El hombre era tímido, encorvado, casi siempre con el cigarillo
pegado al labio. Salía de su escritorio como una sombra discreta, siempre pensando en algo que uno presentía
importante, pero con una evidente serenidad cachaca.
El clima que
producía esa presencia no se imponía con gritos ni con pretensiones, como sucede no pocas veces en la adrenalina de las salas de redacción, pero era
evidente: había que hacer las
cosas bien y eso era lo que contaba. Su
segundo a bordo -José Salgar- aseguraba que todo
fuera así; tenía
la adrenalina de una buena
persona, es decir, apresurada,
pero de un respeto por el tono en que las cosas se decían.
Pensándolo bien, era un clima que seguramente habían sentido
los que trabajaron con aquel Don Gabrielito, que alcancé a conocer, ya muy
anciano, una que otra vez, cuando paseaba
su analítico lapiz rojo
por las páginas del periódico
de la víspera, expuesto en
cartelera. Fabio Castillo describe ahora
el clima del periódico de la época:
“Ese tablero enorme,
el muro de la infamia, donde se enmarcaban las gaffes. De esa tensión
crecía el Espectador diario de Guillermo Cano. Recuerdo su cigarrillo
suspendido, desafiando la ley de la gravedad, cuando le conté cómo pude entrevistar a María Mayorga, la humilde
empleada del servicio, a cuyo nombre
figuraban las acciones de la
Nacional de Chocolates, que había comprado
el Grupo Grancolombiano para la célebre especulación. O cuando le
mostré las fotocopias que conseguí del proceso penal contra el congresista Pablo Escobar por el tráfico de 39 kilos de cocaína, y que
había sido posible desarchivar en Pasto,
gracias a su localización de la
fotografía de prontuario que, por
serendipia, había hallado el mismo Guillermo Cano en el archivo
fotográfico. Nunca me censuró una sola investigación, ni una
columna de opinión. Siempre me criticaba, despues de publicadas, de cómo podrían haber sido mejores, pero no antes”.
Debió ser el
mismo clima de
Fidel Cano Gutiérrez, cuando se empeñó , allá en Medellín, en
sacar de la gana, de la vocación y de lo intangible, un periódico que nació el 22 de marzo de 1887 y que bautizarían El Espectador.
A diferencia de
unas pocas familias “clan” que
nutren su ambición en el poder
económico o político y se aglutinan a través de generaciones estancando la
posibilidad de superar la desigualdad, los
Cano, ( el Canerío como se decia también
sin animo de ofender) se nutrían
y se nutren de la sencillez , de la autenticidad, de la
ausencia de ambiciones económicas o
políticas, y de rencores. Eso se transmite
por óismosis : Juan Guillermo,
pintor y Fernando, fotógrafo que ganó este año el premio nacional de fotografía,
encuentran hoy en el arte
un oasis despues de lo que les tocó vivir durante diez años
como directores improvisados en 1986, luego del
asesinato de su padre, hasta finales de1997, cuando renunciaron. Ambos, cuando les tocó
afrontar la tragedia, como le tocó a José Salgar, encontraron una fuerza insondable, lista a afrontar cualquier riesgo. Con la misma
indignación como la que mostró
Guillermo Cano en su Libreta de apuntes del 5 de marzo de 1984, sobre el robo a
Caldas:
“Pero no sólo
esa sufrida región fue la víctima. Es apenas la primera que se desmenuza. Lo
que se robaron fue el país entero. De ahí nuestra prédica de años contra el
clientelismo repugnante, que confundía los negocios públicos con los privados,
que era alcahuete soberbio de todos los latrocinios, que tapaba los delitos
para evitar sobresaltos, para defender lo mal habido, para preservar un poder
conquistado no con ideas ni con programas sino con una pavorosa simulación de
honradez, destruyendo a los partidos, olvidado del país que en la peor hora
cayó en sus manos, peste aniquiladora de todos los valores, de los morales en
primer término”.
La misma contundencia
del
análisis que contagió a toda una
época en que las palabras decían lo que
tenían que decir, como las que escribió Don Guillermo Cano, sobre el otrora
“Gran Partido Liberal” :
“No ha habido hasta el
momento en el Liberalismo ni propósito de enmienda ni contrición de corazón.
