Apodado El Sombrerero..MTH© |
Érase una vez un país
en donde unos pocos animales llamados Prontohéroes (tigres, panteras, micos, elefantes, serpientes y,
En ese país, un
puñado de tigres, panteras, micos, elefantes, serpientes y, sobre todo guacamayas, loros verdes, le daban látigo a todo el que no
se admirara de sus pequeñeces. Unas
pocas cajas de resonancia retransmitían toda aquella algarabía de aullidos y
graznidos, sin ocuparse de lo que
el resto de los habitantes
quisiera.
Una niña llamada
Colombina, que había leído
el cuento de Alicia , exasperada tanto por el concierto estridente de todos esos
animales, como por la alharaca insulsa de los
pocos que los aplaudían (sin dejar en
paz ni a los toros) decidió
meterse por un hueco negro que
habían horadado unas inmensas retroexcavadoras con las ilusorias promesas de mejorar
el medio ambiente, de lograr la
igualdad de todos los habitantes
y de castigar a los malos que se robaban
todo lo que había en ese país de maravillas.
Lo primero que vio cuando
salió de las profundidades del túnel por
el que había caído dando botes, fue
una señora de corona torcida que apodaban Rupelli, enfrascada en un gran altercado con otro hirsuto
al que le gritaba : “
Montetriste, Montetriste ¿por qué
quieres que me vaya”? El otro no le
contestó, ocupado como estaba en mirarse en un espejo grandísimo
que se encontraba al lado de la
entrada del túnel. De pronto, la señora se transformó en cometa
y siguió el rastro de otras estrellas fugaces en el
mismo trance.
En otro lugar, siete u ocho
micos de todos los
colores se ocupaban de preparar
interminables alegatos en los que
después de haber mantenido en suspenso
a los habitantes de aquel país,
salían con un contradictorias
conclusiones, de tal manera que ya estos habitantes le habían perdido toda la
confianza.
En un rincón , un hombre de negras vestiduras,
apodado El Sombrerero
procuraba espantar y
castigar con el látigo de las sanciones a lo
que no se pareciera
a un sombrero, con lo cual todo
el mundo lo dejó solo , salvo un puñado de seguidores que
hacían interminables arengas.
Entre estos últimos, nadie se explicaba por qué un antiguo rey de la selva que
curiosamente trinaba incesantemente,
ahora hacía moños
y no había vuelto a asistir a las ceremonias del conejo sino que se
convertía en un triste monumento de piedra, rodeado de áulicos que graznaban como autómatas.
A su vez, el Conejo
Blanco de aquel lugar, rodeado de una serie de altivos e
inmemorables consejeros de
nombres rimbombantes, parecía impotente
ante aquel catastrófico carnaval. De la noche a la mañana, después de cuatro años de resistir
los embates de todo aquel zoológico, tuvo
un comportamiento extraño porque
nombró en la cuasi cúspide a un
mandador de otros ególatras Prontohéroes que no
hacían más que gritar "soy cacao, quiero cacao".
Como el Conejo Blanco era bastante presumido, destinó la mayor parte de su tiempo en
construir un espejo tan grande tan grande que ya los
demás parecían pequeños, pero él
también. Al ensimismarse de esa manera, logró
que sobre el país cayeran
toda clase de plagas y enfermedades como la contra -papiloma:
todo un pueblo cayó súbitamente enfermo
de ausencia de servicios de
salud.
Colombina tuvo otra serie de aventuras, las unas mejores que las otras porque tenía una gran capacidad de
resistencia. Pero miles de años después,
no quedó rastro de nada porque todo lo que se proponía para mejorar aquel país
se había derrumbado en un
mar de papeles y argumentos en
favor y en contra.
Pero a diferencia de
Alicia, cuando la niña Colombina despertó
de su sueño, no supo ni
siquiera a qué había jugado, ni
cuáles eran los acertijos en los cuales un puñado de Prontohéroes la habían
encerrado.
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