martes, 31 de marzo de 2020

QUERIDO DIARIO: PANDEMíMICO DÍA 12


 Querido diario:  
Te escribo  el  día   doce  de mi  resguardo de setentona, lo que me lleva a una primera  reflexión:   ¿Se deben escribir los diarios  todos los días? ¿ Todos los días cuentan  igual?   ¿Los diarios en  épocas de Coronavirus  tienen que ser tan estrictos? Desde luego  que no, porque los  diarios, fieles amigos, nos permiten  escribir cuando  nos  dé la gana, siempre que la inspiración  lo permita.  Es decir,  siempre que tengamos  algo  que  decirle al diario, claro está.

Y tengo mucho  que decirte.  Entre otras, responder a la pregunta : ¿Por qué salté   del  día  1, al  día  3y 4 ,  y luego al  día   12?  Una  razón puede ser la pereza, pero si nos  quedamos  en una  sola razón,  el diario y la vida se nos encogen.

  Y va mi  segunda respuesta,  cuando miro hacia  el   atrás  de mi  resguardo de setentona. El primer  día  fue  eterno  y  remilgado: me esforcé  en redescubrir el  encanto de la lentitud  o al menos, en intentarlo en un espacio  necesariamente reducido  por   el confinamiento voluntario que después se volvió obligatorio y preventivo, y  después se  volvió necesariamente obligatorio y consentido.   

“La hipótesis   de la lentitud”, como  dirían  los  académicos, se  fue  diluyendo   en  el tiempo de las pequeñas cosas: tender la cama,   preparar el  desayuno,   trabajar en equipo para que nos rinda más,  separar la  ropa  sucia, ponerla en la lavadora,  cocinar algo    a las carreras,   comprobar que la lavadora estaba dañada porque no sabía  como prenderla,  etc. etc.

  Dicho de otro modo: no había  espacio para mirar la  lentitud   minuciosa.  Ni tiempo para  detallarla como lo hiciera  un Proust. Un Proust, sea    dicho de paso,  que  nunca  tuvo necesidad de  hacer  esos trabajos menores como se debía  decir en su tiempo. Un tiempo que  se  alargaba y puede  alargarse hoy también  según la  voluntad del  ojo que observa, no solo lo que ve, sino  los olores, sabores, los sentires, los comportamientos , los movimiento de las manos,  el crujir  de la seda  y así indefinidamente,   en la soledad .

Soledad de Proust  bajo el ala protectora de  una fiel  sirvienta (como   se decía antes)   cuyo silencio y  eficiencia lo acompañaron hasta  sus  últimos  días. Recomiendo la excelente biografía  rápida, como los  exigen los tiempos en

Entretanto, y después de las labores diarias  que, como a toda colombiana, le muestran que  se debería hacer un  curso rápido de formación doméstica para los señores, en mi  confinamiento provisional empezó a aparecer  la  Colombias real. 

Una Colombia  real  con todas  sus  contradicciones, tanto en el ciberespacio como en  las presentidas ciudades  calladas. Una Colombia  que se pone las pilas, que fabrica tapabocas mientras   otros se dedican a  quejarse porque    no van a alcanzar los tapabocas. Unos  vándalos  que roban y dañan los  lavamanos  portátiles  del Transmilenio mientras otros   ciudadanos ayudan a los “habitantes de la calle”.  Unas universidades  que,   sin mayores aspavientos,  tienen la capacidad  de  realizar   los test   de coronavirus porque   estuvieron previendo que  se necesitaría esa  capacidad.   Unos  funcionarios que empiezan a  alistar a Corferias  y otros  centros empresariales como  hospitales   transitorios para  cuando venga el pico de la famosa curva. Unos  ciudadanos  pilosos que  sirven de intermediarios para vender  500 kilos de quesos que  se pueden perder,  un Carulla y un Ëxito que demoran en  adaptarse  a la   venta domiciliaria  masiva.  Unos obispos   que  callan  y no se mueven en  su impotencia. Unos empresarios que  dicen  a sus empleados que donen, y luego,  cuando hay  gente que los critica,  ofrecen  80.000 millones, lo  que suena  mucho pero  significa tan solo  el 1% de  sus ingresos.  

Un Presidente Duque que le mete videos a sus  charlas  televisadas  sobre canastas nutricionales    que  le   durarán a  los  beneficiados  una semana  y un presidente  que   descubre el  nada discreto encanto de  la  televisión. Un gobierno   que  no propuso a tiempo  la justicia social  y propone  ahora como una  hazaña la   devolución   del IVA, un giro “extraordinario” de  $75000 pesos  de mercadito  cada dos  meses (1250 pesos  diarios).

En esos días  tan llenos  del hacer,  de acomodarse  al encarcelamiento – una  necesidad  para  mi voluntaria  disciplina de setentona  con el fin de  escapar de un monstruo coronado, el  tiempo  me tiene  trastornada. Estos  días  se nos fueron en un santiamén   a  los “abuelitos”, perdón, a los    adultos mayores. Por eso  salté  día del 4 al  12 ¡Que alivio!    Querido  diario:  es un buen  síntoma  de que nos vamos acostumbrando a esta nueva vida.

Nota : se me olvidaba. Como el libro  de poemas que  te comenté   no alcanzó a ser  presentado, te  dejo  esta  ñapa.  Bajas cualquier  lector de QR y colocas  tu celular  en el  QR que aparece y te lleva a la voz de  Laura García  que lo lee  con su maravillosa voz, muy  distinta de la mía, que es de tarro.














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