Veinte años después de haber viajado a Toribio cuando escribía una novela sobre el Padre Álvaro Ulcué Chocué, asesinado hace treinta años, busco su huella. Quiero saber qué ha pasado desde entonces y quiero saber también cómo ha transcurrido su tercera vida, el rastro entremezclado que deja la muerte ofrendada por el líder indígena y sacerdote.
Un episodio de la
llamada guerra ha
postergado el plan inicial
de asistir a la conmemoración de ese
aniversario. Dos indígenas de la Guardia
Nasa han
muerto por las balas de otros indígenas de las FARC,
por haberse opuesto a que se pusieran avisos del también muerto Alfonso Cano. La guerra se ha
vuelto eso: matarse unos a los otros mientras, allá en la
Habana, las negociaciones parecen no
tener más cronograma que la lentitud
y más luz que los reflectores mediáticos.
La comunidad y la Guardia Indígena, con el
carácter invencible de una voluntad colectiva desarmada y dispuesta a morir por ella, rastrearon a los que habían disparado hasta localizarlos,
juzgarlos, condenarlos a 60 años y
remitirlos a Popayán. ¿Resultado? En la
lejana Bogotá, da para macabro chascarrillo
de periodistas y políticos: “ojalá fuera
tan expedita la justicia en Colombia”. Aquí, en cambio, solo la tensión del ambiente empieza a
mostrarme la primera faceta del llamado posconflicto: las ideas generales plasmadas en los
acuerdos deben llegar hasta los focos reales
de esa Colombia tan grande y diversa,
tan contradictoria y maltratada.
Desde el aeropuerto de Cali,
y hacia la cordillera, recorro un
mar verde de caña. Kilómetros y
kilómetros interminables que se
han tragado al Valle y a los seres
humanos. Los todopoderosos ingenios, escondidos de la
carretera, son invisibles, pero siempre presentes. Cali
les debe mucho, pero el resto,
muy poco. Terminaron por recortar los
resguardos y los territorios afros, empujándolos hacia las altas montañas. El Minuto de Dios
les agradece por televisión, pero Dios,
no lo creo.
Quienes predican las bondades agroindustriales sin más contemplación que el desarrollo económico,
¿habrán hecho un examen
de lo que ello implica para las comunidades? Tampoco lo creo.
Dejamos
Puerto Tejada y Villarrica, pueblos afro.
El air está pesado de humedad y
de tierra caliente. Luego llegamos a
Caloto, donde crecieron, gracias
al plan Páez, fábrica de pañales,
productos químicos, y en donde, me dicen,
a pesar de las promesas, se contrata a gente de Manizales y de
Cali; de Santander, pero no de Quilichao. Una nueva inquietud: ¿Qué implica la
desmovilización? ¿Basta con espichar un
botón para que la reinserción a la
vida civil se haga en un santiamén? ¿Qué van a aprender los chicos que se enrolaron por maltrato familiar o por desempleo?
¿Qué queda cuando
ya no tienen importancia las ideologías políticas sino sus mañas, como,
por ejemplo, manipular a los medios?
Poco a poco desaparecen los últimos coletazos de la caña
invasora. Dejamos la finca Emperatriz y su macabra historia de masacres,
ahora con caña y ganado, cercana a la
base militar. La vereda afro el Robledal, en las estribaciones del territorio indígena, me
empieza a mostrar una tercera faceta del pos
conflicto : dos etnias unidas
por un destino de esclavitud y desesperación,
que poco se mezclan pero que – luz de esperanza- van a veces resolviendo sus conflictos de tierras, porque se han dado cuenta de que a la brava nada se
logra. ¿Será esta la solución?
Subimos con una velocidad, impensable veinte años atrás, por la ruta antes destapada y ahora
pavimentada, que serpentea, descubriendo
el terciopelo verde claro de la
cordillera. Pero los de peligro anuncian también que, por el
invierno, la naturaleza se traga a dentellazo limpio pedazos de
calzada, como si no quisiera que se conectaran
los pueblos altos con el mal
desarrollo del Valle y las desigualdades que arrastra.
Las montañas quieren recuperar lo que les ha quitado el asfalto desde el 2005, el mismo año en que
la FARC hizo estallar la "chiva” bomba, que no sólo destruyó la estación de
policía, sino parte de la sacristía de Toribio.
