Lo más impresionante de la peleadera entre el fiscal y el Procurador, el crucero de marras y otros casos ya olvidados, no es que sucedan, sino que suceden porque la primera actitud moral es no caer en cuenta de que eso no se debe hacer. O si se cae en cuenta, llevan a una conclusión que redime de la falla ética al preguntarse ¿Y eso qué tiene?
La expresión, de pronto, es un colombianismo
pero, en todo caso, de significado muy profundo para explicar actitudes que van
construyendo un comportamiento “tolerable” en casi todos los sectores de la
colombianidad.
Muchos
de los problemas colectivos de la sociedad colombiana radican en que lo jurídico es el punto de referencia ético
porque la ley es suficientemente laxa; su discursividad, sobrevalorada , admite varias interpretaciones y
esguinces, desde que se predicó el “se obedece pero no se cumple”. Eludir el
cumplimiento como gracia de la malicia
criolla implicaba una falla ética que muy poco ha sido cuestionada.
Otro punto de referencia ético suele ser el de
la religión, que tampoco ayuda a reconocer que todo tiene que ver con la responsabilidad moral como tendencia
colectiva. En manos de Dios queda la responsabilidad de que suceda lo que
sucede. Pero además, la reflexión ética se diluye ante la terquedad fundamentalista,
que fracturó el comportamiento moral. Fue el caso, por ejemplo, del aborto (que
estimuló la clandestinidad), o el pecado de lo sexual frente a la virginidad de
María (que estimuló la prostitución y la pedofilia). La contundencia y la
brutalidad del hecho (violación) y
su efecto sobre la dignidad de la mujer se
volvieron un asunto menor y perdieron poco a poco importancia colectiva.
DESVALORIZACIÓN MORAL DE LAS CORTES
Pero volviendo a las Cortes, se han desvalorizado
moralmente por dos factores. El primero, la seducción por la inmediatez y la
necesidad de impacto. El segundo, ya mencionado: la identificación de lo ético
con lo jurídico.
En el caso concreto del crucero, es decir,
del comportamiento de las cúpulas que afecta la dignidad de toda la rama (como
la afectó recibir regalos de Giorgio Sale), la base de todo el asunto está en que
a una funcionaria, “modelo” de la rama judicial por ser Presidente de la Corte Suprema, le pareciera “correcto” irse de crucero con los
candidatos que ella deberá escoger como
colegas.
Después de esa decisión, que no le ameritó siquiera
una duda ética, la magistrada cede territorio ético y va entrando en la justificación
jurídica (que la exime de un posible delito, para ella fundamental). Le surge entonces,
como a otros desvalorizadores del comportamiento ético, la pregunta justificadora:
¿y eso qué tiene?
Cuando
falla la justificación por omisión (no, eso no tiene nada de reprobable, no es
delito, el permiso está contemplado en el reglamento, quedo absuelta por eso mismo),
el tercer paso es la necesidad de argumentar: que el hijo le regaló el crucero, lo que no
afronta el cuestionamiento ético de fondo de su comportamiento con los magistrados viajeros.
Pero
el asunto, al que lo medios le han dado
resonancia, termina por perderse en el cúmulo de denuncias, las unas más graves
que las otras y que, en todo caso, pasada
la inmediatez, se diluyen en el tiempo.
Es, en
el fondo, el mismo proceso sicológico que lleva a la argumentación del que se salta una barrera para no pagar el
tiquete, o asesina, o se deja comprar para votar, peca por la paga, paga por pecar, despoja al
otro, construye o destruye pruebas en la propia función judicial.
¿Y ESO QUÉ TIENE QUE VER CON EL FISCAL Y EL
PROCURADOR?
La laxitud ética que empieza a contagiar la rama
judicial es estimuladas por dos factores: el estancamiento de la administración de justicia en el fango de procedimientos
formalistas y la presión de la inmediatez (ver impacto) que suscita en jueces y
magistrados, fiscales y procuradores, propuestas
teóricas de la discursividad que no inciden en la solución real de los problemas.
“Descubrir”
y proponer que el Ministerio público deba desaparecer de los procesos veinte
años después de que se adoptara el
Sistema penal acusatorio, como lo hace el Fiscal ahora, y precisamente cuando los
dos funcionarios tienen enfoques distintos sobre el proceso de La Habana es buscar
en la peleadera una respuesta a la necesidad de impacto que se ha vuelto la
motivación principal de la función pública.
La acción de los medios audiovisuales estimula
sin duda esa seducción por la imagen que, de contragolpe porque todo tiene que ver con todo, favorece también a los medios.
¿Por qué? Porque el impacto de las
lógicas de confrontación se sobrepone y anula la necesidad de investigación. No
nos digamos mentiras : es mucho más cómodo para el periodismo y cuesta menos
para los canales “cubrir” procesos judiciales y evolución de proyectos en el
Congreso que hacer trabajo de campo o dedicarle meses a seguir una pista.
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