lunes, 18 de diciembre de 2017

Guillermo Cano, un clima de sencilla fortaleza.

El hombre era tímido, encorvado, casi siempre con el cigarillo pegado al labio. Salía de su escritorio como una sombra discreta,  siempre pensando en algo que uno presentía importante,  pero con una  evidente serenidad cachaca.

  El clima que producía esa presencia no se imponía con gritos ni con pretensiones, como  sucede no pocas  veces  en la adrenalina  de las salas de redacción, pero  era  evidente:  había que hacer las cosas bien y eso era lo que contaba.  Su segundo a  bordo -José  Salgar- aseguraba  que todo  fuera  así;  tenía  la adrenalina de una buena  persona,  es decir,  apresurada,  pero de un respeto  por  el tono en que las cosas se decían.

Pensándolo bien, era un clima que seguramente habían sentido los que trabajaron con aquel Don Gabrielito, que alcancé a conocer, ya muy anciano,  una que otra vez,  cuando paseaba  su  analítico lapiz  rojo  por las  páginas  del periódico  de la víspera,  expuesto en cartelera.  Fabio Castillo describe ahora  el clima del periódico de la  época:  
“Ese tablero  enorme, el muro de la infamia, donde se enmarcaban las gaffes. De esa  tensión  crecía el Espectador diario de Guillermo Cano. Recuerdo su cigarrillo suspendido, desafiando la ley de la gravedad, cuando le conté cómo pude  entrevistar a María Mayorga, la humilde empleada del servicio, a cuyo nombre  figuraban las acciones de  la Nacional de Chocolates, que había comprado  el  Grupo Grancolombiano  para la célebre especulación. O cuando le mostré las fotocopias que conseguí del proceso penal contra el congresista  Pablo Escobar por  el tráfico de 39  kilos de cocaína,  y  que había  sido posible desarchivar en Pasto, gracias a su localización de la  fotografía de prontuario que,  por serendipia, había hallado el mismo Guillermo Cano en el  archivo  fotográfico. Nunca  me  censuró una sola investigación, ni una columna de opinión. Siempre me criticaba, despues de publicadas,  de cómo podrían haber  sido mejores, pero no antes”.

 Debió  ser el  mismo  clima  de  Fidel  Cano Gutiérrez,  cuando se empeñó , allá en  Medellín, en  sacar  de la  gana, de la vocación y  de lo intangible, un periódico  que nació el 22 de marzo de 1887 y que  bautizarían El Espectador.

A diferencia de  unas pocas  familias  “clan” que  nutren su ambición  en el poder económico o político y se aglutinan a través de generaciones estancando la posibilidad de  superar la desigualdad,  los  Cano, ( el Canerío como se  decia también  sin  animo de ofender) se nutrían y  se nutren  de la sencillez , de la autenticidad,  de  la ausencia de  ambiciones económicas o políticas, y de  rencores. Eso  se transmite  por óismosis :  Juan Guillermo, pintor y  Fernando,  fotógrafo que ganó  este año el premio nacional de  fotografía,  encuentran  hoy en  el arte  un  oasis  despues de lo que les tocó vivir durante  diez años  como directores improvisados en 1986,  luego del  asesinato de su padre, hasta  finales de1997, cuando renunciaron. Ambos, cuando les tocó afrontar la tragedia, como le  tocó  a José Salgar, encontraron una  fuerza insondable, lista  a afrontar cualquier riesgo. Con la  misma  indignación como  la que mostró Guillermo Cano en su Libreta de apuntes del 5 de marzo de 1984,   sobre  el robo a  Caldas:

Pero no sólo esa sufrida región fue la víctima. Es apenas la primera que se desmenuza. Lo que se robaron fue el país entero. De ahí nuestra prédica de años contra el clientelismo repugnante, que confundía los negocios públicos con los privados, que era alcahuete soberbio de todos los latrocinios, que tapaba los delitos para evitar sobresaltos, para defender lo mal habido, para preservar un poder conquistado no con ideas ni con programas sino con una pavorosa simulación de honradez, destruyendo a los partidos, olvidado del país que en la peor hora cayó en sus manos, peste aniquiladora de todos los valores, de los morales en primer término”. 

La misma  contundencia  del  análisis  que contagió a toda una época  en  que las palabras  decían lo que  tenían  que decir, como las que  escribió Don Guillermo Cano, sobre el otrora “Gran Partido Liberal” :

“No ha habido hasta el momento en el Liberalismo ni propósito de enmienda ni contrición de corazón. Por el contrario: la pedantería y la jactancia, y la incontrolable ambición de poder de los responsables de su decaimiento, desborda ya los límites de lo políticamente soportable y amenaza con convertir al Liberalismo, definitivamente, en una ronda burocrática al servicio del clientelismo y dominado por los signos retrógrados de sus mezquinos intereses.

