Correcto es quizás la palabra que mejor define a Humberto
De La Calle, a quien la mayoría de los colombianos, entre los cuales me cuento,
conocemos poco.
Un ser humano correcto es aquel del que no se
esperan ni trapisondas, ni deslealtades, ni mezquindades, ni medias tintas. Es un ser leal, tanto a sus principios como
cuando desde ese cuestionable “back
channel” (mala maña del presidente Santos), le llegan sugerencias de que
aparte a Sergio Jaramillo, a las que no hace caso. Por eso también le disgusta la que
llama “violencia buena”, de quienes obran con odio por fe o convencimiento ideológico
de SU verdad.
Humberto De La Calle es liberal de talante, no de etiqueta. Y en el proceso de negociación, impuso desde el principio, en vez de
improvisación, una disciplina ejemplar, característica que comparte con Sergio
Jaramillo. Tenía muy claro oponerse a la que llama “cultura nacional de regateo”. También,
a tener “más confianza en el proceso que confianza en las personas”, a
diferencia – escribe- del Caguán. Tampoco iba a adaptarse a estrategias tanto
mediáticas como de la guerrilla, de dividir para reinar.
Humberto De La Calle no es confianzudo. Mantiene
cierta distancia fría y apresurada. Cuando al comienzo de su libro se pregunta
por qué dedicó cuatro años de su vida a las negociaciones de La Habana, él mismo
se responde: “porque sería inmoral no hacerlo”. Y uno le cree. Como uno le cree
cuando acuña un viejo dicho, pero adicionándole “una porción nueva: ponerse en
los zapatos del otro, pero no para usar los zapatos del otro “.
Este libro del Jefe
Negociador era, a mi modo de ver, el más esperado de los de protagonistas de los
acuerdos de La Habana, no solo por la personalidad discreta del jefe negociador durante el proceso,
sino porque marca la pauta. Una pauta de sinceridad en la que analiza errores y
no magnifica resultados. Y que
tiene desde el comienzo una claridad
sobre las incompatibilidades básicas, sobre las cuales las Las FARC querían una interpretación más
amplia. Claridad también sobre lo que llama “las murallas”:
Diferenciar el
fin del conflicto de la paz [1]
No abrir la mesa
para tratar lo divino y lo humano
Nada está
acordado hasta que todo esté acordado
Negociar bajo el fuego
A diferencia de otros libros de testimonio, la
parte final de éste es más sesuda que
las notas un poco desordenadas del principio, notas que tomó en las largas veladas, casi conventuales, de La
Habana. Sin duda, los mejores capítulos son los de temáticas cruciales: paz y
justicia no son agua y aceite, (IV); tomar el conflicto por sus cuernos tierra
y cultivos ilícitos (VI); los generales
en su laberinto (VII) y el Epílogo.
Sus descripciones
del entorno (capítulo III) son más
escuetas que literarias. Pero su percepción
de quienes convivieron con él en ese largo
camino es aguda, precisa y equilibrada.
Así, por ejemplo, sobre Sergio Jaramillo; “difícil encontrar a alguien con un
mayor y auténtico sentido de compromiso con Colombia que Sergio Jaramillo Caro”;
“personalidad difícil. Es un cultor del secreto”; “cada palabra ideada por
Sergio Jaramillo tenía su peso específico”
Sobre Los generales en su laberinto:
el tema quizás más discreto en el curso de las negociaciones, pero fue un
acierto del presidente Santos haberlos incluido desde el principio. El autor describe las características de la personalidad
tanto del frentero general Mora como la capacidad del General Naranjo de
encontrar un enfoque original de cualquier tema o la que llamaron “hora Mora”,
de las ocho de la noche para poner fin a interminables sesiones.
