jueves, 2 de noviembre de 2017

NOTICIAS FALSAS Y POSVERDAD: ¿EDUCACIÓN O MIEDO?

Debo confesar  que en relación con las fake news y con  la llamada posverdad o post truth world tengo  sentimientos muy,  pero muy encontrados, por varias razones.

Un primer  sentimiento encontrado proviene  de que hace rato por  estos páramos  criollos  y latinoamericanos  estamos  hablando  del tema,  lo cual no es  una Fake New  sino una realidad comprobable, por ejemplo,  en este blog.

 Entonces invitar a  connotados  expertos extranjeros para que nos “ilustren”  sirve, por ejemplo,  para enterarnos de qué pasó con el Brexit, o cómo pelearon  Trump y los medios. Pero,  sobre todo,  lleva  simplemente  a comprobar que piensan lo mismo que  hace rato pensamos algunos académicos y periodistas. Por ejemplo, que la única manera eficaz de  afrontar  mentiras y  distorsiones manipuladoras y emocionales  de los medios  es  formar audiencias en análisis crítico de medios.
 “Tenemos un problema con la alfabetizacion mediática” , dice Stephen  Pritchard, de El Observer (EE01/11),  y Christopher  Isham, recalca “CBS  continuará haciendo lo que siempre ha hecho, que  consiste en informar las noticias de la manera mas honesta y objetiva  posible” (EE 29/10)
En ambos  casos  pareciera  que  el problema no es  de los medios, según los medios  y sus periodistas.  “nosotros hacemos nuestro trabajo, que  los demás albabeticen  audiencias”.
 A mi modo  de ver, la  discursividad sobre posverdad  y  Fake News  lleva a  indiferencia y autosatisfacción o mea culpa, pero desde luego, eso no es suficiente.  Algunos medios,  como La Silla Vacia, y Semana,  han sido mas  proactivos: con buenos resultados,  han tratado de ponerle   el detector de mentiras  (así se llama la sección de La Silla Vacía) a  quienes,  a través de  sus  declaraciones,  manipulan  la opinión. En particular, los políticos. 
Por ahí  hay un primer camino  para contrarrestar  las mentiras,  mas o menos  descaradas, de todos los sectores  sociales.  Y  también, una comprobación de que los medios  no han hecho suficiente  esfuerzo  en capacitar  a sus periodistas  para  que apliquen  previamente ese detector de mentiras frente a los hechos y sus interpretaciones, emocionales o no.
Y  ¿qué pasa con las redes sociales?
La posverdad es  entonces un nombre inventado  que no me gusta por una sencilla razón:  darla por existente  es minimizar la importancia de la verdad o de las verdades y  agrandar  el poder  de  las mentiras  en sus  diversos matices.  A la inversa,  como cuando se habla del `posconflicto, lo que supone que no hay conflicto, lo cual no es cierto, como bien lo demuestra la peleadera y la intolerancia  en  esta etapa de  aplicación de los  acuerdos con las FARC. Son palabras generalizadoras  y  ambiguas que  minimizan la capacidad  humana de ser veraz y ético o de  solucionar  de manera constructiva los conflictos.
¿Aceptar la derrota anticipada?

Sin duda, las redes  sociales  han  multiplicado la posibilidad de  decir mentiras, darle  peso a noticias que no lo son ( porque no se basan  en  hechos,  manipulan o  estimulan odios o afectos  emocionales).  Pero en el debate que se ha propuesto sobre  estos  aspectos, se  parte  de “un descubrimiento”  que no lo es  pues siempre se ha mentido, manipulado a la opinión pública,  creando noticias,  tratado de  hundir  al adversario y  de inflar lo propio,  comunicacionalmente hablando.
 En las inquietudes  que se formulan  y  se tratan de solucionar, se hace  entonces  más énfasis  en  la situación  (posverdad)  que en  la reflexión sobre  los seres  humanos  y  sus valores.
 ¿De donde viene  ese afán  por  darle  patente de corso a  la posverdad, de institucionalizarla como parte de la democracia moderna  de redes sociales?
Nos viene de los  anglo sajones – un colega  bloguero  fue  el primero en utilizar el  nombre en el 2010,  como bien lo  relata  mi  admirada  wikipedia, en un por cierto muy completo y documentado artículo,  que recomiendo, no solo por lo que precisa sino por  sus referencias bibliograficas  http://bit.ly/2iv19kL  y del cual extraigo
Posverdad2​ o mentira emotiva es un neologismo3​ que describe la situación en la cual, a la hora de crear y modelar opinión pública, los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales.4​ En cultura política, se denomina política de la posverdad (o política posfactual)2​ a aquella en el que el debate se enmarca en apelaciones a emociones desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas -los hechos- son ignoradas.
La posverdad difiere de la tradicional disputa y falsificación de la verdad, dándole una importancia "secundaria". Se resume como la idea en “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.5​ Para algunos autores la posverdad es sencillamente mentiraestafa o falsedad encubiertas con el término políticamente correcto de posverdad que ocultaría la tradicional propaganda política678​ y el eufemismo de las relaciones públicas y la comunicación estratégica como instrumentos de manipulación y propaganda.9

Sin duda,  me cuento  entre esos últimos  autores,   para los  cuales  el retorno a los orígenes -es decir a la ética  como un estado de ánimo colectivo-  es el mejor  antídoto  contra los eufemismos, la manipulación discursiva  y la politización,  que  ocupan un cada  vez  mayor  espacio  de nuestro cerebro  de colombianos  cuando se  trata de  debatir  sobre  lo político , asfixiando cada  vez más  nuestra percepción  sobre  lo  real.

Y  es preocupante  cómo  esos eufemismos  terminan  basándose cada  vez más en el  miedo  que paraliza  e impide la saludable interactividad:  la posverdad es  un ogro  que produce miedo a las redes sociales  como cuando  Felipe  Zuleta escribe - y  cierra esa ventana- que ya  no va  a responder  a los insultos. Miedo de los usuarios  que  ya  no  usaron ni  van ausar Facebook  o  Twitter y por lo mismo  no  van a  cuestionar sus  contenidos; miedo de las instituciones educativas  que  no se atreven a  alfabetizar en medios.  Miedo , en fin, que lleva a  callar y cederle  el puesto a los invasores – a los bárbaros, diría Coetzee - y a sus mentiras.


Y  UNA INVITACIÓN PARA TODOS ...









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