¿Cuál es la consecuencia de la discursividad en la
construcción de imaginarios en una cultura como la
contemporánea, en la que se impone lo audiovisual? Se elude lo conceptual, que pasa a un
segundo plano frente al impacto emocional.
Una comparación más sencilla: si yo desarrollo mucho el ver y el oír, los sentidos como el tacto, el gusto y el olfato pierden importancia.
En el caso del “tacto”, obviamente, el “clic” desarrolla el pulgar, pero se pierde la capacidad sensorial de descubrir a partir de la piel;
En cuanto al “gusto”, se va perdiendo la capacidad humana de percibir que hay sabores distintos de la comida chatarra;
Con el olfato, perder la capacidad sensorial es olvidar que el ser humano, como el animal, tenía un olor que hoy se diluye en la marea de desodorantes y perfumes que buscan ocultarlo.
Pero sucede algo similar con la capacidad de análisis, es decir, la parte racional de nuestro “ser”.
El impacto se busca -y se logra- a partir de lo audio-visual, es decir, del gesto y de la sonoridad de la palabra, no de su contenido.
El gesto se vuelve preponderante, gracias a la televisión, que implica ver. Los ojos detectan la “personalidad” en el vestir, en la sonrisa política como garantías de confianza y capacidad, en la mirada frentera que, se pretende, sustituya la honorabilidad y la transparencia, en la facilidad de expresión, que no pocas veces es pura carreta.
La oralidad pierde su sentido original de narración gracias a la importancia de los sonidos de audio que diluyen el sentido de lo verbal. El karaoke se vuelve la pista que define a los candidatos; la pomposa entrada y salida de los debates televisivos nos impregnan de una sensación de seriedad; las alturas y bajezas de las voces nos definen lo que se discute en el ring.
¿ Y el miedo existencial? ¿El miedo a no ser torturado, a no ser masacrado, a no ser callado, excluido, borrado de la faz dela tierra? Bauman el sociólogo (ver entradas anteriores) y otros nos destapan el subterfugio: la preocupación por la gordura, la obsesión por adelgazar o el deporte, refugiarnos de la inseguridad en conjuntos cerrados son maneras de no preguntarnos qué realmente está en juego.
En lo político, lo que está en juego se diluyó con la peleadera, las malas prácticas de chuzar al adversario y de chuzar al chuzador, las especulaciones sobre quien se iría con quién, en si el partido conservador de Martha Lucía se iba con Santos o el partido de Gerlein con Zuluaga; si los claristas aceptarían el inútil voto en blanco o los peñalosistas autodefinieran su verde.
“Dejar en libertad a los electores " se volvió un acto de heroísmo o de grandeza , pretendiendo así esconder la desestructuración de partidos que son sumas de egoísmos y de inercia ciudadana o su afición por las diarreas mentales.
El miedo profundo se oculta en los medios con la “debateadera” emocional propiciada por la política “sucia”, las filtraciones, los escándalos, los insultos mutuos, las acusaciones y la irresponsabilidad periodística.
En lo político, el miedo se arropa con la indiferencia, con la sábana de un dudoso voto en blanco que ya ni siquiera servirá, con la verborrea y los manifiestos inocuos que todos firmamos para tener la conciencia “limpia”.
Entonces ¿qué es lo que nos produce miedo “existencial” en este momento en Colombia?
A unos, la inseguridad. Por eso buscan la seguridad en el radicalismo autoritario y creen que excluyendo al contrario se la garantiza.
En otros, los que quizás más se abstuvieron, el miedo profundo está en volver hacia atrás, en repetir la historia por incapacidad de luchar por el tan cacareado cambio. Miedo impronunciable al mundo oculto de las masacres y las motosierras, miedo a las autodefensas , sus ubérrimos, y sus apóstoles, miedo silencioso a las intolerancias de una guerrilla instalada en el narcotráfico, miedo estético a la cultura del paraíso de tetas , y , sobre todo, miedo al retorno a la intolerancia política.
Miedo, en fin, a esa incapacidad de ser colombianos en el actuar colectivo, creyendo que basta con alabar “nuestros" Nairo y Rigoberto, nuestros futbolistas, LA Shakira o el sensato Falcao (al que le imploraban que fuera al Mundial, aunque perdiera la rodilla).
Y sobre todo, el confusionismo (con ese) como manera de envolver colectivamente el miedo existencial en una cortina de humo.
Pero vencer el miedo existencial no es taparlo con el fatalismo, o con la “blancura” de un voto supuestamente izquierdista. No es abstenerse, una vez más, avalando eso mismo que nos produce miedo.
