En un
equilibrado artículo sobre Venezuela en el New York Times y AFP reproducido por
El Espectador (29/03/2019), Alberto Barrera Tyszka detalla lo difícil que es
enterarse sobre lo que realmente sucede en Venezuela, en parte por la
polarización y la consecuente falta de matices.
Y se repite y se repite..la imagen |
Pone un ejemplo: el camión de ayuda humanitaria que ardió en el puente entre Colombia y Venezuela. Los medios (y no solo colombianos), atribuyeron el incendio a las fuerzas de choque de Maduro. El Times, en un análisis más reposado, demostró que “era debido al desprendimiento accidental de una bomba Molotov que los manifestantes de la oposición lanzaban hacia las barricadas del régimen de Maduro”.
El autor, que utiliza la expresión “contexto
tan erizado” al referirse a la percepción mediática de la Venezuela de hoy,
recalca cómo lo que llama la “verdad de
la vehemencia” es diferente de la “verdad de la investigación periodística”.
A mi modo de ver, una de las consecuencias de la vehemencia
ha sido, en Colombia, creer que Maduro caería pronto. Agregaría que nuestra
manera de afrontar los problemas es, en términos generales, además de vehemente, ideologizante (sucede lo mismo en otros países,
pero ese no el tema concreto de hoy).
Las
explicaciones son muchas y van desde la mala fe y la fe en sí misma, hasta la
costumbre de mentir y de creerse las mentiras. Pasan de la incapacidad de tomar
distancia, a la pasión ciega de interpretar la realidad según lo que se sienta
o se apoya. Eso ha sucedido con Venezuela, con Hidroituango, y con la Minga
indígena que además, parte de un estereotipo, favorable o desfavorable según la
esquina en que se encuentre quien describe
la realidad sobre “los indígenas”.
Por cierto,
esa distorsión de la realidad sería un buen tema de tesis si la academia no
estuviera ocupada en otros menesteres teóricos, en foros con sillón incluido, o especulando sobre “el
sexo de los ángeles” para utilizar la expresión de Víctor Hugo.
En términos generales, el periodismo colombiano,
sobre todo audio visual, no es de gran ayuda por sus ligerezas, su empeño en
polarizar y su falta de investigación. Por eso mismo, además de lo que se ha
planteado en relación con los dueños, las redes sociales y los remordimientos
de Mark Zuckerberg, la responsabilidad por la verdad debe provenir también de los
ciudadanos comunes y corrientes.
La mejor
manera de actuar sobre las redes sociales no es satanizándolas, como sucedió,
sin éxito, cuando Gutenberg inventó la imprenta. A pesar del fanatismo y el
miedo a lo novedoso, le quitó poder a los monjes, socavó la autoridad del voraz
papado y preparó la reforma protestante. Pero fue, ante todo, liberadora.
VERDAD,
REGULACIÓN Y GOBIERNIZACIÓN…
En la última asamblea de la Sociedad interamericana
de Prensa, y como reacción a la competencia de las redes sociales para los periódicos
de capa caída que no han sabido adaptarse a la realidad, no faltó quien
propusiera una regulación, que a la larga
significa emular con países como China y Cuba, que lo que hacen es censurar
lo que no les gusta.
Si el
asunto es de búsqueda de la verdad, la ciudadanía debería prepararse, en vez de
espantarse por lo que sale en las nuevas y viejas tecnologías. Las metodologías de análisis de medios deberían enseñarse desde las escuelas, lo
que hasta ahora no se le ha ocurrido, que yo sepa, ni a los ministros de
educación, ni a Fecode, ni a los colegios, ni a los candidatos a las elecciones
de octubre, para citar solo algunos casos.
Pasiva, la ciudadanía no reacciona ante proyectos de
gobiernización de regulaciones y
mantenimiento de la concentración oligopólica.
Solo se emociona o peor, la llevan a protestar contra la tecnología.
La
satanización de las redes sociales en Colombia y en los países que se pueden
catalogar de ciudadanía polarizada, lo que hace es dejar que el odio y las
distorsiones ganen allí cada vez mas terreno, y la autoridad reguladora busque un
apoyo populista hacia lo “gobiernista” para supuestamente acabar con los
excesos.
