Dos fotos de M. Alvarado que dicen mucho |
Querido diario:
Cuando ya me estaba acostumbrando al simulacro; cuando ya suponíamos con tranquilidad que “todo va a salir bien” ( como le dicen a uno para mitigar el miedo sin que uno sepa a ciencia cierta qué quiere decir “bien”), nos llegó el confinamiento, la cuarentena, aislamiento preventivo obligatorio o como se le quiera llamar.
Pero no llegó solo.
A pesar de la colaboración positiva de los medios de comunicación, de los periodistas que recorrieron la helada noche, de los presentadores, de las agencias de publicidad (#TodosSomosResponsablesDeTodos ), de los empresarios, de unos ciudadanos que creemos en los cuentos de hadas mediáticos mientras otros ya no saben quienes son las hadas ni los cuentos, fue sorprendente ese primer día de la cuarentena. Que, por cierto, no es de cuarenta días sino de diecisiete, iniciada a los 001 minutos del día 25 o, en otras palabras, a la medianoche.
Ese primer día de oscuridad y desvelo no resultó, en todo caso, como se esperaba. Nada resulta como uno lo espera. Es una ley de la vida que no conocía a los diez años, cuanto también quise contarte mis infidencias, querido diario.
En ese día que se llenó de noche, volvimos a ver el espanto de las cárceles. No tanto por las llamas de la protesta sino por la manera como se permite el hacinamiento de seres humanos sin que los piadosos digan algo. Nos desveló a todos los que sinceramente nos dispusimos a encerrarnos o encuevarnos, con la ilusión de vencer al diminuto pero implacable susodicho virus, porque la unión hace la fuerza .
A la vez, sucedió lo inaudito: como lo lo mostraron las inclementes fotos, la plaza de Bolívar se llenó de lo que alguna vez fueron Rojos y llamaron el lumpen proletariado. Es decir, no necesariamente los más pobres , sino los más energúmenos, los pobres entre los pobres, los que algunos apodan “habitantes de la calle” - como si las calles se pudieran habitar. En otras palabras, los que no tienen misión alguna, futuro por el cual luchar, sino que dejan el libre curso a su exasperación. Fantasmas rechazados, que ya han cruzado la línea de la desesperanza, pero también del horror.
Las dos fotos de El Espectador ( sábado y martes) como lo recalca el diario, muestran una paradoja: reclamar apoyo contra la pandemia, que , nos han dicho y repetido, solo se puede contrarrestar con el aislamiento total de los individuos.
¿Eso de llenar la plaza, qué quiere decir? ¿fue un gesto espontáneo de ira y de hambre? ¿quién estimuló esa reacción? ¿ fue algo planeado como lo fue lo de las cárceles, que solo produjo 23 muertos en un pais acostmbrado a que todos los días asesinen a un líder social o a un miembro de la guardia indígena? Probablemente, pero no importa. Lo que importa fue lo que vimos. El hecho en sí, la realidad, el contraste entre cómo podríamos vencer al coronavirus y un desastre quizás invencible, por el que se amontonan los seres humanos como si fueran animales.
,¿Qué impulsos suicidas caracterizan a los encapuchados? ¿ Es expresar odio o carencias más vitales que la propia vida?
Nunca sabremos la respuesta. En todo caso, que esa foto pudiera tomarse y compararse muestra hasta qué punto, ante la indiferencia, pueden desbordarse huracanes y ciclones. No los de ahora, sino los producidos por conflictos no resueltos, desigualdades tan insidiosas como el virus, y, del otro lado, mundos escondidos por ficticias esperanzas de los convencidos de que "todo está bien".
Si, claro: está muy bien darles apoyo prioritario. Pero ¿no será hora de pensar en la vacuna?
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