Lo primero: aclarar que 10
es un número simbólico, proveniente
de la obsesión humana por hacer listas (7 recetas para adelgazar, 8 maneras de ser feliz, los 5
libros más vendidos, 9 consejos
para entenderse con su jefe o su pareja,
10 mandamientos de la ley de Dios o de la ética ciudadana, cinco
pecados capitales, etc. etc.). Y
eso, sin contar la lista de las promesas
que nos hacemos a nosotros mismos el 31 de diciembre.
Lo primero: aclarar que 10
es un número simbólico, proveniente
de la obsesión humana por hacer listas (7 recetas para adelgazar, 8 maneras de ser feliz, los 5
libros más vendidos, 9 consejos
para entenderse con su jefe o su pareja,
10 mandamientos de la ley de Dios o de la ética ciudadana, cinco
pecados capitales, etc. etc.). Y
eso, sin contar la lista de las promesas
que nos hacemos a nosotros mismos el 31 de diciembre.
Las listas obedecen al mito de nuestra incapacidad: para rebelarnos
contra el fatalismo o lo absurdo, tratamos de
encerrarlos en lo posible. Así le
ponemos límite a nuestra inseguridad
individual, a esa sensación de que no
podemos escaparnos -como diría Zigmunt
Bauman- del miedo y la incertidumbre. Pero si la humanidad
fuera tan incapaz, no habría avanzado más allá de las listas.
Circunscribo el mito 10 a lo colombiano, aunque ojalá otros pesquen mitos
en sus propios ambientes, incluidos
los internacionales, porque la globalización
no se ha tragado todavía
las diferencias culturales que
existen entre países. Diferencias que, entre otras
razones, explican las dificultades de una Unión Europea concebida desde lo económico, con países tan diferentes culturalmente
como Alemania y Grecia.
La globalización – que
no el humanismo- es una manera
de suprimir nuestras diferencias uniformándolo todo. Así, la paz,
en el caso colombiano, engloba, para diluirlas, las inmensas responsabilidades que debemos
asumir TODOS los colombianos tanto en
nuestros comportamientos individuales como
colectivos. Y así, en sentido contrario, poco
a poco nos vamos despojando de la discursividad ambiental
para entender las consecuencias
reales del cambio climático.
Por lo mismo, hace falta reiterarlo: esos 10 mitos
que crean o refuerzan los medios y el periodismo colombianos, contribuyendo así a la “guerra social”, pueden ampliarse o encogerse. Multiplicarse o derrumbarse, al
vaivén de la voluntad de quienes los construyen y de los propios
destinatarios de lo mediático, quedándose en la pasividad o llevando a ejercer el poder de cambiar de canal ,
de ser
interactivos de manera constructiva,
de cuestionar contenidos para no tragar entero, como decía el cofrade Palacio Rudas.
En ese sentido, el décimo
mito que recoge los nueve anteriores, aporta también el deseo de no mitificar lo que está sucediendo, aquí y en el Cafarnaúm occidental, con el periodismo y lo mediático “tradicionales”.
Nos aferramos a mitos que se
derrumban poco a poco. Periódicos en un
esquema estático de papel. Programas
radiales encabezados por “mesas de trabajo”. Televisión que mezcla
contenidos con publicidad, al
punto que a veces esta es más verosímil
que los secretos que se inventan para las niñas pechugonas sobre el jet set internacional o la política de los rumores. Pausas rígidas
para intercalar publicidad pero mezclándola luego
con contenidos “noticiosos” centrados en el Presidente o el Vice-presidente (que
prepara así su campaña para el 2018). Periodismo que
los medios quieren convertir en
“marca “ pero que termina pareciéndose
al otro medio oligopólico, porque
siempre entrevistan las mismas fuentes o
repiten los mismos temas .
En el fondo, periodismo, medios de comunicación, receptores
tienen miedo de afrontar el futuro . Y los usuarios que no
cuestionan o que insultan por twitter tienen
miedo del otro – trátese de las FARC o
de Álvaro Uribe Vélez, o de ser ellos
mismos incapaces de argumentar.