Por el contrario: la pedantería y la jactancia, y la incontrolable ambición de
poder de los responsables de su decaimiento, desborda ya los límites de lo
políticamente soportable y amenaza con convertir al Liberalismo,
definitivamente, en una ronda burocrática al servicio del clientelismo y
dominado por los signos retrógrados de sus mezquinos intereses.
Nosotros, los Canos
Vivos, como ya lo hicieron los Canos Muertos, sólo podemos prestar el servicio
civil, que consideramos obligatorio, de divulgar, explicar, comentar, sin
lisonjas para los poderosos y sin debilidades ante su soberbia, con honradez e
independencia, cuanto hagan o dejen de hacer quienes tienen la actual y futura
responsabilidad de dirigir a Colombia y al partido. Nos obligamos solemnemente
ante ustedes a proseguir la comprometida y comprometedora, grande e
inaplazable, batalla contra la inmoralidad combatiéndola con serena energía, y
a denunciarla donde se encuentre carcomiendo la salud de la República”.
Pero el “clima
Cano”, del que participa ahora -corriendo menos riesgos intelectuales- Fidel
Cano Correa, actual director, transmite confianza
y seguridad. Hector Osuna,
como quien esto escribe, tampoco
formó parte de la planta del
periódico, pero recibimos sus
beneficios, y recuerda : “ nunca tuvo un reclamo, ni un dibujo colgado, en el tenor periodístico, ni una demora en su
publicación. Me sostenía el silencio casi sepulcral de los directores con lo que
me ahorraba disgusto, pero me perdía de algún elogio, que debí suponerlo, dadas una larga permanencia y
una prolongada tolerancia”.
El Maestro Osuna
describe al director de entonces
: “Guillermo era cordial, no de una sonrisa permanente. Reflejaba cierta fatiga propia de la responsabilidad
de su oficio, pero atendía con paciencia las interrupciones, y no aceptaba que
le interfirieran su neutralidad objetiva. Un día -me lo relató él mismo- le
llegó la Dirección Liberal a comentarle
una cierta preocupación por mis caricaturas, que tal vez no propiciaban la
candidatura de Carlos Lleras Restrepo, el gran jefe Liberal. Pues les ha dicho que si el doctor
Lleras no soportaba unas caricaturas,
tampoco podría ser presidente. Cosas así. Tal
era el ambiente en que me desempeñaba yo desde mi casa, haciendo el
esfuerzo de colaborar con asiduidad, pero
sin demasiado compromiso de fecha”.
Fabio Castillo
sintetiza el clima: “creo que
había una intensa creatividad
esplendente en la redacción de Guillermo
Cano”. Tenía, sin duda una capacidad de supervisar sin alardes, de apoyar sin reservas por el camino de las busquedas
esenciales, de estimular sin palabras .
No repetiré aquí
el episodio de la columna Ocurrencias sobre el departamento de Nariño que tanto marcó mis primeros años de ejercicio del periodismo, y que él mismo
relató escuetamente en la posdata, concluyendo
el epidodio así: “El
Espectador publicó un comentario sobre los incidentes y la calma retornó en
Pasto sin que de ellos quedaran citratrices ni en nosotros ni en ellos”. Cada 17
de diciembre me viene a la mente su imagen impasible frente a los mas de 400 telegramas insultantes que recibí como primípara de 22
años que no previó el
impacto que puede tener un artículo cuando no lo leen o solamente quienes se exaltan con los odios y las violencias represadas. Junto a la mesa donde estaban los telegramas, la presencia
imperturbable de Guillermo Cano como
director contrastaba con mi azoramiento y mi angustia. Dijo alguna frase escueta que no recuerdo. Lo que valía era su presencia, sin moralejas o condolencias, que
simplemente implicaba que había
que seguir adelante, como en
efecto lo hice el siguiente jueves de Ocurrencias.
Ahora, cuando El Espectador está enconchado cada vez
más como un apéndice en la caparazón del Grupo Sandodomingo, bajo el
ala lejana del grupo familiar accionista liderado por
Alejandro Santo Domingo, ahora cuando el
país está en la encrucijada de sus
desaciertos, ahora cuando en el mundo
entero los grandes medios y sus contenidos tienden a quedar en el costal de simples “productos”,
ahora cuando se añora esa capacidad de ahondar desde el
periodismo en las entrañas de las
realidades - lo que toma tiempo y dinero-,
me pregunto: ¿qué pensará Don Guillermo
(publicado en El Espectador, domingo 17 de diciembre 2017)
Gracias por no olvidar
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