domingo, 16 de agosto de 2020

RECOMENDADÍSIMO: EL ABUELO ALFREDO Y LA NIETA ANTONIA *

 
Foto MTH


En tiempos en que la belleza se
  viste de cremas y de maquillaje, un libro  bello  se cubre de  lágrimas. Lágrimas de felicidad y de tristeza, de desahogo  o de emoción. Lágrimas también  que enseñan a guardarlas y seguir pá ´lante.

Abuelo y nieta  recorren palmo a palmo  nuevos horizontes. Él le hace   descubrir los  olores  de una hoja de eucalipto, de romero o de hierbabuena.  Viajes disfrutados por ambos  al  amazonas,   al  Perú,  al llano, al páramo de San Turbán: “ tus saltos, tu alegría. Y la mía. Viéndote como si no  me  vieras”. Él  le explica siempre como a una persona grande, y  ella se queda  dormida en su regazo o le  da las gracias por hacerla feliz.

Viaje último  hacia la muerte; viaje de  complicidades  con una mirada  o un  silencio. Recuerdos de juventud de Alfredo, salpicados de consejos: “ las frutas maduran poco a poco  hasta  que el sol las ha hecho dulces, caen al suelo. Si las coges antes y las maduras biches, pierden sus  sabores. No vivas más allá de lo que eres”.

  Lágrimas de emoción de los lectores  ante  ese amor que  destilan un  abuelo llamado  Alfredo y una  niña que se llama Antonia. Una relación especial  que todos los demás  familiares acogen y entienden.  Lágrimas  también por un   cancer  terminal que carcome la garganta  del abuelo y que los  dos  afrontan , aunque se les  caiga el mundo,  como lo escribe la nieta cuando  se entera de que no hay nada que  hacer: murió.

 Alfredo Molano es uno de  los personajes inolvidables de muchos colombianos,  y no  solo por sus   libros,  que nos devoramos, sus recorridos inesperados, de los que sus tenis y su mochila  son los  mejores  testigos. Por esa necesidad de  explicar la historia, buscándola a través de  los  seres  humanos de carne y hueso, no de oidas sino en sus propios territorios.  

 El  libro reafirma  que Molano  es uno de los  los mayores   escritores  colombianos,  por su innata capacidad de traducir la naturaleza de los paisajes,  las  guerras de los  seres  humanos por  sobrevivir, las  sendas ocultas, los entornos tan complejos como los mismos colombianos y , sobre todo, los miedos, que aparecen a todo lo largo del  libro , como perros negros en la  oscuridad del insomnio.

 Es un escritor  que palpa y que  siente.  El viento que golpea la  cara  cuando los caballos galopan . También los  toros, claro está, “que hablan de la muerte  dándonos   vueltas” , que  son  para los toreros  y    para los que vamos a verlos   (me incluyo en ellos)   “un animal  sagrado”.

Los senderos  caminados a  punta de  escrutar   paisajes y  seres humanos . Y el encanto  de frases como:  “ estalló una estrella en pedazos. Y esos pedacitos se fueron volviendo polvo  y flotando en el  espacio como un cardumen de  sardinas”   83

 Este libro, de un abuelo  que, como lo dice Antonia en el cementerio ” me ha sacado de  ese mundo perfecto  de Disney ,  me ha enseñado la realidad de la  vida y me ha dado  fuerzas para vivirla”

Este  libro,  el  jardín secreto  de   un lugar especial en el  corazón de Alfredo.   Cartas  que escribió a  la niña durante años con el propósito -recóndito y profundo-  de continuar  desde la  tumba esa relación fuerte,  sólida, inolvidable.

 Se entrecruzan episodios de una  vida que no fue convencional  sino también creativa. Consejos  vitales  desde su  innata sencillez,  que se  escapan como cuando la niña cumple  10 años y él le dice “ No podrás esconderte de lo que eres  (se refiere a bonita) pero tampoco podrás depender de lo que te hagan sentir.“

Así vivió  Alfredo: sabio,  discreto,    silencioso,   escuchando, observando, analizando.

Es también la complicidad de  un grupo  que no es un  clan  sino  una familia unida,  a la que   dejó  un   inmenso legado: “una enseñanza  de vida”,   como  lo recuerda en  el prólogo  el periodista  Alfredo Molano Jimeno, tío de Antonia.  “un legado de palabras y sueños con el que nos enterrarán a  quienes lo vivimos y amamos”.

Qué alegría poder leer a Alfredo Molano en  esta  pandemia y reencontrarlo en su esencia. Porque nos  saca de las rutinas, de las incertidumbres y de las  impaciencias, para  entrarnos de lleno en la ternura del afecto.

*
 Antonia,   nombre romano  como  le dice  Juan Camilo, el  abuelo a mi  nieta, que también se llama así.  Con o sin Freud, las abuelas sabemos que toda  nieta, llámese o no Antonia,  tiene  una relación especial con  su abuelo.

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