Es una certeza
inventada por el miedo creer que
las cosas no van a cambiar, que uno no las puede cambia, o que el periodismo no necesita profundizar
porque el rating , creado y
alimentado por las empresas, es
la razón de la subsistencia de uno y otra.
Son tan avestruces las empresas
que esconden o maquillan estadísticas que
demuestran el estancamiento de los llamados medios tradicionales, como los que
se aferran a partidos, aceptan sin
cuestionar los avales inaceptables, o viven , como el Procurador, y las
FARC o el ELN, en su pequeño mundo decimonónico de ideas prefijadas.
No solo en periodismo, sino en educación, en infraestructura, en productividad,
en calidad de lo producido, el mito
se refuerza con el lema incesante de que
“ somos los primeros y somos los mejores”.
Nairo, Mariana Pajón, Falcao, las futbolistas, y tantos otros, saben
que para ser mejor hay que saber perder y reconocer sus propias carencias . Y
eso no lo hemos podido aceptar como ciudadanos o como
gobernantes.
Duramos años padecimos un complejo de inferioridad frente
a lo extranjero. Ahora nos abruma un complejo de superioridad nacional. Inventado,
para no reconocer que nuestras carreteras
son pésimas y las de Ecuador excelentes,
o que la educación chilena nos
lleva muchos años de ventaja y calidad, a
pesar de las protestas callejeras de sus estudiantes que, sea dicho de paso, no tiran cocteles molotov. Quizás porque lograron tumbar a Pinochet y los
nuestros quieren creer en el mito de una
revolución decadente de las FARC y el
ELN, cuando no son manipulados por
el microtráfico.
Sin embargo, hay perspectivas
que van apareciendo en los escombros de una
mitología de las empresas
oligopólicas o de un periodismo
sometido a paradigmas que ya no son válidos.
En lo que tiene que ver con la
indefinible “paz” , ¿ Qué tal si
medios y periodismo se
propusieran repensar el cubrimiento noticioso
y el periodismo de opinión, y si los
ciudadanos, analizarlos , en vez de desecharlos o aceptarlos tal como son?
¿Cómo? analizar si:
- Promueven la reconciliación ciudadana.
- Evitan la discursividad y se empeñan en explicar el cómo y el por qué
- No utilizan la peleadera como financiación de sus empresas o de los programas de opinión, bajo apariencias míticas de solidaridad.
- No caudillizan la información obsesionándose con el Presidente, el vice Presidente y los tres o cuatro políticos que no representan ni el gobierno ni lo que sucede en política.
- No se basan en tanto video de la policía sobre delincuencia sino encuentran caminos propios para fomentar las precauciones ciudadanas frente al delito.
- No creen que hay temas tabú, que los todopoderosos son el bien y los demás, el mal.
- Estimulan el cambio en vez de esconder la inequidad o los errores de lo “tradicional” (partidos políticos, ONG decadentes o burocratizadas, guerrillas decimonónicas, vínculos de la política con el paramilitarismo).
- Rechazan medios de comunicación que utilizan al periodismo como producto.
- Desmenuzan qué quieren decir palabras como “posconflicto” ,“diálogo” y convivencia.
- Muestran los horrores del pasado en un persuasivo contexto de “imposible repetición”.
- No abruman con las denuncias ni aceptan que si todo el mundo es culpable, nadie es culpable. Por lo mismo, evitan generalizaciones ( “el congreso es corrupto”).
- Aceptan que “si todos ponen , todos ganan”, pero concretan en el plano personal de cada quién qué quiso decir Mockus con eso.
- No le ponen tanto leguleyismo al cubrimiento noticioso o al periodismo de opinión ni judicializan la noticia. En cambio, buscan al ser humano y se preguntan por el interés público en todas las circunstancias.
- Prefieren dedicarse a detectar las mentiras, más que aceptar las verdades mentirosas de los protagonistas de las noticias.
Y no dejen nunca de hacerse
preguntas a sí mismos, como lo
recomendaba mi maestro Sócrates.
Fotos MTH
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