Sobre las FARC: el análisis del adversario en la mesa es también certero sin caer en las impresiones emocionales: “equivocados
y anacrónicos, sin duda. Sectarios, al máximo. Pero el empeño dialéctico no era despreciable. Para ir
erosionando esa lógica, había que hacer un esfuerzo supremo y preparar los
temas hasta el ultimo detalle”. Recalca cómo las FARC nunca aceptaron cárcel,
un tema que hoy sigue siendo álgido. No
duda en observar “el desprecio
por las víctimas, arrogancia, dogmatismo, compulsión para evitar la figura del
guerrillero derrotado “y “tenían una noción de paramilitarismo como algo
estructural dentro del Estado”. Observa también que en la mesa, su estrategia
fue a veces la de dividir para reinar, una estrategia que, a mi modo de ver,
fue característica del egocéntrico presidente
Santos y explica buena parte de sus errores, en este como en otros campos. En ambos casos, “muchos periodistas y personajes influyentes empezaron a caer en la
trampa”.
ERRORES Y RESULTADOS
En términos generales, el autor reconoce errores colectivos
como, por ejemplo, en materia de pedagogía y comunicación. Sin embargo, fijó
una pauta saludable: la de no prestarse a “lo que siempre me pareció baldío- y nunca
fallé en mantener rigurosamente esa actitud-: montar un ring de boxeo en La
Habana para divertir a los medios y a la opinión con diarias confrontaciones
entre Márquez y De la Calle.”
Pero el máximo error colectivo fue convocar el
plebiscito, creyendo que habría un
amplio apoyo nacional y que, también a mi modo de ver, proviene de la obsesión colombiana por “un gran
dialogo nacional "de los que perdían el
foco central de La Habana”. “El pacto de
refrendación se fue convirtiendo en
una refrendación popular “y con el plebiscito...Jamás pensamos que venía una
derrota.”- comenta el autor. Derrota relativa por escasos votos pero que el CD no tardó en convertir en aplastante victoria, que nos ha llevado a la polarización y al estado actual del país.
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La segunda firma después del plebiscito, en el Teatro Colón |
Por cierto, con franqueza pero respeto, Humberto De La Calle considera
un error la decisión de Santos de “no incorporar al Centro Democrático en las conversaciones, que “catapultó a
Uribe y a su partido en motor de la oposición”
La firmeza del jefe negociador en mantener unidos e indisolubles los cuatro aspectos
de “Justicia,
verdad, reparación y garantía de no repetición”
fue “un mantra que ha sido nuestro centro de gravedad en las discusiones de
La Habana”. Pero se lamenta que la privación de la libertad copara “casi todo
el espacio de discusión”. Como ahora lo copan – agrego- el caso Santrich, las objeciones a la JEP y lo coparon las relaciones entre la minga y el Presidente
Duque, gracias a las lógicas de confrontación de los medios, pero ese es otro
tema.
Lo molestó - y no
es el único - la llamada “diplomacia paralela” de invitar a seis juristas a
meterse en las conversaciones: “hay quienes dicen que la idea fue de
Timochenko. O de Álvaro Leyva. Otros creen que mas bien de un asesor extranjero del presidente. Lo cierto es que
así se procedió.” Para el autor fue “Un
camino riesgoso, porque creó una brizna de ambigüedad en su mandato…Siempre me
llamó la atención la vehemencia con las que las FARC sostuvieron que la
comisión de juristas constituía un acuerdo”. Por parte de la guerrilla hicieron mucho
ruido. [2]Los
tres juristas invitados por el gobierno “le preguntaron directamente al presidente
cual era el límite de su competencia” Les contestó que “los semáforos en rojo los ponía el Jefe de Estado”. Esa manía creó más ruido que otra cosa.
Sin embargo, considera positivo
el plan del gobierno: “no poner todos los huevos en la misma canasta” y
que hubiera un solo vocero oficial. Y
aclara: “a mi entender, la Habana no debía ser un púlpito”.
Las elecciones provocaron un giro: “el proceso quedó atrapado, más que en una dinámica política, en una
dinámica electoral”. En particular
por la escogencia de Vargas Lleras de vicepresidente:
“decidimos (con Sergio Jaramillo)
plantearle nuestros temores al presidente”. Por supuesto, no hizo caso.
