jueves, 10 de marzo de 2016

¿El odio en Colombia le gana al respeto?




MTH obra y foto   



El odio se ha instalado  en  Colombia con una profundidad  tal, que altera  (a veces bajo apariencias de amor al “prójimo”,  a la “patria”  o a la “justicia”), la capacidad de convivencia.






Pero ¿qué es el odio, y qué el odio colectivo?  Sin  duda sabemos que el odio es  un sentimiento, emoción o percepción,  más que todo irracional  ( es decir, como el amor, no producto de la razón)  que nos produce  disgusto, repulsión,  ira, violencia  en una escala ascendente de reacciones.

Porque - y aquí debemos evitar cualquier  maniqueísmo-  no existe  ser  humano que no haya “odiado” a  alguien, aunque  sea para  controlar ese impulso.  Los niños, por  ejemplo, son radicales en sus amores y  en sus odios,  porque precisamente no han desarrollado  la argumentación sobre el  por qué  de su  amor o  de su odio.  Su  confianza o desconfianza se desprende de ese binomio.

Ese infantilismo  es perverso  cuando se trata de la ciudadanía. Los adultos que se encierran en sus amores y en sus odios son mucho mas  difíciles de convencer  cuando se trata de cambiar de mentalidad y de aceptar la convivencia. Los  trinos  que abundan  en estos días, liderados por los dos  bandos de la polarización egocéntrica  llevan a la distorsión perversa  del debate público.

 Pero  si nadie  puede  tirar la primera piedra en materia de  “odio”, tampoco nadie está exento de aprender a controlar  sus  distintas  manifestaciones, que van del disgusto al asesinato .

En otras palabras,  a mi modo de ver, la convivencia  depende más  de analizar  lo que nos desune que lo que  supuestamente nos une.

Casi  todas las campañas  de “ paz, amor y alegría”  se pueden  poner en un mismo costal  del fundamentalismo  del amar que, paradójicamente, estimula  el odio.

  Y entonces, a qué  aferrarnos?  A la ética civil , porque el amor y el odio se vuelven  sentimientos.  La convivencia ciudadana  no se  consigue tanto   desde nuestros  afectos como  con el respeto individual y colectivo.

© MTH obra y foto  

CON  RESPETO NO HACE FALTA  EL  “JALELE AL RESPETICO”


El respeto no es tan innato como  las pulsiones de amor  y odio. Se basa en  una capacidad de  argumentación  aprendida  - desde  niño o  en el más adulto-que no  necesariamente  se  recuesta  sobre la capacidad de amar. 

 En ese  sentido,  recuerdo mucho un valor  que mi madre  me inculcó: el  respeto es algo  que trasciende  cualquier sentimiento de  amor o de  odio, de bien o de mal:  “por respeto por los demás y por respeto por ti  no lo hagas" - cuando  se refería a  cualquier  comportamiento con el que no estaba  de acuerdo. El ser  humano  y su dignidad por SER  humano están  por encima de lo que  pensemos de  nuestros semejantes.

¿Se puede cambiar  de mentalidad?  Así como  uno pudo sentir un primer disgusto - llamémoslo  repulsión- ,  al comer  hormigas santandereanas,  así también  se  puede aprender a  reinventar la  percepción:   me esfuerzo en pensar  que no es  el bicho  en sí  sino  algo como un  maní.  Y  entonces,  como representación de maní, mi  sentido del gusto cambia. Así  puede cambiar la percepción que se  tiene de otro ser humano  cuando  lo miro, no para odiarlo,  sino para respetarlo.

 La  mente es la que en cierta  forma ordena  o imagina  el odio,  en su primera  etapa después de  la  instintiva. No se  apoya en la experiencia previa pero tampoco en el aprendizaje.

Entender ese mecanismo  lleva a   desmontar,  al menos mentalmente,  la tendencia al  odio.

 Me imagino un  taller  - de esos que ya no doy- en el que  se les preguntaría a los participantes  qué es la comida,  la música,  la película, en fin  cualquier  tema  que más “odie”. Eso permitiría   tratar de  deconstruir  como diría Derrida,  el mecanismo mental  que produce,  en este caso, un disgusto menor y pasajero.

Pero para cambiar  hay que  partir de un referente cierto: no existen personas que sean todo amor, ni personas que sean todo  odio. La convivencia y la reconciliación no pasan por allí sino  por algo más  fundamental: el respeto.

Así llegamos, poco a poco,  a la relación entre  seres humanos.  ¿Podemos  convivir  sin tener como medida el amor  o el odio, pero sí  el respeto?  A mi modo de ver si,  porque   el respeto  no necesita  de  metadiscursos sobre la paz,  que poco a poco  van llevando a  los fundamentalismos.

En  estos  meses previos al cuasi mítico 23 de marzo -  plazo que en realidad resulta  infantil- , se  observa (y era  previsible)  el incremento  de los fundamentalismos. Estos,  en  escala ascendente, producen  reacciones de odio,  de  categorización entre  amados - es decir,   tolerados  por parecerse a uno- y no amados- es decir, odiados .

¿Cómo es posible  que  personas que  expresan odio  y deseo de excluir  al otro, de borrarlo del mapa,  sean  capaces de  vivir la  doble vida de odiar por un lado y  de a ir a misa  o cualquier expresión de religiosidad  por la otra? No me refiero al libre  albedrío de  la escogencia  entre el bien y el mal, ni tampoco a  la explicación sicológica según la cual  nuestro  ser enfermizo  puede a veces imponerse sobre  la parte “sana” de nuestro ser. 

El clima social  en Colombia debe mantener atónitos a los  que nos miran desde afuera,  como una  curiosa  manifestación de nuestros deseos de “paz”.  Salvo personas  como Jaime  Bayley    (que cito para no referirme a  colombianos  que odian demasiado y se quedan  en el análisis primario  incentivando por lo mismo las pulsiones). Es un odio disfrazado de chiste, cuando no duda en llamar al Presidente  Santos  “portavoz oficioso de las FARC” ( en un viejo video que  prefiero retirar de la página pues  sospecho que  se  envía por las redes  con un virus... de odio)

Si  queremos  avanzar  y no estancarnos en nuestros odios y amores,  hay necesidad  colectiva de deconstruir esa capacidad de eliminación o de exclusión del otro que no solo  es  física sino, sobre todo, mental. Cuando  escucho a Paloma Valencia expresar  ese odio por la guerrilla  o, viceversa, cuando algún  guerrillero del ELN  no piensa  en el otro colombiano  sino como un enemigo para exterminar,    hace mucha mas  falta  el respeto  que el amor  o el odio. Allí no cuenta para nada la ideología.


foto MTH

De no cambiar la actitud colectiva, y  si los medios  y el periodismo no  reflexionan sobre el odio que promueven, solo  seguirá  discursiva – o diarreica- la construcción  de  confianza.

Porque la  “confianza”  empieza a  competir  en ambigüedad con la palabra Paz, mientras se derrumba, lento e inexorable,  el  efímero culto  a la imagen caudillista.

PRÓXIMO JUEVES:
Los cabos de la polarización mediática




[1] Algunos lo llaman  emoción, aunque  hay  odios helados, de una frialdad aterradora

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