Nosotros, los Canos Vivos, como ya lo hicieron los Canos Muertos, sólo podemos prestar el servicio civil, que consideramos obligatorio, de divulgar, explicar, comentar, sin lisonjas para los poderosos y sin debilidades ante su soberbia, con honradez e independencia, cuanto hagan o dejen de hacer quienes tienen la actual y futura responsabilidad de dirigir a Colombia y al partido. Nos obligamos solemnemente ante ustedes a proseguir la comprometida y comprometedora, grande e inaplazable, batalla contra la inmoralidad combatiéndola con serena energía, y a denunciarla donde se encuentre carcomiendo la salud de la República”. 

Pero el “clima  Cano”, del que participa ahora -corriendo menos riesgos intelectuales- Fidel Cano Correa, actual director, transmite  confianza y seguridad.  Hector  Osuna,  como quien esto escribe, tampoco  formó parte de la planta  del periódico, pero recibimos  sus beneficios,  y  recuerda : “ nunca tuvo  un reclamo, ni un dibujo  colgado, en el tenor  periodístico, ni una demora en su publicación. Me sostenía el silencio casi sepulcral de los directores  con lo que  me ahorraba disgusto, pero me perdía de algún elogio, que  debí suponerlo, dadas una larga  permanencia y  una prolongada tolerancia”.

El Maestro Osuna  describe  al director de entonces : “Guillermo era cordial, no de una sonrisa permanente.  Reflejaba cierta fatiga propia de la responsabilidad de su oficio, pero atendía con paciencia las interrupciones, y no aceptaba que le interfirieran su neutralidad objetiva. Un día -me lo relató él mismo- le llegó la  Dirección Liberal a comentarle una cierta preocupación por mis caricaturas, que tal vez no propiciaban la candidatura de Carlos Lleras Restrepo, el gran jefe  Liberal. Pues les ha dicho que si el doctor Lleras no  soportaba unas caricaturas, tampoco podría ser presidente. Cosas así. Tal  era el ambiente en que me desempeñaba yo desde mi casa, haciendo el esfuerzo de colaborar con asiduidad, pero  sin demasiado compromiso de fecha”.

Fabio Castillo  sintetiza  el clima: “creo que había una intensa  creatividad esplendente en la redacción de  Guillermo Cano”. Tenía,  sin duda  una capacidad de  supervisar sin alardes, de apoyar  sin reservas por el camino de las busquedas esenciales,  de  estimular sin palabras .

No repetiré aquí  el episodio de la columna  Ocurrencias sobre  el departamento de Nariño  que tanto marcó  mis primeros años  de ejercicio del periodismo, y que él mismo relató escuetamente en la posdata, concluyendo  el epidodio así: “El Espectador  publicó un comentario  sobre los incidentes y la calma retornó en Pasto sin que de ellos quedaran citratrices ni en nosotros  ni en ellos”.  Cada  17 de diciembre  me  viene a la mente su imagen  impasible frente a los mas de 400 telegramas  insultantes que recibí como primípara de 22 años  que no  previó el  impacto que puede  tener  un artículo cuando  no lo leen o solamente  quienes se exaltan con los odios y las  violencias represadas.  Junto a la mesa donde estaban los telegramas,  la presencia  imperturbable  de Guillermo Cano como director contrastaba con mi azoramiento y mi angustia.  Dijo alguna frase  escueta que no  recuerdo. Lo que valía era su  presencia, sin moralejas o condolencias,  que  simplemente  implicaba  que había  que  seguir adelante, como en efecto lo hice el siguiente jueves de Ocurrencias.

Ahora, cuando El Espectador está enconchado cada vez más  como un apéndice  en la caparazón  del Grupo Sandodomingo,  bajo el  ala  lejana del  grupo familiar accionista liderado por Alejandro Santo Domingo,  ahora cuando el país está  en la encrucijada de sus desaciertos, ahora  cuando en el mundo entero  los grandes  medios  y sus contenidos  tienden a quedar en el  costal de simples “productos”, ahora cuando se añora esa capacidad de ahondar desde el periodismo en las entrañas de  las realidades - lo que  toma tiempo y dinero-,  me pregunto: ¿qué pensará Don Guillermo


(publicado en  El Espectador, domingo 17 de diciembre 2017)






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