Querido diario:
Te escribo el día doce de mi resguardo de setentona, lo que me lleva a una primera reflexión: ¿Se deben escribir los diarios todos los días? ¿ Todos los días cuentan igual? ¿Los diarios en épocas de Coronavirus tienen que ser tan estrictos? Desde luego que no, porque los diarios, fieles amigos, nos permiten escribir cuando nos dé la gana, siempre que la inspiración lo permita. Es decir, siempre que tengamos algo que decirle al diario, claro está.
Y tengo mucho que decirte. Entre otras, responder a la pregunta : ¿Por qué salté del día 1, al día 3y 4 , y luego al día 12? Una razón puede ser la pereza, pero si nos quedamos en una sola razón, el diario y la vida se nos encogen.
Y va mi segunda respuesta, cuando miro hacia el atrás de mi resguardo de setentona. El primer día fue eterno y remilgado: me esforcé en redescubrir el encanto de la lentitud o al menos, en intentarlo en un espacio necesariamente reducido por el confinamiento voluntario que después se volvió obligatorio y preventivo, y después se volvió necesariamente obligatorio y consentido.
“La hipótesis de la lentitud”, como dirían los académicos, se fue diluyendo en el tiempo de las pequeñas cosas: tender la cama, preparar el desayuno, trabajar en equipo para que nos rinda más, separar la ropa sucia, ponerla en la lavadora, cocinar algo a las carreras, comprobar que la lavadora estaba dañada porque no sabía como prenderla, etc. etc.
Dicho de otro modo: no había espacio para mirar la lentitud minuciosa. Ni tiempo para detallarla como lo hiciera un Proust. Un Proust, sea dicho de paso, que nunca tuvo necesidad de hacer esos trabajos menores como se debía decir en su tiempo. Un tiempo que se alargaba y puede alargarse hoy también según la voluntad del ojo que observa, no solo lo que ve, sino los olores, sabores, los sentires, los comportamientos , los movimiento de las manos, el crujir de la seda y así indefinidamente, en la soledad .
Soledad de Proust bajo el ala protectora de una fiel sirvienta (como se decía antes) cuyo silencio y eficiencia lo acompañaron hasta sus últimos días. Recomiendo la excelente biografía rápida, como los exigen los tiempos en
Entretanto, y después de las labores diarias que, como a toda colombiana, le muestran que se debería hacer un curso rápido de formación doméstica para los señores, en mi confinamiento provisional empezó a aparecer la Colombias real.
Una Colombia real con todas sus contradicciones, tanto en el ciberespacio como en las presentidas ciudades calladas. Una Colombia que se pone las pilas, que fabrica tapabocas mientras otros se dedican a quejarse porque no van a alcanzar los tapabocas. Unos vándalos que roban y dañan los lavamanos portátiles del Transmilenio mientras otros ciudadanos ayudan a los “habitantes de la calle”. Unas universidades que, sin mayores aspavientos, tienen la capacidad de realizar los test de coronavirus porque estuvieron previendo que se necesitaría esa capacidad. Unos funcionarios que empiezan a alistar a Corferias y otros centros empresariales como hospitales transitorios para cuando venga el pico de la famosa curva. Unos ciudadanos pilosos que sirven de intermediarios para vender 500 kilos de quesos que se pueden perder, un Carulla y un Ëxito que demoran en adaptarse a la venta domiciliaria masiva. Unos obispos que callan y no se mueven en su impotencia. Unos empresarios que dicen a sus empleados que donen, y luego, cuando hay gente que los critica, ofrecen 80.000 millones, lo que suena mucho pero significa tan solo el 1% de sus ingresos.
Un Presidente Duque que le mete videos a sus charlas televisadas sobre canastas nutricionales que le durarán a los beneficiados una semana y un presidente que descubre el nada discreto encanto de la televisión. Un gobierno que no propuso a tiempo la justicia social y propone ahora como una hazaña la devolución del IVA, un giro “extraordinario” de $75000 pesos de mercadito cada dos meses (1250 pesos diarios).
En esos días tan llenos del hacer, de acomodarse al encarcelamiento – una necesidad para mi voluntaria disciplina de setentona con el fin de escapar de un monstruo coronado, el tiempo me tiene trastornada. Estos días se nos fueron en un santiamén a los “abuelitos”, perdón, a los adultos mayores. Por eso salté día del 4 al 12 ¡Que alivio! Querido diario: es un buen síntoma de que nos vamos acostumbrando a esta nueva vida.
Nota : se me olvidaba. Como el libro de poemas que te comenté no alcanzó a ser presentado, te dejo esta ñapa. Bajas cualquier lector de QR y colocas tu celular en el QR que aparece y te lleva a la voz de Laura García que lo lee con su maravillosa voz, muy distinta de la mía, que es de tarro.
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