Llueve. Cruzamos el río Palo, que desemboca en el
Cauca y, antes, se engorda con los ríos San Francisco,
Tacueyó y Toribío. Un río mancillado
ahora por los febriles buscadores de oro,
no solo individuales, sino de poderosas multinacionales
al acecho, como la AngloGold Ashanti, que solo la
impenetrable terquedad de los Nasa ha logrado trancar, impidiendo que expolien
sus territorios. Y seguimos serpenteando, a través de ese verde de todos los
verdes como diría Aurelio Arturo, un verde
que parece tan apacible, mientras cruzamos la quebrada que marca el límite
entre Toribio y Caloto.
En los dos enormes municipios,
se entremezclan cultivos de lo legal y lo ilegal. Me cuentan que en tiempos de sol, La marihuana,
ahora en auge, se seca en la vía pavimentada, a los ojos de todo el mundo. Los indígenas jóvenes son desmoñadores, como antes se hablaba de los raspachines. Me extraña que en los medios bogotanos o caucanos nadie
hable de esa nueva bonanza, la de la marihuana, menos interesante
para los Estados Unidos, pero de consecuencias quizás más difusas e
impredecibles. Aquí se acepta - como en otros
puntos de la geografía colombiana se aceptó la coca- algo
que no es tema inmediato de
conversación, un mal inevitable que da empleo
y que lleva aún a considerarse como parte del paisaje.
En la montaña se ven los “invernaderos”,
ahora a plena luz del día, como si
fueran floricultura. Reemplazan los escondidos
laboratorios. De noche, me
describen en un tono acostumbrado
a ver el paisaje circundante, “se prenden como lucecitas y los alrededores
de Toribío parecen un pesebre”.
Surge entonces la
cuarta inquietud: ¿Cómo desentrañar las ambiciones voraces de los que se lucran
mafiosamente del negocio? Nuevamente, la
voluntad de los Paeces de
sacar esa plaga, me anima, con todo
y que parte de
sus integrantes ha caído en la tentación
de esa nueva esclavitud.
Por lo pronto, llego a Toribío, con la
bienvenida de un aviso que señala que ahora “es digital”.
Toribío vive digital |
¿Qué trae uno de los pocos adelantos tecnológicos que conecta a ese pueblo hundido en las entrañas de la
cordillera, abandonado su suerte,
pero en el que aparecen en las tiendas los
letreros que anuncian venta de minutos
y en el que el
celular
es de uso cotidiano? Aquí como
en Cafarnaúm, la tecnología es solo un vehículo y su buen o mal uso es propio
de los seres humanos. En todo caso, junto con la radio, ha servido de
medio esencial de comunicación para que
el pueblo Nasa reaccione como lo hizo con el indignante
asesinato por las FARC de
dos de los miembros dela Guardia Indígena. .
Llego a una escena
que me parece familiar.
Están en misa en la Iglesia. Casi todos indígenas, como antes, pero ahora sus
mujeres ya no usan
faldas cortas y amplias, sino bluyines ajustados. Consultan sus móviles o
tienen actitudes menos
dependientes.
Salgo y
recorro las calles , en las que
veo a la gente , impasible, que me
mira sin mirarme, pero a sabiendas que
soy una extraña. Abundan las motos.
Muchas motos, conseguidas por el camino ilegal que no necesita papeles.
De pronto, uno a uno,
me asombra el rastro
multicolor de una solidaridad
artística , iniciativa internacional
: brigadas de pintores chilenos, holandeses, y de otras
nacionalidades se dedicaron a adornar los muros de las casas del pueblo, no como un pesebre ,
sino como el testimonio vivo de la
existencia de una cultura que lucha por sobrevivir. Tuvieron que salir a la carrera cuando se presentó el incidente, uno más de los que muestran que la
calma es solo aparente.
Artistas holandeses y chilenos entre otros mostraron su solidaridad
|
Pero a los testimonios de los muros del pueblo se une otra sorpresa , en el propio presbiterio, los murales del pintor Jafeth Gómez : en forma magnífica relata la historia y el mensaje del Padre Ulcué ,que sobrevive también gracias a la presencia de sacerdotes misioneros Consolatos que han contribuido a mantener el mensaje pero que guardan la discreción y la humildad de los que se comprometen a fondo con sus semejantes .
Y me sigue sorprendiendo
Toribío, ahora más que hace veinte años:
Por un lado, la digna
tenacidad de una etnia Páez que ha sabido
darle a la paz una realidad territorial
sin más armas que bastones con
cintas de colores y la
invencible certeza de que su fuerza
radica en mantenerse como un solo
bloque, inspirado por líderes y por la presencia del Padre Ulcué en su
tercera vida .
