Debo confesar que en relación con las fake news y con la llamada posverdad o post
truth world tengo sentimientos
muy, pero muy encontrados, por varias
razones.
Un
primer sentimiento encontrado proviene de que hace rato por estos páramos
criollos y latinoamericanos estamos
hablando del tema, lo cual no es
una Fake New sino una
realidad comprobable, por ejemplo, en
este blog.
Entonces invitar a connotados
expertos extranjeros para que nos “ilustren” sirve, por ejemplo, para enterarnos de qué pasó con el Brexit, o
cómo pelearon Trump y los medios. Pero, sobre todo,
lleva simplemente a comprobar que piensan lo mismo que hace rato pensamos algunos académicos y
periodistas. Por ejemplo, que la única
manera eficaz de afrontar mentiras y distorsiones manipuladoras y emocionales de los medios
es formar audiencias en análisis crítico de medios.
“Tenemos un problema con la alfabetizacion
mediática” , dice Stephen Pritchard, de
El Observer (EE01/11), y
Christopher Isham, recalca “CBS continuará haciendo lo que siempre ha hecho,
que consiste en informar las noticias de
la manera mas honesta y objetiva posible”
(EE 29/10)
En
ambos casos pareciera que el
problema no es de los medios, según los
medios y sus periodistas. “nosotros hacemos nuestro trabajo, que los demás albabeticen audiencias”.
A mi modo
de ver, la discursividad sobre posverdad y Fake
News lleva a indiferencia y autosatisfacción o mea culpa,
pero desde luego, eso no es suficiente.
Algunos medios, como La Silla
Vacia, y Semana, han sido mas proactivos: con buenos resultados, han tratado de ponerle el
detector de mentiras (así se llama la
sección de La Silla Vacía) a quienes, a través de
sus declaraciones, manipulan
la opinión. En particular, los políticos.
Por ahí hay un primer camino para contrarrestar las mentiras, mas o menos
descaradas, de todos los sectores
sociales. Y también, una comprobación de que los
medios no han hecho suficiente esfuerzo
en capacitar a sus
periodistas para que apliquen
previamente ese detector de mentiras frente a los hechos y sus interpretaciones, emocionales o no.
Y ¿qué pasa con
las redes sociales?
La posverdad es entonces un
nombre inventado que no me gusta por una
sencilla razón: darla por existente es minimizar la importancia de la verdad o de
las verdades y agrandar el poder
de las mentiras en sus
diversos matices. A la inversa, como cuando
se habla del `posconflicto, lo que
supone que no hay conflicto, lo cual no es cierto, como bien lo demuestra la
peleadera y la intolerancia en esta etapa de
aplicación de los acuerdos con
las FARC. Son palabras generalizadoras
y ambiguas que minimizan la capacidad humana de ser veraz y ético o de solucionar de manera constructiva los conflictos.
¿Aceptar la derrota anticipada? |
Sin
duda, las redes sociales han multiplicado
la posibilidad de decir mentiras,
darle peso a noticias que no lo son (
porque no se basan en hechos, manipulan o
estimulan odios o afectos
emocionales). Pero en el debate
que se ha propuesto sobre estos aspectos, se
parte de “un descubrimiento” que no lo es
pues siempre se ha mentido, manipulado a la opinión pública, creando noticias, tratado de
hundir al adversario y de inflar lo propio, comunicacionalmente hablando.
En las inquietudes que se formulan y se
tratan de solucionar, se hace entonces más énfasis
en la situación (posverdad)
que en la reflexión sobre los seres
humanos y sus valores.
¿De donde viene ese afán
por darle patente de corso a la posverdad,
de institucionalizarla como parte de la democracia moderna de redes sociales?
Nos
viene de los anglo sajones – un
colega bloguero fue el
primero en utilizar el nombre en el
2010, como bien lo relata
mi admirada wikipedia, en un por cierto muy completo y
documentado artículo, que recomiendo, no
solo por lo que precisa sino por sus
referencias bibliograficas http://bit.ly/2iv19kL
y del cual extraigo
Posverdad2
o mentira emotiva es un neologismo3
que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que
las apelaciones a las
emociones y a las
creencias personales.4 En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política
posfactual)2 a
aquella en el que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de
los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de
discusión en los cuales las réplicas fácticas -los hechos- son ignoradas.
La posverdad
difiere de la tradicional disputa y falsificación de
la verdad,
dándole una importancia "secundaria". Se resume como la idea en “el
que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.5
Para algunos autores la posverdad es sencillamente mentira, estafa o falsedad encubiertas
con el término políticamente correcto de posverdad que ocultaría la
tradicional propaganda política678 y
el eufemismo de las relaciones
públicas y la comunicación
estratégica como
instrumentos de manipulación y propaganda.9
Sin duda, me cuento entre esos últimos autores,
para los cuales el retorno a los orígenes -es decir a la
ética como un estado de ánimo colectivo-
es el mejor antídoto contra los eufemismos, la manipulación
discursiva y la politización, que
ocupan un cada vez mayor espacio de nuestro cerebro de colombianos cuando se
trata de debatir sobre
lo político , asfixiando cada
vez más nuestra percepción sobre
lo real.
Y es preocupante cómo
esos eufemismos terminan basándose cada vez más en el
miedo que paraliza e impide la saludable interactividad: la posverdad
es un ogro que produce miedo a las redes sociales como cuando
Felipe Zuleta escribe - y cierra
esa ventana- que ya no va a responder
a los insultos. Miedo de los usuarios
que ya no
usaron ni van ausar
Facebook o Twitter y por lo mismo no van
a cuestionar sus contenidos; miedo de las instituciones educativas que no
se atreven a alfabetizar en medios.
Miedo , en fin, que lleva a
callar y cederle el puesto a los
invasores – a los bárbaros, diría Coetzee - y a sus mentiras.
Y UNA INVITACIÓN PARA TODOS ...
Y UNA INVITACIÓN PARA TODOS ...
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