Lo más fácil es echarle la culpa a las redes
sociales, como está de moda hacerlo hoy. Pero como sucede con las grandes innovaciones, la satanización exclusiva
del vehículo es un camino sin salida. Hay que buscarla más bien en la realidad
real, en la que siempre hay una responsabilidad de los seres humanos de carne y
hueso, cualquiera que sea el vehículo de comunicación que se escoja.
¿hay que creerle a todo protagonista mediático? |
En la
avalancha de imágenes, queda cada vez más difícil detectar cuales son del aquí y el ahora. Imágenes
repetidas una y otra vez, en particular sobre violencia, van determinando de
manera incierta nuestra noción de verdad, tanto en las redes sociales como en
los medios tradicionales audiovisuales.
La adhesión
sin reflexión, más allá de estar velozmente en favor o en contra, ayuda a los
que tienen poder o avidez por tenerlo. Se
acepta tragar entero sin racionalizar.
Gracias a la imagen, tragamos hechos, como, por ejemplo:
Gracias a la imagen, tragamos hechos, como, por ejemplo:
PROSUR
COMO REVANCHA DE UNASUR. Un ejemplo
patético de ese virus en el que se lleva la contraria por revancha
política, es el de la apresurada creación de PROSUR, en la que poco hay más
allá de la foto y del personalismo de los líderes que se han aficionado a las
propuestas y creen que basta con que
ellos se unan para que sucedan.
LA
VALLA DE MARRAS. Otro ejemplo, más que patético, retador, pero a
la vez de la manera fanática, ignorante y mentirosa como
nos quieren hacer tragar el análisis de la realidad, es el de la valla
impulsada por la senadora Holguín y sus
Paolitos, y defendida por el Centro Democrático.
LOS
“DUEÑOS” DE LAS VÍCTIMAS. Gracias a que un ciudadano descubrió que la
foto que mostraba Herbin Hoyos era una foto vieja, su poder sobre las víctimas se ha derrumbado. Eso
demuestra que la verdad de los hechos es un argumento infalible. A la larga, el
engaño hace perder credibilidad, siempre y cuando los ciudadanos ayuden a
detectarla.
LA
PEDOFILIA DE LA IGLESIA: Lo que nunca se creyó posible : la reacción solidaria
y mediática de las víctimas abrió el telón sobre la infamia y las redes sociales
jugaron un papel más importante de lo que se cree en tumbar el tabú que
prohibía referirse a prácticas delincuenciales en el seno de la Iglesia.
Ese saneamiento interior, que extirpa lo que se
oculta, y cuya revelación es mérito de sus víctimas, puede
costarle a la Iglesia católica su derrumbe, casi tanto como le costará al Papa Francisco haber
asumido el riesgo de liderar la protección de los niños ante los abusos
sacerdotales. Contrasta, en este tema como en tantos otros de nuestra Colombia, con la
falta de indignación de las iglesias colombianas ante el asesinato de los
líderes sociales. La verdad de estos hechos intolerables resalta la parquedad de la Conferencia Episcopal, que no sale de sus
pronunciamientos generales y por lo mismo, evasivos.
¿Cual
será, entonces el antivirus que permitirá, desde la ciudadanía, fortalecer las
verdades colombianas? Mermarle
a la discursividad, caerle sin contemplaciones a los silencios cómplices, a las distorsiones, al eufemismo, a la
peleadera. Partir de la realidad y evaluar la que entregan los mensajeros y protagonistas mediáticos. Preguntarnos, como usuarios de las
redes, si basta con hacerle clic al “me gusta” y preguntarnos: ¿estoy
polarizando? Y si la repuesta es afirmativa, buscar matices que lleven a
reconciliar. Es decir, tratar de escuchar al otro, aunque el otro
solo se escuche a sí mismo, observar y deducir.
A propósito... Y cuando los presentadores hacen publicidad, ¿dónde está la verdad que informan? ¿se les cree, o no les importa que se les crea? ¿Y el medio, lo considera "normal? Alguna vez, a nadie se le ocurría. ¿Ahora la ética y el respeto lo permiten?
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