable.
los ex magistrados reaccionan |
De allí el interés de reacciones como las de ex magistrados que además de
no temerle a ser investigados, proponen
soluciones concretas.
¿No hay entonces más opción que el fatalismo o la inmoralidad? No lo creo. Es cada vez más
estrecha y profunda asfixia de lo que alguna vez llamé las zonas grises, es decir, de los hombres
o de las mujeres “sin atributos”.
Cuando en Cataluña y en España se habla de “fractura social” aquí podemos empezar a hablar de
Fracking social, con las consecuencias que llevaron al poder a Chávez o a
los autoritarismos inclementes de
cualquier calaña.
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