Una comparación más sencilla: si yo desarrollo mucho el ver y el oír, los sentidos como el tacto, el gusto y el olfato pierden importancia.
En el caso del “tacto”, obviamente, el “clic” desarrolla el pulgar, pero se pierde la capacidad sensorial de descubrir a partir de la piel;
En cuanto al “gusto”, se va perdiendo la capacidad humana de percibir que hay sabores distintos de la comida chatarra;
Con el olfato, perder la capacidad sensorial es olvidar que el ser humano, como el animal, tenía un olor que hoy se diluye en la marea de desodorantes y perfumes que buscan ocultarlo.
Pero sucede algo similar con la capacidad de análisis, es decir, la parte racional de nuestro “ser”.
El impacto se busca -y se logra- a partir de lo audio-visual, es decir, del gesto y de la sonoridad de la palabra, no de su contenido.
El gesto se vuelve preponderante, gracias a la televisión, que implica ver. Los ojos detectan la “personalidad” en el vestir, en la sonrisa política como garantías de confianza y capacidad, en la mirada frentera que, se pretende, sustituya la honorabilidad y la transparencia, en la facilidad de expresión, que no pocas veces es pura carreta.
La oralidad pierde su sentido original de narración gracias a la importancia de los sonidos de audio que diluyen el sentido de lo verbal. El karaoke se vuelve la pista que define a los candidatos; la pomposa entrada y salida de los debates televisivos nos impregnan de una sensación de seriedad; las alturas y bajezas de las voces nos definen lo que se discute en el ring.
¿ Y el miedo existencial? ¿El miedo a no ser torturado, a no ser masacrado, a no ser callado, excluido, borrado de la faz dela tierra? Bauman el sociólogo (ver entradas anteriores) y otros nos destapan el subterfugio: la preocupación por la gordura, la obsesión por adelgazar o el deporte, refugiarnos de la inseguridad en conjuntos cerrados son maneras de no preguntarnos qué realmente está en juego.
En lo político, lo que está en juego se diluyó con la peleadera, las malas prácticas de chuzar al adversario y de chuzar al chuzador, las especulaciones sobre quien se iría con quién, en si el partido conservador de Martha Lucía se iba con Santos o el partido de Gerlein con Zuluaga; si los claristas aceptarían el inútil voto en blanco o los peñalosistas autodefinieran su verde.
“Dejar en libertad a los electores " se volvió un acto de heroísmo o de grandeza , pretendiendo así esconder la desestructuración de partidos que son sumas de egoísmos y de inercia ciudadana o su afición por las diarreas mentales.
El miedo profundo se oculta en los medios con la “debateadera” emocional propiciada por la política “sucia”, las filtraciones, los escándalos, los insultos mutuos, las acusaciones y la irresponsabilidad periodística.
En lo político, el miedo se arropa con la indiferencia, con la sábana de un dudoso voto en blanco que ya ni siquiera servirá, con la verborrea y los manifiestos inocuos que todos firmamos para tener la conciencia “limpia”.
Entonces ¿qué es lo que nos produce miedo “existencial” en este momento en Colombia?
A unos, la inseguridad. Por eso buscan la seguridad en el radicalismo autoritario y creen que excluyendo al contrario se la garantiza.
En otros, los que quizás más se abstuvieron, el miedo profundo está en volver hacia atrás, en repetir la historia por incapacidad de luchar por el tan cacareado cambio. Miedo impronunciable al mundo oculto de las masacres y las motosierras, miedo a las autodefensas , sus ubérrimos, y sus apóstoles, miedo silencioso a las intolerancias de una guerrilla instalada en el narcotráfico, miedo estético a la cultura del paraíso de tetas , y , sobre todo, miedo al retorno a la intolerancia política.
Miedo, en fin, a esa incapacidad de ser colombianos en el actuar colectivo, creyendo que basta con alabar “nuestros" Nairo y Rigoberto, nuestros futbolistas, LA Shakira o el sensato Falcao (al que le imploraban que fuera al Mundial, aunque perdiera la rodilla).
Y sobre todo, el confusionismo (con ese) como manera de envolver colectivamente el miedo existencial en una cortina de humo.
Pero vencer el miedo existencial no es taparlo con el fatalismo, o con la “blancura” de un voto supuestamente izquierdista. No es abstenerse, una vez más, avalando eso mismo que nos produce miedo.
MI VOTO NO SERÁ POR LA PAZ, UN
TERMINO AMBIGUO, SINO POR LA RECONCILIACIÓN (VER PROXIMO
VIERNES POR QUÉ)
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