Gretta con Ganas |
Querido diario :
Como verás, he decidido agregarle la palabra "setentona" a lo que te escribo en este diario, confiando ahora en ti como cuando tenía 10 años.
Ayer no pude escribirte porque estaba lidiando con algunos preocupantes asuntos periodísticos. En casa, claro.O desde la casa, mejor.
La pandemia y consiguiente su confinamiento han significado para todos los colombianos nuevas maneras de afrontar la vida cotidiana. Para no extenderme sobre lo que a todo el mundo le ha tocado, sólo te diré que hemos vuelto a reencontrarnos con nosotros mismos y con otros especímenes llamados seres humanos.
Para mí ha sido fácil, porque solo convivo con una sola persona, llamada cónyuge, que además tiene un buen carácter. Pero me he dado cuenta de que, como nadie habla de eso, debe ser porque el asunto ha resultado para muchos bastante difícil. Supongo que tiene que ver con la medida del tiempo y del espacio, que ha variado más de lo que se cree en esta etapa.
Por primera vez, estamos en una nueva dimensión espacio y tiempo. Algo debió prever alguien, porque recuerdo haber leído un artículo en el que se solicitaba que tomáramos precauciones ante el temor de que aumentara la conflictividad de los seres humanos con el encierro. Aunque no parezca, una cosa es andar en transmilenio y otra, estar encerrado en una jaula.
Te comentaba, querido diario, que el espacio se ha reducido y el tiempo se ha estirado. Y eso a pesar de que estemos inundados de videos, de consejos, de testimonios de expertos en no sé qué (ellos tal vez tampoco porque repìten mucho lo fundamental- que ya nos quedó claro). Aclaro que no me refiero al dr. Prada que sí sabe de lo que habla, por lo cual sus frases son claras, precisas, y no asustan.
Ha cambiado nuestro modo de vivir, por una sencilla razón. Estamos enclaustrados, pero no somos monjes ni sabemos qué hacer con nuestro tiempo o nuestro espacio. Muchos, al parecer, viven en apartamentos muy estrechos y se han dado cuenta de que no les alcanza el espacio, porque se chocan con otros seres humanos de la familia.
Sospecho también que muchas jóvenes parejas están desorientadas. Se caracterizaban por salir a las carreras por la mañana, con un pedazo de arepa en la mano y el maletín en la otra, dándose apenas en la mejilla el apresurado beso que te comenté, querido diario, antes de ayer. Ni hablar de los “insoportables”, que andan correteando por aquí y por allá. Me refiero, claro está , a los perritos tan miminos pero cada vez más desesperados en el espacio que comparten y cada vez con un mayor sindrome de abstencia de parques, por los veinte minutos que les tocan diarios.
Ahora, el teletrabajo ha unido ( o mejor, "va a unir" el próximo martes) en un mismo espacio las labores y la vivienda. No sé -te confieso- cuánto durará esa mescolanza , pero si sé que los hombres y las mujeres ejecutivas ya no pueden decirle a la empleada “ ahí le dejo ese desorden “ sino que deben arregarlo ellas o ellos mismos. Aunque las encuestas no han asomado todavía ( me temo que pronto lo harán) sus narices sobre ese tema, es de suponer que los hombres se hacen los de la vista gorda. En otras palabras, se hacen los pendejos- como se dice en un estilo más coloquial y dejan todo tirado, de tal manera que el género femenino pega una mayor proporción de “carajo!” o de “Recoja”!.
Ni hablar de la relación con los niños, con más decibeles de lloriqueos, porque nadie los lleva al parque, porque el parque ha dejado de existir, el menos por la pandemia.
Ese impulso de huida, como lo calificaría el sucesor de Freud, es el resultado natural del encierro. El especialista de la televisión, que ya no es sicoanalista sino virólogo o coronavirólogo, ha explicado lo obvio: que aumentará el desastre en la medida en que transcurran las dos o tres semanas que nos faltan si estamos de buenas, y meses si no cumplimos aquello de quedarnos en casa. Conste también que no es porque los colombianos somos indisciplinados : mire no más lo que sucedió en las playas californianas y como está Nueva York...
Pero viene la parte del tiempo, que se nos hace cada vez más inconmensurable si se le compara con el espacio. Te confieso, querido diario, que he tenido muchas ganas de releer esa magnífica novela de un señor llamado Tomas Mann, que se llama La Montaña Mágica. Y no porque sea mágica la montaña, sino porque el enfermo de tuberculosis , un señor Hans Castrorp, que se fue a un sanatorio, está un poco en la misma situación de nosotros por el encierro, con el espacio y el tiempo. El necesario simulacro, que ahora ya empalmó con el Toque de queda y se llama ahora confinamiento social, lleva ahora a preparar qué comemos, a decidir cómo vamos a mover nuestro cuerpo en espacio reducido, dónde hay que poner los zapatos que usamos para ir a la puerta. (Como notarás, repito tres veces la palabra AHORA pero es intencional)
Al parecer hemos vuelto a la época de las cavernas. "la gente compra como si el mundo se fuera a acabar" dice con razón una bogotana, aunque no sabemos si , cuando se acabe el mundo, lo comprado servirá para algo. Y mientras nos asedian los domicilios, ojalá que encontremos la linterna de Diógenes. Sin olvidar, desde luego, que lo que pensemos hoy no es para hoy sino para lo que suceda, en el caso del coronavirus, pero también del país, dentro de dos, tres semanas, o muchas más..
No hay comentarios:
Publicar un comentario