El autor hace un análisis
realista sobre la Constituyente, que
es también, a mi modo de ver, una
obsesión colombiana que fomenta expectativas
de cambio sin necesidad. En el caso de La Habana, recalca, “el hálito modernizante no logró
permear toda la sociedad, sino unas
capas de clase media y alta”; “hay
compartimentos estancos, ciertas lagunas que discurren por fuera de la
modernidad “. Y coincido en su
apreciación de otra mala costumbre de cuestionar sin argumentos: "siempre
me sorprendió el prestigio generalizado de lo logrado en la Mesa, frente a la
indiferencia en Colombia, cuando no la franca y alucinante pugnacidad”
En un largo recorrido, en julio
del 2012 se
aprobó Acto Legislativo 1 marco jurídico para la paz. Allí
opina: por la “debilidad de la noción de
delito político, una de sus principales características es que propone un
esquema de justicia transicional que se aleja de dicha noción casi por completo”.
ERRORES DE LAS FARC Y DEL GOBIERNO
El Jefe Negociador se opuso con Roy Barreras
a una nueva ronda de conversaciones que
sugería Santos reunido con Uribe en Medellín. Accedió y, concluye, eso salvó por lo menos el
Acuerdo.
¿Y AHORA QUÉ?
Humberto de La
Calle observa ahora un “panorama
de fragilidad altamente nocivo". Y reitera cómo el reto más profundo es “aminorar de manera sustancial la
inequidad” colombiana.
Y, como muchos,
se lamenta por “la postergación indefinida de cambios necesarios,
teóricamente pregonada pero desbaratada en la práctica”. Para Humberto de La Calle, problemas
centrales como la inequidad, la desigualdad regional (“la pobreza en el litoral
pacifico es casi nueve veces mayor que para la región compuesta por Caldas,
Risaralda y Quindío”),las diferencias de equidad en género, no priorizar poblaciones "que no tienen recursos para
influir en la agenda nacional" y una clase dirigente que ha estado “por
debajo de las exigencias actuales”.
Es una
lástima que después de tanto esfuerzo en La Habana, y no solo por parte de del
Jefe Negociador sino de todos los integrantes de la delegación del gobierno pero también de las FARC, el resultado
haya languidecido de esa patética manera. Una de las razones: la dificultad de
hacer en la práctica lo que se proponía en los acuerdos.
Sin duda, para el presidente Santos, el esfuerzo
le mereció el Nobel. De allí su presión, fijando plazos para obtener resultados. Pero surge una pregunta ante el testimonio de una persona tan
dedicada como lo fue Humberto de La
Calle (al que ni siquiera mencionó Santos el día
del lanzamiento de ·”SU” ONG Compaz): Además de la propia satisfacción
moral por su sentido del deber, ¿cual fue la recompensa al Jefe Negociador de un país en el que, tanto en el nivel individual como colectivo, el mal agradecimiento
es más importante que la gratitud?
[1]Lo que, a mi modo de ver,
y como siempre se ha analizado en este
blog, (ver glosario) el presidente Santos no hizo.
[2] Por parte de la
guerrilla, Álvaro
Leyva, Diego Martínez, Enrique Santiago;
por parte del Gobierno, Manuel
José Cepeda, Douglas Cassel, ( experto en DIH) y
Juan Carlos Henao. También fue Back
Channel la intervención posterior de
la Canciller, del Ministro del Interior Juan Fernando Cristo, el senador Roy
Barreras y el Consejero Rafael Pardo. A mi
modo de ver, esa que llamo manía
se debe a un “ego alborotado”, como el de Luis XIV, el “rey sol” que no resistía ser opacado y al que se
le atribuye la frase "après moi le déluge". Sin embargo, hay que reconocer la valentía y la audacia del Presidente que llevó a buen término los acuerdos con las FARC.
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