Por el otro lado ,
la fractura de las familias, el maltrato familiar, el reclutamiento de los jóvenes , el auge de los atracos, el pulpo de mil cabezas ahora liderado
por nuevas generaciones de mafiosos, un par
de pick up estridentes desde inconfundibles
camionetas que se instalan
a una cuadra de la plaza frente a
sitios de venta de licores y de música norteña. Una nueva
generación que vuelve aparceros o jornaleros de la marihuana o de la coca a jóvenes indígenas y campesinos, o les
paga a los habitantes de las montañas para que siembren y cosechen. Percibo que
La Habana está muy lejos.
todos se miran con desconfianza |
En un ángulo cruzo a tres
soldaditos solitarios ,
jóvenes que son mirados
con desconfianza, como bien lo
dijo el general Alzate, y que en
este caso , desperdician su juventud
en circunstancias ambiguas. Sé,
por otros testimonios, que los
ojos invisibles de los milicianos de la
FARC condena por sapas a las que se metan con ellos. No las matan,
pero las intimidan.
Pero las veredas de Toribio son también cicatrices: Tacueyó, Santo
domingo, la Cruz, Belén, la Mina, cerró Verlín. Cicatrices de esfuerzos frustrados, de
culturas resquebrajadas, de odios acumulados, de silencios que son en sí mismos constancias.
Y recojo en Toribio, la frase que es una advertencia y una premonición: “Nosotros aquí ya estamos padeciendo el pos conflicto”. Aumento de los atracos, asesinatos, inseguridad, amenazas, milicianos que se confunden con la población y reparten comunicados en la penumbra de la noche que todo el mundo lee, pero sin que nadie se entere, amenazas imperceptibles con las que se tiene que convivir.
Aquí, no creemos en el proceso
de paz, me dicen algunos. Con el
frente sexto allá arriba- y me señalan la cordillera cercana-, con la bonanza de la marihuana, con las ONG internacionales que imperceptiblemente se retiran de
ese foco de violencia.
Aquí, donde el cuarenta
por ciento de las FARC es
indígena, no se hacen
teorías sobre el diálogo o la constituyente.
Aquí no se cree en
los diagnósticos sino que se
viven. Día a día se apagan los incendios. Aquí,
dos jóvenes indígenas que
aparecen muertos y que sus
familiares entierran sin preguntar
mucho y, sobre todo, guardándose
la tragedia.
Aquí, con una
innegable mejoría en salud y educación, con una serie de alcaldes Nasa que vencieron a la politiquería, que representan el mensaje del proyecto NASA ideado por el padre Ulcué, pero
un Toribío cuyos habitantes están
subsidiados en un ochenta por ciento por
un estado sin duda mucho más presente que hace veinte años.
El mural completo |
Por eso, como me lo
expresa un anciano sabio “El
problema es recibir gratis lo que costó tanto. Si uno no abre espacios,
si uno no quiere luchar, la
vulnerabilidad aumenta”. En ese sentido, la fortaleza de la Guardia
Indígena, de los cabildos y de los
hombres y mujeres que creen en su
destino común es un
emblema que plasma otra frase de Ulcué Chocué : “si no queremos agonizar, no nos
instalemos.
Como en el mural que lo recuerda, la tercera vida del Padre
Álvaro Ulcué se ramifica, se consolida ,
se aglutina , se reproduce en la unión de los cabildos de Norte del Cauca y
con otras comunidades amenazadas, en el espíritu de la reacción de supervivencia colectiva, en la necesidad de revisar el proyecto de vida.
Espere Próximo
Jueves 11, segunda parte:
¿Cómo es un proyecto de vida colectivo? ¿"Soy porque somos"?
Fotos MTH
De seguro, los pueblos indígenas serán los últimos en convencerse del proceso y pos-conflicto en Colombia...
ResponderEliminar¿ Puede alguien criticar esa actitud, si se recuerda que ellos no han conocido un minuto de paz desde el mil quinientos ?
Excelente crónica desde las entrañas de nuestro país, rico en capacidades para construir paz desde la resistencia y creatividad comunitarias. Las preguntas que Ud. (se) hace son muy pertientes y reales retos. Como Ud. dice la realidad tiene muchas caras, hay que apalancar sobre las fortalezas. msalazarposada@outlook.com
ResponderEliminarMariaTe, gracias! Qué doloroso relato de un pasado vivo y anclado en el presente. En 30 años ha pasado todo y nada. Un círculo perverso.
ResponderEliminarExcelente trabajo etnográfico y crónica periodística impecable. Ojalá se publicara en un medio masivo de comunicación este escrito. Y si se hace un video podría servir para que los colombianos de todo el pais conocieran las realidades alejadas de los centros urbanos para que lo entendamos y podamos entender el significado tanto del conflicto, como del posconflicto. .
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